sábado, 29 de enero de 2011

El restaurante La Matandeta cumple veinte años

 A muy pocos minutos de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, en el marjal del Parque Natural de la Albufera, se encuentra desde hace veinte años, el restaurante La Matandeta, el único de la zona. El privilegiado clima valenciano permite que incluso en gran parte del invierno se pueda disfrutar de la terraza, al lado mismo de los arrozales, y contemplar las evoluciones de garzas, garcetas y cormoranes.
El restaurante cuenta con varios comedores, con distintos ambientes, pero al elegir los distintos colores con que fueron pintados se procuró que todos fueran luminosos y alegres. María Dolores Baixauli y su marido acometieron la remodelación de lo que entonces era una vieja granja, propiedad del padre de ella, y la convirtieron en el restaurante que acaba de celebrar su vigésimo cumpleaños. Resulta tan acogedor que permanecer en él más se parece a una visita a casa de unos amigos que a otra cosa. El lugar cuenta con una variada pinacoteca de artistas valencianos. La carta se renueva constantemente, aunque en ella predominan, como es lógico suponer, los arroces hechos a leña.
El Parque Natural de la Albufera viene a ser el gran desconocido de los valencianos, a pesar de tenerlo tan a mano. No obstante, los ecos de su belleza han llegado hasta algunos personajes, que no han resistido la tentación de hacerle algunas visitas, así por ejemplo, la pareja formada por Gywneth Paltrow y Mario Batali, que acercaron hasta el lugar para rodar el capítulo valenciano de la serie sobre la gastronomía española, “Spain – On The Road Again”, la serie de televisión de tantísimo éxito en el mundo. No extraño que coincidan en el restaurante unos ciudadanos de Burgos con otros de Winsconsin. El privilegiado lugar que ocupa, junto con la calidad de su cocina, también ha hecho llegar hasta el restaurante a personajes como Federico Mayor Zaragoza, Imanol Arias, Ana Duato, Fernando Arrabal o Javier Mariscal, de cuyo paso por la casa hay constancia en el libro de honor del restaurante.



viernes, 7 de enero de 2011

Recordando a Nietzsche

A menudo nos encontramos con alguien que ha tratado de conseguir algo de modo no ortodoxo. No es difícil encontrar gente así, e incluso abundan quienes han conseguido sus propósitos de ese modo. La vía fácil es muy tentadora, sin contar con que el poder corrompe. Si se le echa en cara a alguna de estas personas la circunstancia, su respuesta, casi con toda seguridad, será la siguiente:

- ¿Pero en qué mundo vives tú?

Como si no hubiera otro modo de hacer las cosas. Pero no hay ningún tratado que sostenga que hay que comportarse de modo incorrecto para lograr las cosas. Puede darse el caso de que alguien trate de justificar una maldad, pero lo hará tratando de demostrar que es un bien. Todas las teorías se hacen sobre la base de que aquello a lo que se refieren es algo bueno y necesario. Lo incorrecto, lo innoble, tiene, pues, los días contados de antemano. Todo aquello que se haga con la intención de que perdure en el tiempo ha de ser bueno.
El tiempo de los animales es circular, para ellos no existe el futuro; su vida consiste en repetir día tras día las mismas cosas. Los seres humanos, en cambio, tienen la potestad de plantearse metas a largo plazo, lo que hace que el tiempo sea recto, encaminado hacia un fin. Pero la vida suele tener unas exigencias que no todos están dispuestos a cumplir. De hecho, hay muchos que dicen:

- Yo llego hasta aquí; y no doy ni paso más.

Sin duda, temen dar ese paso más. Y establecida la raya hasta la cual llegan, esa es ya para ellos la divisoria entre el bien y el mal. Fácil es deducir entonces que para quienes adoptan esta actitud el tiempo se convierte en circular. Impedido el avance en línea recta a causa del límite auto impuesto, no queda más que la continua repetición. Quizá llegue el día en que no haya lugar más que para gentes intrépidas.

domingo, 2 de enero de 2011

Venimos del mono

En su lucha por la supervivencia, el precursor del ser humano desarrolló su capacidad de pensar y su memoria. Ambas cosas dieron lugar a que fuera posible aprovechar todo el conocimiento acumulado por los antecesores, lo que convierte al ser humano en deudor de toda la humanidad y al egoísmo en una maldición.
El ser humano necesita de los demás para considerarse como tal. Si estuviera solo desde el principio, sin tener noticia de sus congéneres y sin aprovechar, por tanto, todo su acervo cultural, viviría una vida que no se diferencia mucho de la de sus ancestros, los monos. Y puesto que tiene esta deuda, su objetivo no puede ser otro que el de aportar también su parte. Es posible, aprovecharse del prójimo, esclavizarlo u oprimirlo. Nuestra sociedad abunda en gentes indefensas, pero esta actitud es un crimen contra la humanidad, es claramente perniciosa y atenta directamente contra el instinto de supervivencia como especie. No obstante, y a pesar de que no hay forma de defender esta actitud, abundan quienes la adoptan. La gente indefensa es una tentación muy grande. Respetar al prójimo, sea cual sea la situación en que se halle, parece un empeño imposible para muchos. Quizá porque no saben que respetar al prójimo es respetarse a sí mismo.
En el tránsito de animal irracional a racional, aparecen la Verdad y la Mentira. Dada la complejidad que ha alcanzado la vida humana, la mentira puede ser un recurso admisible a veces, pero cuando se usa como herramienta con el fin de alcanzar logros o evitar problemas quien ha hecho esta elección se convierte en esclavo de ella. Cada una de las mentiras precisa de un entramado de ellas para poderse sostener.
Y si es indudable que la mentira nos hace esclavos, habrá que convenir en que la verdad nos hace libres. Quien procura ceñirse a la verdad no necesita preocuparse de más. Quizá haya quien alegue que por ceñirse a la verdad se pierden amigos, pero no es menos cierto que pensar que lo eran resulta francamente optimista.