domingo, 17 de junio de 2012

El Parotet, de Miquel Navarro

En el entorno de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, cuya arquitectura de las edificaciones que la componen se inspira en el mundo animal, se yergue, con la elegancia de la sencillez, el animal metálico bautizado como el Parotet. Está de modo que es como sí dijera: ¡Eh, que estoy aquí! ¡Eh, que en este lugar yo era el rey! ¡Eh, que soy el símbolo de estos parajes! ¿Cuántas libélulas (parotet en valenciano) habría por la zona no hace tanto tiempo?
Puede que alguien vea en el Parotet un símbolo fálico, una exhibición de poderío. ¿Cómo que una humilde y tierna libélula se permite tal osadía? Pues si bien se mira, la libélula puede hacer en vuelo unas filigranas imposibles para cualquier otro animal. Su diversidad cromática, con colores vivos o tenues la convierten en un animal bello, divertido e impredecible. Parece frágil, es cierto, pero transmutada en una pieza metálica de 46 metros de altura y 93 toneladas de peso, no teme ni a la lluvia ni al viento. Sus líneas rectas, sus ángulos, lo sofisticado de su concepción y su color tan bello consiguen que tampoco tema a las miradas de los transeúntes, sino todo lo contrario.
El Parotet está en posición de descanso, aunque erguido, consciente de su importancia. Pero su actitud reposada no debe hacer olvidar que este insecto tiene mucha facilidad para levantar el vuelo, aunque si lo hiciera no vendría a atacarnos, sino a besarnos, porque está en son de paz, como símbolo de toda la flora y la fauna que hasta hace poco hubo en el lugar y que actualmente ha dado paso a otras formas de vida.
El color del Parotet es el azul del Mediterráneo, tan presente en algunos detalles de las fachadas de las viviendas cercanas al mar, en Valencia y en otras partes de la costa, como Grecia e Italia.
Este monumento quiere recordarnos las cosas buenas del pasado quizá para hacernos ver que si las sustituimos, hemos de hacerlo por otras mejores.
Vicente Torres

martes, 12 de junio de 2012

Un recorrido en autobús

Poco después de haber subido en el autobús de la línea 1, éste se detiene frente al Parotet, monumento de 46 metros de altura y 93 toneladas de peso. Un poco más lejos está la Ciudad de las Artes y las Ciencias, pero mi atención se fija en estos momentos en la esbeltez y majestuosidad del gigantesco insecto.
Se enciende la luz verde del semáforo y el autobús prosigue su ruta. Voy de pie, apoyado en la barra que hay delante de los primeros asientos. De los pocos que vamos de pie soy el que va más cómodo y por un instante pienso que he sido egoísta al apropiarme de ese sitio. En ese momento, un señor mayor cede su asiento a una señora también mayor, mientras otros jóvenes van sentados.
En un semáforo cercano a la plaza de Aragón para un scooter que conduce una mujer. La observo por la ventanilla. Aprovecha parada para estirarse la cortísima minifalda que lleva, sin conseguir tapar ni un milímetro más de muslo. Por los brazos y las manos deduzco que su edad debe oscilar entre los 35 y los 45 años. Es regordeta y le calculo una altura inferior a la media. Por el casco se asoma un mechón de cabello rubio. Al salir del puente de Aragón, su pista ya se ha perdido definitivamente.
En la zona en la que estoy hay un nuevo pasajero, que al igual que los otros dos que estuvieron ahí anteriormente, habla por el móvil. Pasa el autobús por el Puente de las Flores, que ahora son geranios. ¡Ah, los geranios! ¡Cuánto han tardado en ser descubiertos y cuántas cosas han tenido que pasar para que lo sean!
Pero yo había venido pensando durante todo el viaje en Miquel Navarro y Ángeles López Artiga, también en su marido Rafael González, con quien tengo una conversación pendiente de terminar. Con todos ellos coincidí en la presentación del libro Ocurrió en Valencia, que mañana tendrá una reedición en otro lugar, y como siempre me quedé con las ganas de hablar más con ellos, por lo que espero que acudan a este nuevo acto.
Finalmente, el autobús llegó a mi parada.

sábado, 2 de junio de 2012

Metáfora sobre el matrimonio morganático

Dícese que matrimonio morganático es aquel llevado a cabo entre dos personas de distinta clase social. Pero esta denominación se utiliza de forma metafórica para referirse a otras situaciones equiparables.
Por ejemplo, en una tertulia televisiva de tiempo atrás uno de los tertulianos dijo que el matrimonio de Felipe González era morganático. Por aquel entonces, todavía estaba casado con Carmen Romero. Las mezquindades de Felipe González son muy conocidas, pero difícilmente se le hubiera podido escapar aquello de jóvenas. Supongo que ella le habría hecho algún menosprecio al citado tertuliano, cuyo nombre no consigo recordar, y él se vengó de esta manera.
Lo cierto es que en la vida no todas las personas valen lo mismo. Unas se esfuerzan más que otras, ponen más voluntad en el empeño y no se asustan ante las altas miras. Otras renuncian a todo eso y optan por un pasar más cómodo. Cada cual es libre de elegir el camino que cree que le conviene. Lo que ocurre es que luego pueden emparejarse dos de los que han optado por diferentes caminos vitales.
Uno de ellos se siente inferior en su fuero interno, quizá esta información no la perciba en su nivel consciente, pero se siente incómodo y su instinto le dice lo que ha de hacer: disminuir a su pareja hasta lograr ponerla a su nivel. Esto da lugar a una labor de zapa, muy incómoda para quien recibe los embates y sin que quien los origina pueda parar, porque le surgen de dentro, y sin que sea consciente, quizá, de lo que hace.
¿Cabría esperar del que se ve como inferior que se esforzara para estar a la altura de su pareja? Lo razonable es pensar que no, porque si fuera capaz de tomar ese camino ya lo hubiera hecho antes. No obstante, siempre cabe esa posibilidad.
Entre las variantes que pueden darse está la que se produce cuando quien es inferior moralmente está en situación de ventaja frente al otro.