lunes, 18 de mayo de 2015

Con respecto al afán de superación

Queda muy bonito decir que se admira el afán de superación, pero esta afirmación puede tener la finalidad de enmascarar la frivolidad de quien lo dice.
El citado afán está muy bien que se estimule en los ámbitos apropiados y en las personas susceptibles de tenerlo. En conversaciones mundanas está fuera de lugar muchas veces. A menudo, quienes lo dicen muestran cierto desinterés por las personas con las que hablan, sin que en ningún momento traten de averiguar si ellas se da o no dicho afán. Si su admiración o respeto por él fuera el que anuncian se comportarían de otro modo con la gente.
Tampoco conviene el papel de los genes. Algunas de las personas que han logrado superar los problemas dificilísimos que les ha planteado la vida han tenido la suerte de que su genética les ha empujado a ello. La voluntad es muy importante, pero ésta también viene dada, en mayor o menor medida, por los genes. Digo estas cosas para dejar constancia de que las cosas no son tan fáciles como puede parecer a simple vista. No se trata de que alguien diga: voy a tratar de superarme, y ya está. Es más complicado.
Y del mismo modo que hay gente que no se arredra ante los obstáculos, también la hay que se hunde a la mínima dificultad. ¿Quienes dicen que admiran el afán de superación desprecian a estos otros? A lo mejor tampoco es cierto. Quizá sea que no saben lo que dicen, porque puede darse el caso de que en su entorno tengan otras personas así y las traten con mucho cuidado.
Al final, lo que descubre ese modo de hablar es que a quienes utilizan esas expresiones tan a la ligera el ser humano les importa poco. Les interesan únicamente las personas que están en sus círculos. Y a pesar de esa evidencia es posible que digan eso de que el hombre es un fin en sí mismo y no un medio.

martes, 5 de mayo de 2015

Una médica en Facebook

Dos personas me pidieron amistad en la popular red social, un señor y una señora. Las acepté, como es mi costumbre. Con el señor tenía más de veinte 'amigos' en común y con la señora menos de cinco. Estas cosas siempre dan una pista, porque según quienes sean esos amigos se puede hacer uno la correspondiente composición de lugar.
En cuanto fue aceptado, el señor se interesó por mis publicaciones, así que fui a ver las suyas, que me gustaron. A continuación quise ver algo de ella, de la que ya sabía que es médica y que reside en cierto lugar. Y vi que me había bloqueado. Anteriormente, yo ni siquiera sabía que existía esa persona, de modo que me pidió amistad para que yo sepa que me odia. ¡Cielo Santo, qué espanto!
A lo largo de mi ya dilatada existencia no había conocido más que palabras de aliento, de cariño o de amor. Ante la novedad, pensé que eso de que alguien me odie debía de ser lo que llaman un baño de realidad. Al fin podía comprenderlo.
A pesar de mis esfuerzos por comprender que esas cosas son normales, no me quitaba la obsesión de la cabeza. Me encontraba mal y fui al médico y resultó que era ella. Vi salir de su cuerpo un monstruo con cuernos y rabo y patas de cabra que reía sardónicamente. Me recetó algo que me tenía que hacer mal, pero como yo no lo sabía me lo tomé. Días después me encontraba peor y volví al médico y ella me miró y me dijo que tenía gangrena en una pierna y que había que cortarla inmediatamente. Me miré la pierna y no veía ni notaba nada, pero ella ya tenía un serrucho en mano y comenzó a cortármela. Yo profería alaridos de dolor, sin que ella se inmutara, y cuando terminó de cortarla la echó en una trituradora y a continuación, y como por arte de magia, apareció un hierro candente en sus manos y me cauterizó la herida, sin que yo dejara de gritar en ningún instante.
Me dijo que me fuera, porque tenía más pacientes y traté de salir a la pata coja, pero me caía cada vez que lo intentaba. Ella me daba prisa y los pacientes de fuera me miraban mal, porque tenían prisa. Arrastrándome por el suelo logré salir. Pensé que me costaría mucho tiempo llegar a casa, pero me desperté y supe que había tenido una pesadilla.
Me vestí y salí a la calle, y al rato me di cuenta de que iba a la pata coja y todos me miraban. La otra pierna estaba en su sitio, encogida.

domingo, 3 de mayo de 2015

La venganza del inferior

La experiencia demuestra que cuando alguien se siente inferior a su interlocutor luego se venga. No importa si es administrativo, registrador de la propiedad, aristócrata, fontanero, jugador de rugby, pre aristócrata, arquitecto, periodista, funambulista, columnista a sueldo de Moscú, tesorero, director de periódico destituido, ministra de la cuota, ministro analfabeto, presidente autonómico, juez que hace méritos, juez caído en desgracia, futbolista millonario, maestro de escuela, escayolista, gilipollas de primera, gilipollas de segunda gilipollas de tercera, barrendero, psicoanalista, trompetista, obispo homófobo, locutor de telediarios, admirador de Pilar Rahola, cura equidistante, teleadicto a Belén Esteban, chavista irredento, vendedor de paraguas, pintor de angelitos negros, pinto de brocha gorda, podemita indignado, admirador de Iñaki Gabilondo, zapaterista de la primera legislatura pero no de la segunda, visitador médico, visitador de los Testigos de Jehová, vendedor de matamoscas, anestesista, electricista, trapecista, humorista, nostálgico del franquismo, ortopedista, cantautor, plagiario, hornero, buhonero, barman del Faisán, inspector de sacristanes, inspector de trabajo, concejal de urbanismo y, en fin, cualquiera que al tratar con otra persona descubra que le supera lo pasa mal y, si puede, pasa a la acción.
¿Por qué se siente inferior? Ese es el problema. Probablemente, por pereza, cobardía o cualquier otro sentimiento similar.
Todo el mundo tiene posibilidades de superar a los demás en alguna cosa. Por otro lado, ver que alguien es más buena persona que uno mismo debería ser motivo de alegría, puesto que con las buenas personas uno se puede confiar y darles la espalda, sabiendo que no se corre ningún riesgo, y también en caso de apuro se puede contar con ellas, en la seguridad de que harán lo que puedan. Pero los misterios de la vida deparan muchas sorpresas, como la de que lo que más envidia genera en la vida es la bondad. Cuando alguien es buena persona su interlocutor, al compararse con él, sale perdiendo, por lo general, y no lo soporta bien. Porque el ser humano necesita creerse bueno y a veces se da cuenta de que no lo es.