martes, 29 de enero de 2013

Tiempo de poda

En los primeros tiempos los podaban cada dos años. Pero lo hacían en primavera, cuando los plátanos de sombra ya estaban irradiando optimismo al mundo con la exuberancia de su verdor. No es lo mismo ver un árbol desnudo en primavera que en invierno. Cada cosa tiene su tiempo.
Desde que estalló la burbuja inmobiliaria que no los habían vuelto a podar. Son beatos, presumen de ello, pero luego adoran al dinero. Dado su gusto por la religión, deben de conocer la parábola de las vacas gordas y las vacas flacas. Pero nada. Decir que se lo gastaron todo es impreciso, porque gastaron más de lo que había.
Ahora han vuelo a podar, pero esta vez lo han hecho en enero, que parece un mes más apropiado para ello. No han dejado nada. Cinco o seis ramas por árbol, se conoce que para que dure. Si una tórtola quisiera posarse, no tendría dónde. Y si buscara un nido que estaba hecho desde hace tres o cuatro años, tampoco lo encontraría. Tiempo atrás venía un saltamontes a dormir en la misma rama todas las noches. Si viviera, ya no tendría donde dormir.
Un árbol de hoja caduca en invierno inspira ternura, pero que no se equivoque nadie, está haciendo acopio de fuerzas. En su momento, esparcirá su verdor a los vientos. La savia impetuosa comenzará a subir y obligará a que broten nuevas ramas y muchas hojas, y a partir de este momento ya no inducirá al recogimiento y el reposo, sino que irradiará optimismo y ganas de vivir.
¡Ah!, un plátano. ¡Cuánta sombra da! ¡Y cuánto oxígeno aporta! ¡Y cuánta vida puede cobijar en sus ramas!
Un plátano de sombra es un árbol como otro cualquiera. Cada árbol tiene su estampa y su utilidad. Y ya se ve que también sufren recortes por la crisis. Ahora, reducidos a su mínima expresión, están esperando que el invierno les dé una tregua para recobrar su prestancia. Y cuando llegue el otoño, decorará las calles regalando una alfombra dorada.

miércoles, 23 de enero de 2013

Minutos de oro

Acaba de salir de la ducha y de secarse. No le gusta llegar tarde a ningún sitio, pero, no obstante, se viste con parsimonia, como si el tiempo no existiera, eternizando los instantes, inundando el momento de espiritual paz, sorbiendo algo que puede ser la vida.
Cada movimiento que hace, en el proceso de vestirse, es como una ruptura de ese estado anímico, como una vuelta a la vida dinámica. Por eso los movimientos son lentos y espaciados. Su mente va del pasado al futuro, del recuerdo a la imaginación, sin orden ni concierto, dejándose llevar por la inercia, sin pretensiones de ningún tipo, sino simplemente disfrutando del relajamiento del momento.
Es un momento como esos en los que ni las hojas de los árboles se mueven; como un ir y venir, sin ir a ninguna parte, ni volver tampoco; como esas olas del mar, que llegan mansas y acarician y se van; como esa brisa que protege de los rigores del verano; como esa mirada dulce que nos convence de que vivimos en el paraíso; como ese sueño del que no queremos salir; como ese trago de vino que se retiene en la boca.
Se va poniendo prenda tras prenda con la cadencia propia de la lentitud, con el espíritu aparentemente lejos del cuerpo, con el ánimo tranquilo y dispuesto a ahuyentar cualquier intento de dar prisa que provenga del cerebro.
Finalmente, se ha terminado todo. Apenas han transcurrido unos pocos minutos, muy pocos más de lo que hubiera necesitado el normal proceso de vestirse, pero una vez acabado no renuncia a ese tiempo de demora con el que se ha deleitado.
Y sale a la calle con la seguridad de que llegará a tiempo, de que nada le hará arrepentirse de haberse demorado un poco en un momento concreto.
Quizá piensa que ser feliz consiste en saber detener el tiempo de vez en cuando.

domingo, 20 de enero de 2013

Poquito a poco

POQUITO A POCO

En nuestra mente construimos un modelo de la realidad que nos rodea y que está basado en nuestras percepciones. Si lo pensamos bien, la capacidad que tienen nuestros cerebros de procesar información visual es muy pequeña y, en conclusión, el modelo que cada uno de nosotros construye, aunque útil, sólo puede ser una mera aproximación limitada.



