miércoles, 28 de octubre de 2015

Cosas útiles

Andaba por la calle aprovechando el paseo para meditar en mis cosas, como siempre, cuando me dio por pensar en Parra (apellido sonoro), nacido en Oliva, que tuvo que aliarse con Olivas (que suena tan suave que invita a pensar en el aceite) y unos cuantos más, para que ahora podamos decir: ¡Adiós Bancaja! ¡Adiós Banco de Valencia!
Claro que también es justo decir que hubo espectadores de excepción: Barberá (cuyo sonido recuerda a un redoble de tambores, o a un toque de corneta al amanecer, y luego ya nadie puede conciliar el sueño), y Camps, también en plural, como Olivas (y es extraño que no hayan patentado ese nombre para hacer trajes). También había otros por los alrededores. ¿Se enterarían de algo? ¿Tendrían curiosidad por lo que sucedía?
Pero tampoco estaban estos solos. ¿En qué estaría pensando Puig? ¿Escondía la márfega debajo del peluquín? Ribó (y hay uno que hace sopa al que le gusta recordar que es de Manresa) que quizá la camuflaba en el sillín. Se sienta sobre ella, a lo mejor. Oltra la estaría lavando, pero no la márfega sino la Señera, y acaso echando lejía en el azul. No sería extraño.
Fue entonces cuando llegué a la plaza de la Virgen. La gente se arremolinaba alrededor de la Puerta de los Apóstoles, en donde como cada jueves, a las doce, se iba a celebrar la sesión del Tribual de las Aguas.
Hay cosas, pensé al verlo, que son tan útiles, incluso como recuerdo, que nadie osa terminar con ellas, a nadie se le ocurre intentar arramblarlas. Justicia milenaria, sentencias que se acatan. Y dicen los catalanes que nos parecemos a ellos...
Llegué a la calle del Miguelete en donde una pareja de novios aprovechaba uno de los olivos para hacerse fotografías. El ayudante del fotógrafo sacudió la cola del vestido de la novia, para que cayera lisa, dejando a la vista las bragas por un instante. La novia sonrió picarona a quienes se las habían visto.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Un librito sin pretensiones

El libro le había gustado a Julia De la Rúa, la dueña de la Editorial Araña y eso me generaba bastante confianza. El siguiente en leerlo fue Rafa Correcher, que lo tenía que presentar, y cuando me dijo que le estaba gustando me sentí más cómodo todavía.
Rafa Marí escribió en Las Provincias algo sobre el libro que me gustó mucho y César Gavela me mandó un correo en el que habla del libro en términos elogiosos, y me dio permiso para que pueda utilizar este comentario suyo.
Ángela Valero de Palma hizo la segunda presentación, que tuvo lugar en Fnac, dijo que gracias a este libro me conoce mejor y seleccionó varias frases de entre las que figuran en él. El hecho de que seleccionara esas frases y no otras también habla de ella.
Rafa Correcher lo presentó en la Feria del Libro de Valencia, que, como es sabido, se celebra en los Jardines del Real. Leyó uno de los relatos y para mí fue una sorpresa agradable que eligiera ese, porque temía que fuera considerado como de relleno.
Hablé por teléfono con Ana Serrano, que lo había comprado en la Feria del Libro de Madrid, cuando vino a visitarme, y me dijo que lo tenía entre sus favoritos, cosa que me alegró tanto que me animé a presentarlo en Madrid. Julia De la Rúa no pudo venir, pero estuve acompañado por Carlos Gallego y la propia Ana Serrano, y ambos fueron muy amables conmigo. Ana quiso que yo leyera uno de los relatos y eligió otro del que yo ya ni me acordaba. Le pedí a Alberto Gómez Font, presente en la sala, que lo leyera él, puesto que tiene una voz muy bonita. No aparece en el vídeo, pero se le escucha.
En el debate se habló también de mi otro libro, '1978. El año en que España cambió de piel', porque Josejazz lo sacó a relucir y Andrónico, concienzudo historiador estuvo de acuerdo con mi boceto de la época, pero señalando a otros dos personajes, entonces de la UCD, cuya influencia fue nefasta.
En resumidas cuentas, tengo dos libros que no aburren, a veces son divertidos, y dicen cosas interesantes. No hay ningún asomo de narcisismo en ellos. El siguiente será una novela y la editora, Julia De la Rúa, lo leyó de un tirón. No pudo parar hasta llegar al final. Hay un personaje, del que he hablado a veces, Veremundo, que fue generado por la propia historia, puesto que no estaba previsto en un principio. Veremundo no es cualquier cosa.
Tuve la suerte de contar en Madrid con el gran fotógrafo Hans Olo

viernes, 16 de octubre de 2015

El enfermizo gusto por el relato

En términos generales puede afirmarse que la gente tiene miedo a la libertad y, por tanto, a la verdad. La explicación a este fenómeno es fácil de deducir: cuando alguien que ha optado por la verdad hace algo mal, es consciente de ello; en cambio, quien opta por el relato como sustitutivo de la verdad, en idéntica tesitura, está en disposición de encontrar efugios y excusas para justificarse.
El gusto por el relato de las masas es lo que hace posible que los fantasiosos discursos de los nacionalistas, en los que si hay una verdad es para que sirva de soporte a todo un cúmulo de mentiras, sea creído por tanta gente. Resulta asombroso que se crea tantas mentiras y tan gordas, pero ahí están los hechos.
El rechazo a la verdad y el gusto por el relato es lo que explica que Covite, el núcleo más sano que hay en España, pase inadvertido.
También aclara los motivos por los que UPyD, que es el partido que más y mejor ha combatido la corrupción, que siempre está con las víctimas del terrorismo y que presenta unos programas muy concretos y trabajados haya sido preterido. Quienes han dicho que Rosa Díez es autoritaria obvian que Alberto Rivera lo es mucho más. Si todos los vividores que había en UPyD llegan a tener manga ancha...
El gusto por el relato permite que a pesar de las barbaridades de Alberto Rivera que desveló Rafael Navarro en su artículo 'Los políticos con padrino', el líder de Ciudadanos siga teniendo buen cartel. Y cosa parecida ocurre con los de Podemos.
Por el mismo motivo, los seguidores del PSOE tienen una visión romántica de este partido, cuando desde los primeros momentos de la democracia ha hecho más mal que bien.
Por su parte, los seguidores del PP no se dan cuenta de su adicción a la gomina, que tan nefasta ha resultado.
Y mientras persista la afición al relato no nos podremos quejar de la crisis, ni del secesionismo, ni otras lacras parecidas.