viernes, 25 de julio de 2014

La verdad del gilipollas

Hace poco di noticia de un gilipollas y han sido muchos los que me han preguntado por su nombre, como si sólo hubiera uno. En cualquier caso, yo cumplí la máxima de Concepción Arenal que dice «Odia el delito y compadece al delincuente». Pero daré una pista. Tengo un grupo en Facebook que se llama '1978. El año en que España se cambió de piel'. Facebook no da la opción de invitar, sino la de incluir. Queda la alternativa de ir preguntando uno a uno por correo. Es más práctico incluir, teniendo en cuenta que quienes no estén conformes pueden borrarse fácilmente. Hay más de 900 incluidos, puede imaginarse la tarea de ir preguntando uno a uno. Pues el sujeto de marras se borró, pero no contento con ello dijo que es un grupo gilipollas. No se miró al espejo.
Si cabiamos gilipollas por necio, término que no está muy alejado, damos con Oscar Wilde, que dijo que la gente conoce el precio de las cosas, pero no su valor.
Bien. Supongamos que se organiza una carrera. Los participantes han de estar corriendo durante una hora, al término de la cual se medirá qué distancia ha recorrido cada uno. El participante A1 ha hecho 2432 metros (ya sé que durante una hora se recorre un espacio mucho mayor, pero este es un ejercicicio de imaginación). A2 2430, A3 2415, etc.
A1823 sólo ha completado 458 metros. ¡Pobre! Pero se para uno a mirar y ve que su recorrido era todo en cuesta, y muy pronunciada, y llena de grandes peligros. Si los demás participantes hubieran tenido que pasar por ahí habrían perecido todos, o casi todos. Hay que tener todas la variables en cuenta. Pero no. A los primeros no les interesa, porque entonces perderían sus premios, o parte de la consideración obtenida. Los otros sólo piensan que ser amigos de A1, A2, A3, etc., da más lustre que serlo de A1823.
Quizá fuera por esto que Antonio Machado usó su capacidad versificadora para decirlo así: «todo necio confunde valor y precio.»
Por otra parte, a A1823 tampoco le interesa mucho que la gente se fije, puesto que el conocimiento del asunto va a generar incomodidad en muchos, y puede comenzar a recibir pedradas traicioneras.

domingo, 20 de julio de 2014

Encontré un gilipollas

Como el que anda por el campo y ve un caracol, navegaba por Facebook y di con un gilipollas. Si quien encuentra el caracol es un experto en malacología lo que hará es clasificarlo adecuadamente. Si no es experto, se limitará a decir que el caracol es grande o no tanto. En el caso del que hablo puedo decir que el gilipollas es grande. Es decir, que es muy gilipollas. El uso de esta palabra se justifica en que procede de la terminología del sujeto.
Hay gente de la que, por su comportamiento, se deduce que ha vivido entre algodones, ha tenido sus oportunidades, que ha aprovechado, en su totalidad o parcialmente, y que se siente cómoda en un sistema de castas, en el que sólo permite acercarse a quienes considera sus pares y con los demás contemporiza. No tienen reparos en actuar con prepotencia, chulería, befa y escarnio, como sempiternos niñatos consentidos.
Si se hubieran tenido que enfrentar con la vida sin más armas que sus propias manos y sin más ayuda que la que pudieran prestarse a sí mismos entonces se habrían dado cuenta de que hay otros valores y otras capacidades y otros méritos que merecen respeto.
Quien ha tenido que enfrentarse con la vida sabe lo que es el respeto al prójimo. Entonces, busca hacer las cosas de forma elegante y no desconsiderada y chulesca.
Dijo Freud que fue un hombre afortunado, porque nada le resultó fácil. Esto lo sabe todo el mundo y sobre todo los que se las dan de cultos, o lo son, pero ya se ve luego que no lo acaban de comprender.
No se dan cuenta de que menospreciar a quien no se conoce puede dar pie a que un día se les dé una lección de la que les cueste reponerse. Hay personas que parecen poca cosa, pero que llegado el caso saben dar la cara cuando la mayoría, dentro de la cual están los niñatos, se difumina.

viernes, 11 de julio de 2014

Un partido de tenis de mesa

 
 
Se enfrentaban los dos mejores jugadores del pueblo. Uno era rico y el otro pobre. El rico tenía un juego espectacular, muy vistoso para el espectador. Obligaba a jugar lejos de la mesa con pelotazos fuertes que buscaban las líneas del fondo. Este modo de jugar permitía también dar efectos variados a la bola.
El pobre, por su parte, jugaba en corto. Hacía saltar la pelota a un palmo, o palmo y medio de la red, como mucho. A veces se podía dar efecto a la bola, pero al jugar tan rápido muchas veces no se podía. En este tipo de juego era capaz de devolverlo todo.
Yo era el único espectador, quizá por la hora en que jugaban, o por cualquier otra circunstancia. Ya hace muchos años de eso.
Comenzó el partido y el rico impuso su forma de juego, espectacular y dominante, e incluso hipnotizante, pues su rival no podía contener la avalancha de pelotazos que se le venía encima, a pesar de que ponía todo su empeño.
Se acercó a mí y me dijo: Che, no puedo con él. Prueba a jugarle en corto y verás, le respondí. Fue decidido hacia su sitio y me hizo caso. Las tornas cambiaron. Ahora el que se las veía negras era el rico, que acabó recibiendo una paliza, un tanteador en contra escandaloso. El pobre se me volvió a acercar y me dijo: ¿Has visto como le he jugado en corto y le he ganado?, como si hubiera sido idea suya. Le dije que sí, que había sido una suerte para él que se diera cuenta.
¿Para qué tenía que decirle más? El agradecimiento es propio de los espíritus selectos. Un patán ni siquiera se da cuenta de que le han hecho un favor, o que se han sacrificado por él. Para un patán la culpa es de los demás, o de la suerte, cuando algo le sale mal; y el mérito es suyo por completo, si logra algún éxito.