lunes, 16 de noviembre de 2015

De la cordialidad a la grosería

Ortega y Gasset medía a los seres humanos según su capacidad para profundizar en la cordialidad.
Me parece acertado y no debe de ser fácil lo de profundizar en la cordialidad habida cuenta de la gran abundancia de groserías que se observan a diario.
Quizá alguno alegue que la grosería que acaba de perpetrar es circunstancial, porque se debe a un motivo concreto o va dirigida a una persona determinada. Las cosas no son así. Si se sigue la pista de quien ha hecho una se podrá comprobar que no tarda en repetir la experiencia. Lo corriente es que quien las hace ni siquiera sea consciente de ello, sino que su comportamiento, por verlo también en otras personas, le parezca correcto. Abunda la gente del montón, claro, aunque muchas de estas personas del montón se crean especiales. Es que, además de ser del montón, atesoran grandes dosis de narcicismo. Pero es un dato importante saber que alguien es grosero. O grosera.
Los hay que perpetran encerronas, e incluso se procuran cómplices para ello; y se ríen mucho cuando lo hacen. Ignorantes que son.
Los hay que simulan cordialidad alguna que otra vez, y se creen cordiales por ello. Profundizar en la cordialidad es otra cosa. Se simula cordialidad por interés, pero quien profundiza en ella es consciente de que ha adquirido la condición humana. Hay que recordar que Aldous Huxley distinguía entre animales capaces de aprender y seres humanos. Un animal capaz de aprender es capaz de ganar el nobel de Física, de la Paz o de Literatura. Un ser humano es otra cosa.
Y ahí estamos, en la cordialidad como forma de vida, como camino para alcanzar la meta ideal, como medida para saber con quien nos jugamos los cuartos, o algo más, como vía de enseñanza.