Un millón de fotogramas por segundo: cuando lo instantáneo se convierte en extraordinario.



  



Un billón de fotogramas por segundo: más allá de lo extraordinario.





La resolución temporal es tan grande que es necesario emplear técnicas de reconstrucción matemática para poder obtener lo que estamos acostumbrados por fotogramas y, no sólo eso, sino que el concepto de cámara se transmuta en uno que es una herramienta que nos permite tener percepción tridimensional de lo que no es visible directamente y, aún más allá, podrá permitir en un futuro no muy lejano captar cualidades del interior de objetos sin necesidad del empleo de rayos X. Todo un nuevo horizonte de aplicaciones médicas no invasivas se abre ante nosotros.

En la primera parte del vídeo, podemos ver cómo un pequeño pulso láser atraviesa lentamente una botella de plástico llena de agua y cómo se van dispersando las partículas de luz durante el trayecto. El suceso filmado ocurre en menos de un nanosegundo (mil-millonésima de segundo) y ha sido captado a una velocidad de diez mil millones de fotogramas por segundo. Si se hubiera tratado de una bala, el vídeo hubiera durado todo un año.

En la siguiente parte, podemos ver cómo unos paquetes de luz llegan a un tomate que está en frente de una pared. La luz llega al tomate pero éste sigue emitiendo luz durante un cierto período de tiempo. Esto es debido a que la luz ha penetrado en el tomate, que está maduro, y tarda un cierto tiempo en salir. Esto evidencia una de las utilidades de la femtocámara: la posibilidad de saber el estado de la comida pues es posible averiguar la cantidad de tiempo que tarda en salir la luz que penetra.

En la tercera sección se explica cómo usar la femtocámara para poder hacer una reconstrucción tridimensional de un objeto que está siendo ocultado por un obstáculo. Esto es debido a la alta resolución temporal de la cámara, que hace posible poder saber cuándo llegan los fotones de luz rebotados. Esto crea un cúmulo de datos que, tras el apropiado tratamiento matemático, da lugar a la reconstrucción tridimensional. Las aplicaciones de esta capacidad son múltiples y van desde la búsqueda de supervivientes en escombros de edificios que se han derrumbado en un terremoto, a la exploración menos agresiva de órganos internos como el intestino o el corazón.

Por último, se menciona que, debido a la altísima velocidad de la cámara, la cual es capaz de mostrar el movimiento de la luz, se han de aplicar correcciones relativistas para obtener imágenes sin distorsiones espacio-temporales.

Para saber más, visita la página oficial de Ramesh Raskar en el MIT: [enlace]. 











