viernes, 24 de mayo de 2013

Dos tipos de persona

Parafraseando al clásico cinematográfico, se podría decir que el mundo se divide en dos. A unos se les reconoce porque basan su personalidad en la memoria. Recuerdan sus actos, mejores o peores y tratan de construir su identidad basándose en unos ideales. Las personas pueden formar su propia.
identidad, no así los pueblos, puesto que las personalidades colectivas dependen de circunstancias cambiantes. La personalidad individual depende de la voluntad del sujeto y del valor que tenga, porque algunos sueñan algo, pero no se atreven a intentarlo.
A otros no se les reconoce por su identidad, puesto que para predecir sus reacciones no hay que basarse en sus actos anteriores. Se les reconoce por sus pautas de conducta, como a los gatos y a los patos (he escogido a dos animales simpáticos). Van adonde hay comida. No suelen recordar lo que no les interesa, sino que se centran en aquellos lances que les convienen, o en los que han sacado provecho. No les sirve la memoria, pues, para formar su personalidad, sino que es una herramienta más en orden a conseguir lo que les apetece. Recuerdan estrategias.
No se puede decir que abunden más los hombres o las mujeres en uno u otro sector, sino que probablemente se reparten por igual.
Lo que sí que parece fuera de toda discusión es que tanto los de un tipo como los de otro, prefieren, en principio, tratar con personas con código. Para los que también lo tienen, porque con ellas se sienten entre iguales, saben que pueden confiar, al menos hasta cierto punto. A los que no lo tienen también, porque saben que disimulando un poco, para hacerles creer que tienen ética, pueden ganar su confianza y sacar provecho del asunto.
Cuando ambos amigos pertenecen a la especie representada por los patos los dos hacen cua cua para despistar al otro y desviarlo del objetivo.

domingo, 19 de mayo de 2013

Ouka Leele

Hay que hacerle caso a Antonio de Senillosa. Acertaba de vez en cuando, y esta vez fue, estoy convencido, una de ellas. Vino a decir que quien conozca a Ouka Leele y no sepa nada todavía de su obra, puede equivocarse en el caso en que se fije únicamente en lo suave, tierna y frágil que es, porque, aclara a continuación, se transforma cuando asume el papel de artista. Entonces su temperamento fluye sin freno, su creatividad se desborda y su ojo parece dotado de poderes mágicos, capaces de ver arte donde otros no vislumbramos más que una escena cotidiana.
Yo he tenido la suerte de tratarla en su vertiente mundana, en las que se sirve de su extremada educación, su tolerancia y su dulzura. ¿Qué hubiera pensado de mí si me hubiera mirado con su ojo profesional, en trance artístico? Nada bueno, sin duda. Pero no es bueno que me atormente con esa idea, prefiero centrarme con lo real, antes que con lo supuesto, y ahí me tropiezo con esa sonrisa que me dedicó.
Desde el 16 de mayo y hasta el 22 de junio expone 42 de sus obras en la Galería Punto. Merece la pena visitar la exposición. No puede dejar indiferente a ningún amante del arte. La suya es una mirada sobre la vida, sobre lo que somos, muy interesante. Nunca llegamos a conocernos del todo, de modo que cualquier pista que se nos dé sobre nuestra idiosincrasia merece nuestra atención. Sería prolijo y tedioso hablar de todas las obras expuestas y fuera cual fuera la que eligiese Amparo y Nacho Agrait, los directores de la Galería, me dirían que había elegido bien. Hecha la salvedad anterior, me atrevería a señalar, como muestra del arte de Ouka Leele, un cuadro hecho a partir de una fotografía en blanco y negro, en el que una agraciada joven da la espalda a una ventana a través de la cual se ve, en primer plano, la cúpula de un gran edificio, adornada con diversas esculturas y coronada por otra que representa un ángel. La joven tiene una caja de cartón de la que saca, exhibiéndolo, un precioso filete.
En la foto, Amparo Zaragozá, Ouka Leele y yo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

