jueves, 28 de febrero de 2013

Paradojas de la historia

Reflexiones sobre la historia del pueblo iraní y sus relaciones con el pueblo judío.

Edición Impresa: jueves, 28 de febrero de 2013


Por Francisco Javier Guardiola - Escribano (losagonistass@yahoo.com.ar)

En estos días los diarios del país se nutren de la noticia sobre el acuerdo de la Argentina con Irán y su ratificación parlamentaria, en el proceso de investigación del atentado terrorista de 1994 contra la AMIA. Hemos visto la película "Argo", que revive el hecho histórico de la toma de rehenes a manos del régimen del Ayatolah Komeini en 1979 y hemos visto la versión cinematográfica de la vida de un prohombre norteamericano de trascendencia universal como Lincoln. Esto me ha llevado a pensar en la historia y en sus recurrentes paradojas.
Voltaire decía que la historia de la humanidad tan sólo era el relato de unos cuantos crímenes. Es que la historia humana está llena de paradojas y, en nombre de una idea superior, se cometen los crímenes más atroces: el Papa Pío V en 1571 llama a los cristianos de Europa a matar moros en la Batalla de Lepanto. La Inquisición tiene una finalidad evangelizadora durante gran parte de la Edad Media y Renacimiento y para ello tortura e incendia a personas. La Revolución Francesa, en nombre de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, asesina a miles de inocentes y deviene en la tiranía de Napoleón.
La revolución bolchevique, en nombre de la igualdad, discrimina y asesina a judíos y a gitanos, a homosexuales, a simples disidentes del régimen y termina en la dictadura de Stalin para devorarse a más de veinte millones de vidas. Abraham Lincoln pertenecía al Partido Republicano y fue el precursor de la abolición de la esclavitud en el país del Norte, siendo a la sazón los demócratas los abanderados del esclavismo: hoy tienen un presidente afroamericano que pertenece al Partido Demócrata y hoy los republicanos representan la facción política más rígida. Para muestra paradojal, sirve un puñado de botones.

Irán es un país ubicado al oriente de los ríos Tigris y Éufrates, y al noreste del golfo Pérsico. Sus habitantes primitivos, los iraníes de origen ario, no difieren demasiado en términos étnicos de los actuales iraníes. Se trata del lugar del planeta en donde podríamos decir que nació la civilización Occidental. Se trata del lugar en donde a unos pocos kilómetros de distancia, sumerios y acadios inventaban hace más de cinco mil años la escritura abstracta para bien y progreso de la especie humana y nos regalaban, para deleite de poetas, la Epopeya de Gilgamesh. Entre los siglos VI y IV antes de Cristo, surgió un primer gran imperio en la humanidad, el Imperio Persa, de la mano de los Reyes Aqueménidas Ciro II el Grande, Darío I, Jerjes, Artajerjes y otros, hasta que Alejandro Magno derrota a Darío III en el 333 a.C. Luego reaparecerá como segundo Imperio Persa ya en la era cristiana y bajo la dinastía Sasánida, hasta su caída en el 651 a manos de los califatos islámicos.

Los imperios persas de la antigüedad y de la alta edad media que menciono, se caracterizaron por haber ejercido una enorme y fundamental influencia en el mundo griego previo y posterior a Alejandro Magno, que fue su gran admirador -se incluye la influencia sobre casi todos sus filósofos- y en el mundo romano y su poderoso imperio. Su religión, el mazdeísmo, fue el camino religioso creado por Zoroastro (¿S. XVII a.C.?) que influyó decididamente en el judaísmo, en el cristianismo y en el islamismo Shiíta profesado en la región irania, y posiblemente en el budismo, en el taoísmo y en el confucionismo del Oriente lejano. El arte, la política, las grandes obras de ingeniería en tierra y mar (el canal de Suez fue una obra de Darío I que unió al Mar Rojo con el Mediterráneo) y la libertad religiosa que el Imperio Persa daba a los pueblos conquistados, son sólo ejemplos claros de la deuda cultural que la humanidad tiene con el antiguo Irán.
Pero quiero resaltar una característica que sobresale en la cultura persa: la permanente inclinación benefactora hacia el pueblo judío. Ciro El Grande libera a los judíos de su esclavitud en Babilonia en el 539 a.C. y les restituye los tesoros acumulados por Nabónido, el rey asirio derrotado por los persas. Darío construye el templo de Jerusalén y todos los reyes aqueménidas siguientes fueron decididos benefactores del pueblo hebreo. El reconocimiento de los judíos no se hizo esperar: en la Biblia se le da categoría de "Mesías" o "Ungido" a Ciro El Grande (Isaías 40-56).
Aquí viene lo de las paradojas en forma de pregunta: ¿Cómo es posible que dos pueblos que durante tantos siglos fueron aliados culturales indiscutidos, hermanos por afinidad monoteísta y colaboradores recíprocos de sus economías, se hayan convertido casi de golpe en enemigos más que íntimos durante los últimos treinta años?.
Será que no vivimos en el mejor de los mundos posibles como sugería Leibnitz, ni estamos, como afirmaban los enciclopedistas del siglo XVIII, lanzados a un irremediable progreso indefinido. Será que un pinchazo en un extremo del universo no influirá necesariamente en el otro extremo. Y será que las variables de comprensión de la historia caminan por múltiples senderos y en algunos casos por todos a la vez: el azar, las pasiones intestinales, el fanatismo de muchos, la naturaleza animal, los intereses económicos, los intereses de poder, las venganzas, el odio o el amor de alcobas y, finalmente, las ideas e ideales superadores de algún grupo victorioso.
http://www.losandes.com.ar/notas/2013/2/28/paradojas-historia-699155.asp