martes, 15 de enero de 2013

El Monstruo

Todo aquel que ordena que se acose moralmente a alguien es un monstruo. Conozco varios de esos. No voy a decir sus nombres. Se querellarían conmigo si lo hiciera. Pero saben que lo sé, aunque no creo que les importe mucho esto. Lo que realmente les importa es la impunidad y mientras la tengan garantizada el resto les da igual.
El desenlace lógico de un episodio de acoso moral practicado con todas las de la ley es el suicidio del acosado. Que suceda raramente se debe a que el instinto de supervivencia de la víctima también desempeña su papel. El acoso moral consiste en negarle a alguien su dignidad como persona reduciéndole a la condición de apestado. Quien ordena que se actúe de esta manera es, moralmente, un asesino.
Quienes cumplen las órdenes también unos monstruitos. Sin ellos, el monstruo principal no podría llevar a cabo sus desmanes. Los monstruitos, que son tan asesinos como quien les manda, también se pertrechan moralmente y saben que si obedecen órdenes no les puede pasar nada. Los monstruitos se autojustifican, sin percatarse de que nada puede justificar lo que hacen, ni de que con su conducta se descalifican moralmente e ingresan en la cofradía de los despreciables. Más vale ser despreciado, como la víctima, que despreciable como ellos.
También los hay que pudiendo parar un episodio, o más, de acoso moral no lo hacen, porque prefieren conservar la amistad del monstruo de turno que comportarse como personas de bien.
Las víctimas de acoso moral siempre acaban con secuelas, más o menos importantes. Ese es un daño que los causantes deberían cargar en sus conciencias, si las tuvieran.
Los monstruos se regodean de su poder. Los hay que utilizan como acosadores a personas que anteriormente fueron víctimas. Para estos últimos, si acceden, esto es como subir de estatus. De ser no queridos por el monstruo han pasado a ser soldaditos del monstruo, cosa que ven como un avance y no como una degradación.
Una característica del acoso moral es que hablar de él, como en este caso por ejemplo, sólo sirve para que los acosadores perfeccionen su técnica. El acoso moral se va extendiendo a todos los ámbitos de la vida, escolar, inmobiliario, virtual, etc. Es un veneno para la sociedad y perjudica a todos.

jueves, 10 de enero de 2013

La mariposa



En la vida no sólo hay pedantes, sensibleros, avaros, prepotentes, traidores, jugadores de ventaja, codiciosos, oligarcas, psicópatas, cocainómanos, rufianes, pederastas, cantamañanas, déspotas, maltrabajas, trepas, gorrinos, listillos, embaucadores, miserables, difamadores, proxenetas, y otras cosas que me callo.
También hay belleza. Pienso en esa sensación que notan algunas personas en determinadas situaciones que se conoce como sentir 'mariposas en el estómago'. En la vida no sólo hay pelotas que tratan de sacar ventaja sobre los demás con sus 'habilidades' o carroñeros que se aprovechan de la necesidad ajena, también existen corazones limpios que aman. Personas que simplemente se enamoran, sin cálculos, ni temores. Sienten la llamada del amor, dan rienda suelta a sus corazones y viven. Porque la vida sin amor no puede llamarse vida.
Como es lógico pensar, lo indispensable no es ser correspondido en el amor, sino conservar la capacidad de amar.
Hay personas que aman y son correspondidas y hay personas que no tienen esa suerte, pero que si se presenta están preparados para disfrutarla de inmediato.
Tener mariposas en el estómago es algo maravilloso y eso les duele a los manipuladores, porque no quieren que los demás sean felices.
Una mariposa despliega sus alas bellas y vuela y adorna las flores en las que se posa. Cuando despliega sus habilidades por el aire, su vuelo hipnotiza a quienes contemplan.Con su vuelo demuestra la futilidad del mal. ¿Para qué sirve lo feo? ¿Para qué la envidia? Por mucho que se la envidie, la mariposa seguirá siendo igual de bella. Aunque se la mate, la mariposa y su vuelo seguirán siendo igual de hermosos.
¿Para qué sirve esparcir odio, o rumiar venganzas? Es mejor amar. Siempre hay algo o alguien a quien regalar nuestro cariño. ¿Por qué no volcar en el amor todas las energías?
La mariposa es un animal inofensivo y tanto cuando danza por el aire, como cuando se queda quieta en algún lugar, inspira sentimientos nobles;aunque el de capturarla no lo es tanto.
El amor puede surgir de forma torrencial en los corazones preparados para ello. Se quedan sin esa hermosa sensación que es la sentir mariposas en el estómago quienes, por miedo o por egoísmo, se han cercenado esa capacidad innata.