El canalla y el perro

Al pasar por el lado de un parque, he visto a lo lejos, a un hombre que jugaba con un perro. La idea que me ha venido a la mente es esa, la del canalla y el perro. Y, sin embargo, lo más probable es que ese señor sea una bellísima persona.
Independientemente de eso, los canallas existen. Y cuando se mueren es posible que vaya gran cantidad de gente al entierro. Es que esas personas que van no creen que haya muerto. Los canallas, a menudo, parecen inmortales para sus víctimas. Las han que se pasan la vida sufriendo canallada tras canallada, sin poderse defender, y cuando su verdugo muere no pueden creer que sea cierto. Y van al cementerio a comprobarlo. Y ni siquiera así. Cuando al día siguiente no llega la canallada de costumbre su primer pensamiento es que se ha acabado el mundo. Y el segundo, disfrutar de la felicidad antes de que otro canalla ocupe el puesto del muerto.
Los perros no son así, claro. Hay un dicho al que se adaptan muchas personas: Hacer como hacen no es pecado. Y si ven que lo hacen muchos es buscar la fama y el dinero, buscan la fama y el dinero, y a menudo la encuentran. Un perro, por el contrario, es fiel a sí mismo, independientemente de lo que haga su entorno.
Tuve una perra (quizá yo sea un canalla, aunque no tengo fama ni dinero). Era pequeñita. Pesaba dos kilos y medio. En sus últimos tiempos era sorda y ciega. No le importaba nada. Era feliz. Lo único que quería es que la acariciaran. Cuando necesitaba algo, le bastaba un ladrido para conseguirlo.
Dicen que la meta humana es la felicidad. Y no la podemos conseguir y resulta que los perros son felices. Por lo menos se sabe que hay perros que son felices.
Los dioses nos han enviado a los perros para que nos guíen. Ya guían a los ciegos. ¡Pero es que todos estamos ciegos!

viernes, 10 de mayo de 2013

Particulares ideas sobre la nobleza

Al hablar de la nobleza me refiero a la de espíritu. De la otra, mejor no hay más que ver hasta dónde ha sido capaz de llegar el conde de Godó, Grande de España. O sea, ha llegado a conde y Grande. Hubo uno de esos de sangre azul que tildó a Adolfo Suárez de advenedizo, y recibió la respuesta adecuada. Estos tipos heredan cualquier cosa y creen que la merecen. O sea, discurren como cualquiera que no haya tenido ganas de ir a la escuela.
La otra nobleza, la buena, escasea en nuestros días. No se la admira como antes puesto que no sirve para “triunfar”. Lo de ganar mucho dinero requiere desparpajo y buenas dosis de indiferencia hacia los demás. ¿Qué nobleza se les puede presumir a esos que se jubilan con un saco de millones? No les importa el hambre ajena, van a la suya. También creen que han merecido eso. O por lo menos dan a entender que es lo que piensan.
Tembién se busca hoy en día, a costa de lo que sea en un gran número de ocasiones, la fama, pero no al modo en que la buscaba Don Quijote, llevando a cabo una proeza tras otra, desfaciento entuertos sin parar, sino de un modo mucho más cutre. Lo que importa es ser conocido, a costa de lo que sea, entre otras cosas, para ver si por este camino se consigue mucho dinero. Ese dios tan adorado.
Se suele decir que alguien se ha hecho a sí mismo cuando se ha sido de la senda que parecía tener marcada en la vida, para abrir nuevas y exitosas vías, asumiendo riesgos y poniendo grandes dosis de voluntad. Y aquí nos hablan luego de alguien que ha llegado a la presidencia de un banco o Comunidad Autónoma y dicen que se ha hecho a sí mismo, y sucede que ha logrado el “éxito”, haciendo la pelota, dando codazos y poniendo zancadillas.
A quien sea noble, o quiera serlo, no le queda más solución que procurar que su interés práctico no ocupe todo el espacio, sino que deje sitio para que el ideal pueda vivir con holgura.