sábado, 16 de febrero de 2013

La belleza del almendro en flor


Hablar de la belleza es gratificante, pero también, en cierto modo, un tanto azaroso. El problema principal es definir la belleza. No a todos les parecen bellas las mismas cosas, ni a todos les afecta igual la contemplación de algo bello.
El alma humana es bella cuando corresponde a una buena persona. No cabe duda de ello e incluso induce al sosiego de quienes la contemplan, en el caso de que también sean buenas personas. A las que no lo son las llena de envidia. No hay nada que envidie más una mala persona que la bondad.
La foto que ilustra el texto es algo antigua. Me la envió un amigo de Parcent y en ella conviven tres cosas bellas: la nieve en el peñón de Tárbena, las naranjas y los almendros en flor.
Este es el tiempo del almendro en flor, con cuya belleza pocas cosas pueden competir. El almendro en flor, tan bello, también es muy delicado y está sujeto a muchos peligros. Entre ellos, el del frío. En la foto, el frío está lejos, allá en lo alto del peñón y el peligro que representa para las naranjas y las flores del almendro no es inmediato. Más bien sirve para embellecer el marco al añadir una tonalidad del blanco al blanco de la flores, en contraste con el vivo colorido de las naranjas.
La belleza, la fragilidad, la naturaleza que parece ingeniárselas para combinar cosas útiles y hermosas, y como contrapartida esas cosas horrendas y dañinas, en las que tampoco se puede dejar de pensar, puesto que tienen una existencia real y palpable.
Las amenazas para tanta belleza siempre están latentes, pero el mal no puede triunfar nunca sobre la belleza, tan solo puede apagarla momentáneamente. El triunfo del mal es efímero. Lo bello volverá y, mientras tanto, permanece en la memoria de las gentes.

domingo, 3 de febrero de 2013

Cómo nos vemos y cómo nos ven

Debió de ser en el decenio de los sesenta del siglo pasado cuando M., un labriego con poca instrucción, le soltó la indirecta a J., también labriego. M. se había visto en dificultades tiempo antes y las había sabido resolver. Se dio cuenta de que la gente de su entorno no hubiera sido capaz de salir del paso en una situación como la que él había tenido que pasar y se sentía infravalorado por la opinión pública. Tenía razón, pero sólo en parte, porque la gente no puede saberlo todo. M., sin embargo, no tenía en cuenta que ese también podía ser el caso de J. Y de hecho lo era.
Fue en mi presencia cuando M. le dijo a J., con retintín: cómo nos vemos y cómo nos ven...
Otro de mis recuerdos antiguos me lleva hasta E., que era un señor de gran prestigio social. Poseía una gran inteligencia y, además, otras cualidades que le habían encumbrado en la escala social. Sin embargo, él aún tenía de sí un concepto mucho más alto y su numeroso entorno le aceptaba esta presunción suya y lo trataba con arreglo a ella.
Pero el tal E. tenía un defectillo y es que de vez en cuando daba alguna puñalada por la espalda. Nadie tiene derecho a imaginar eso si no tiene datos en ese sentido, por lo que lo correcto y adecuado era dar por bueno el concepto que tenía de sí. El problema es de quien se supervalora, no de quienes le creen. Pero ocurrió que la última de sus puñaladas no le salió exactamente como había previsto, de modo que la coartada que se había preparado para engañarse a sí mismo no le sirvió. Como de costumbre, casi nadie supo de su insana acción, por lo que siguió gozando de todo su prestigio. Pero ya no volvió a ser el mismo. No le había quedado más remedio que darse cuenta de que no era como se soñaba, sino un pobre diablo.
Cabe deducir de los ejemplos citados que la opinión de los demás puede ser un punto de referencia, pero no un valor absoluto.

viernes, 1 de febrero de 2013

Jorge Ballester en Galería Punto


Creo que los artistas, al menos por ahora, necesitan a las Galerías. Obviamente, unos más que otros. Pero, sobre todo, las Galerías son importantes para el público. Es imposible ser experto en todo, por lo que alguien que desee comprar un cuadro tiene un buen punto de referencia si el cuadro que le gusta ha estado en una Galería prestigiosa.
Galería Punto es una de ellas y de sus paredes cuelgan actualmente algunos cuadros de Jorge Ballester, un artista consagrado desde hace mucho. En este caso, Galería y pintor se prestigian mutuamente. Todos los cuadros que tiene expuestos, como es habitual en él, son inquietantes o invitan a interpretaciones que van más allá de la intención del artista. Como ocurre, por ejemplo, con el cuadro titulado Mujer objeto tocándose la figa con la mano derecha. Jorge estaba en la Galería y le he preguntado si la gente de otros lugares sabrá lo que es la figa y me ha contestado, pues en lugar de figa pongamos coño. Lo de que estén tocándose la figa podría remitir a un artículo que escribió cierto director de periódico en el que afirmaba que las funcionarias se pasaban todo el tiempo haciendo eso. No es cierto. El hecho de que utilice la mano derecha tampoco tiene connotaciones políticas. Hay más gente diestra que zurda. El cuadro, simplemente, pone de relieve a la mujer objeto. En su representación interviene una guitarra. Sobran los comentarios.
Otro de los cuadros se titula Camisa blanca. Baja una línea por la pared y confluye en el cuello de un hombre que lleva una camisa blanca. Da la impresión de que cuelga de una cuerda. El hecho de que la primera idea que concita en el espectador sea esa es elocuente. Creo, por lo que he podido averiguar, que a todos o casi todos les ocurre lo mismo. La segunda mirada ya es más indagatoria, ¿es una cuerda de la que cuelga o es una raya que hay en la pared?
Quizá, lo que pretende decirnos Jorge Ballester es que el mundo en el que vivimos no invita a que nos durmamos en nuestros laureles, sino a que miremos las cosas con atención.