jueves, 19 de febrero de 2015

Vivir sin dios

No necesitó Sócrates de ningún dios para vivir de acuerdo con sus principios. Claro que todo el mundo no es Sócrates. Sabía tanto que comprendió que lo que sabía comparado con lo que le faltaba por saber no era nada.
Fue también Sócrates quien demostró que cada uno lleva dentro de sí la verdad, aunque habría que dejar aparte, al menos, a los psicópatas. De modo que cada cual sabe sin ayuda de nadie que el acto que acaba de realizar es correcto o incorrecto. Eso, de forma teórica, porque en la práctica se observa claramente que muchos han renunciado a esa facultad. Como si tuvieran miedo de saber si lo que hacen está bien o está mal, porque el hecho de saberlo condiciona el comportamiento.
Y así se puede ver al sujeto que carente totalmente de ética y moral, atento tan sólo al qué dirán, y sobre todo al qué dirán de su círculo más próximo, se viste de persona justa y cabal, e incluso cree que lo es, y reparte premios y castigos de forma caprichosa, pero, eso sí, encontrando los motivos que justifiquen cada acción y procurándose previamente la aprobación de la peña.
Pero los que más abundan son los que asumen la moral, por llamarle de algún modo, del grupo en el que se han integrado con el fin de proteger sus egos, que no son capaces de resistir la intemperie. Así las cosas, es obvio que el descubrimiento de Sócrates no es aprovechado debidamente por la humanidad.
Cabe preguntarse entonces por qué los hay que se empeñan en matar a Dios. Es posible que Dios exista o que no exista. Pero el hecho de que la gente piense que hay un ser superior, un dios en alguna parte de la inmensidad, que está viendo todos sus actos y que incluso sabe cuál el fin que los motiva, sirve para refrenar muchas canalladas, grandes o pequeñas.

domingo, 15 de febrero de 2015

Elogio de la sabiduría

Al leer el título cualquiera pensará pues claro que la sabiduría es loable, ¡faltaría más! Sin embargo, las cosas no son tan fáciles. La sabiduría es como un objeto precioso puesto en un escaparate que todos alaban al pasar y casi nadie compra.
Hay dos detalles a tener en cuenta. La sabiduría llevó a Sócrates a morir antes de hora. Y no sirve para ganar dinero. Es más, las personas sabias dan al dinero exactamente el valor que tiene, ni menos, ni más.
Hace años, en un lugar repleto de personas de alto C.I. dije que la función de la inteligencia es buscar la sabiduría. ¡A mí no me interesa la sabiduría para nada!, me contestó alguien. Contra lo que pueda parecer, no es una respuesta aislada. Nadie le contestó. Pero es que en el devenir de los días he seguido los pasos de personas muy talentosas y, en muchos de los casos, de sus escritos o discursos no se deduce que les interese mucho la sabiduría. Les importa el brillo,  impresionar a la audiencia y, sobre todo, que les paguen bien por lo que hacen.
Quizá haya más personas sabias de las que yo veo, pero el asunto no estriba tanto en el número de sabios del mundo, sino en el interés que despierta la sabiduría en el común de las gentes.
Tampoco parece que sea indispensable tener una gran inteligencia para conseguir la sabiduría, sino que lo importante sea desearla. Quizá hubiera mucha más en otros tiempos, cuando la vida contemplativa estaba más en boga. Tiempos en que los pastores abundaban y los labriegos, tras su dura jornada laboral, buscaban un sentido a la vida, alguna explicación para las penurias que se veían obligados a pasar.
Quizá ahora sea más fácil para mucha gente ganar más dinero del que se necesita, y como consecuencia el vil metal ha pasado a estar en el centro de casi todos los pensamientos.

domingo, 8 de febrero de 2015

Elogio de la soledad

La soledad nunca falla, no importuna, no presiona para que se piense de esta o aquella manera, no da prisa, no interfiere, no malinterpreta, y sin embargo se la teme.
Los hay que con tal de ser aceptados en un grupo, o por miedo a ser expulsados de él, actúan en contra de lo que creen correcto. En este sentido, convendría recordar que según Sócrates, o según la genial interpretación que Platón hizo de él, todo el mundo sabe en su fuero interno qué es lo correcto y qué lo incorrecto, con la salvedad, dicho sea de paso, de los psicópatas, que se rigen por un código diferente.
A la vista de lo anterior no queda más remedio que convenir en que quienes se someten al dictado de un grupo pagan un precio que excede a los beneficios que supuestamente reciben por pertenecer a él. Porque eso de creer que uno no está solo no deja de ser una ilusión. Todo ser humano está solo frente a eso que llamamos conciencia y que vendría a ser como ese conocimiento innato de lo que está bien y está mal.
Ningún componente de un grupo cuya moral esté por encima de la conciencia individual de sus componentes podría resistir una charla con Sócrates. Cuando alguien se ve obligado a renunciar a su individualidad para poder pertenecer a un grupo hace mal negocio.
Tampoco escasean aquellos que necesitan de un líder que guíe sus pasos. Incluso los hay entre personas dotadas de gran capacidad de raciocinio y mucha cultura, pero se conoce que caminar sin más orientación que la propia brújula les produce vértigo y entonces se dejan guiar por alguien al que le atribuyen unas cualidades superiores a las propias. Le conceden poder, en otras palabras, y ya se sabe que el poder tiende a corromper.
Es muy conveniente saber apreciar las cualidades ajenas y hasta admirarlas, pero sin perder la propia autonomía.