viernes, 8 de agosto de 2014

Willy Ramos regala color

Vivimos en un mundo en el que no resulta raro ver a gente mezquina, taimada, engañosa, o tan dominada por el odio que quisiera ver destruido al objeto de este odio, sea persona, animal o cosa. De pronto hay una exposición de Willy Ramos y es como si con su obra quisiera decirle a toda esta gente de segunda fila que hay un camino mejor que el del afán de destrucción. El mensaje de este pintor colombiano afincado en Valencia es de optimismo y generosidad. El comisario de la exposición en el Centro del Carmen, Eduardo Alcalde, convendrá con esta apreciación mía.
Esa generosa invitación al optimismo de que hace gala el pintor no se dirige a personas concretas, como es el caso de la gente mezquina, que los hace según a quién. La generosidad del pintor, como la de los donantes de sangre, es para el universo. Cualquiera que se acerque a contemplar la exposición, o se tropiece con alguno de ellos en otro lugar recibe una ración de amor a la vida.
Los títulos de sus cuadros son significativos. Reproduzco algunos de ellos: Jardín azulado, Pienso en ti, Verde para estar juntos, Flores amorosas, Jardín para Carmen, Río de Flores, Jardín pintado para ti, Amor escondido (que es el que reproduzco).
La exposición se titula 'La memoria del color'. Su pintura viene a mostrar la alegría del pueblo colombiano que en este punto viene a coincidir con la de la Valencia en que vive. Todo el colorido de las Fallas hermanado con la alegre belleza colombiana. La gran sala del Centro del Carmen que acoge hasta el próximo 28 de septiembre las 45 obras del artista, entre las que hay óleos, dibujos y esculturas, es una fuente de vitalidad para sus visitantes.
Willy consigue que los colores más fuertes y más agresivos en otros contextos, hablen dulcemente situados en sus jardines, o dando forma a las flores, que no están en sus cuadros para que admiremos su belleza, sino para mostrarle al espectador que la vida es bella y que merece ser vivida por encima de todo.
Con los hierros y con las maderas también sabe crear un mundo amable y sugerente, de mujeres bellas y sueños hermosos.
Vicente Torres

domingo, 3 de agosto de 2014

Tony Judt y el Estado de Israel

En un artículo titulado The country that wouldn't grow up, que Rebelión publicó traducido al español poco tiempo después con el título El país que no quería crecer, Tony Judt se refiere al Estado de Israel en unos términos que, en mi opinión son un tanto inexactos.
Conviene empezar por el título. La alusión a que no quería crecer hay que entenderla en el sentido de que prefiere seguir siendo infantil. Pero es que son las personas, algunas, las que alcanzan la madurez. No hay más que ir al fútbol para comprender que muchos individuos serán infantiles de por vida. Por supuesto que todos los países del mundo son infantiles. Cuando las personas se convierten en masa y actúan de este modo desaparece todo aquello que caracteriza la madurez. De ahí que la doctrina nacionalista sea tan nociva. El nacionalismo fomenta el comportamiento inmaduro de sus seguidores.
Afirma también el autor del artículo citado que hubo un tiempo en que el Estado de Israel no fue odiado por todos. En caso de ser cierta esta afirmación, lo sería durante un corto periodo de tiempo. El pueblo judío ha sido odiado a lo largo de los tiempos y este odio desembocó en el Holocausto. Es un pueblo singular. Cualquier otro pueblo, el español, el inglés, tiene una base territorial. Los pueblos suelen estar constituidos por una gran mezcla de razas. El pueblo judío, en cambio, se caracteriza por tener una cultura única y está disperso por multitud de lugares. Juzgar si es bueno o malo que el pueblo judío se haya empeñado en conservar su cultura es atrevido. No se pueden tener todos los datos que serían necesarios para hacerlo y se sabe que el empeño lo viene pagando caro. No es una opción que salga gratis. Junto con el odio de que viene siendo objeto a lo largo de la historia hay que poner en la balanza sus contribuciones a la humanidad.
La tercera cuestión que hay que tener en cuenta es que fueron las primeras potencias de la época, con el visto bueno de la ONU, las que proporcionaron el país al pueblo judío. Les dieron unas tierras y les dijeron: apañaos como podáis. Esto no lo dijeron, pero como si lo hubieran dicho. Deberían haber sido los soldados de la ONU los que desde el principio vigilaran las fronteras de Israel, las que defendieran al pueblo judío de todos los ataques.