sábado, 5 de enero de 2013

Un sueño y una flor

He visto una flor y he pensado en Ella. Es curioso el pensamiento humano. Tan pronto se ocupa de asuntos filosóficos, como prácticos, eróticos, matemáticos, poéticos, literarios, románticos, lógicos, o incluso de cosas más simples. Ignoro si hay alguien a salvo de la simpleza.
La siguiente tarea consiste en ponerle cara a ella, pero puesto que la flor se cimbreaba con el viento he pensado en sus andares. ¿Cómo serán?
Recuerdo que una vez, en las cercanías de mi domicilio una joven caminaba con andares de pasarela. Evidentemente, su cuerpo, visto por detrás, su cuerpo el propio de una modelo, pero nada espectacular. Lo que más llamaba la atención de ella era, precisamente, su forma de andar. Ella la tenía ya mecanizada y probablemente no sabe caminar de otro modo. Son movimientos estudiados, pensados para agradar y ensayados muchas veces. Creo que hubiera sido una descortesía no admirar esos andares, pero como es lógico suponer pronto le di alcance y la dejé a mis espaldas, y en mi memoria.
Tiempo después vi a otra joven, a la que en la distancia le calculé una altura que oscilaría entre los 180 y los 185 centímetros, que caminaba con la seguridad de las mujeres que se sienten poderosas. Pero lo que llamaba la atención de ella no era la altura ni la delgadez, sino la velocidad con que se desplazaba, aparentemente sin esfuerzo. Algunas veces he hecho seis kilómetros y medio en una hora. Ella iba ocho o diez metros delante de mí y aceleré el paso para ver si era capaz de alcanzarla. Pero llegó un momento en que ella tomó una dirección distinta de la que tenía que seguir yo, por lo que la perdí de vista. Los designios del Señor son inescrutables, pero en este caso es evidente que no quería que yo terminara con la lengua fuera y los pulmones reventados.
Pero el recuerdo de estas dos jóvenes no había resuelto mi problema, consistente en imaginar los andares de Ella. Pero sí que me sirvieron para descubrir mi deseo que consistía en que fueran menos llamativos aunque armoniosos, rítmicos y, en definitiva, con la elegancia de la sobriedad.

jueves, 3 de enero de 2013

De Enrique Vila-Matas a Pablo d'Ors

No es la primera vez que me refiero a este texto, que figura en Dietario voluble, puesto que desde el primer momento me pareció un tanto inquietante. Es el siguiente:
Así es, si así nos parece. El mundo es una ilusión, un escenario en el que todos tenemos frases que decir y un papel que representar. Cierta clase de actores, al reconocer que están en una obra, seguirán actuando a pesar de todo; otra clase de actores, escandalizados de descubrir que están participando en una mascarada, tratarán de irse del escenario y de la obra. Los segundos se equivocan. Se equivocan porque fuera del teatro no hay nada, ninguna vida alternativa a la que uno pueda incorporarse. (…)
Me parece adecuado hablar del escenario en el que nos movemos, y me consta que hay gente capaz de hacer lo que sea por estar; lo que me inquieta es la afirmación de que fuera del escenario no hay nada. Pero si uno piensa en los parias se da cuenta de que sí que hay algo fuera de él. La casta de los parias no sólo está en la India, sino que los hay por todas partes del mundo. Y si ellos consiguen vivir fuera del escenario, también es posible que lo logren otros que se hayan apartado voluntariamente. ¿Se habrán equivocado con esa decisión?
El amigo del desierto, de la misma editorial, escrito por Pablo d'Ors, indaga en otra realidad de la vida, bastante alejada de lo que se da en el mundanal ruido, como es la de la introspección. Ésta quizá sea la aventura más apasionante para cualquier ser humano. No todo el mundo está dispuesto a encontrarse a sí mismo, no vaya a ser que se lleve una desagradable sorpresa al quitarse la máscara con la que participa en el teatro de la vida.
Para los amantes de las delicias espirituales, este libro del nieto de Eugenio d'Ors, como el resto de los suyos, responde a todas las expectativas que haya depositado en él.