jueves, 28 de julio de 2016

Ese tonillo de superioridad

Cuando le noto a alguien ese tonillo de superioridad que se gastan no pocos enseguida pienso en que a Satán le perdió la soberbia. Es difícil de entender qué criterios se siguen para considerarse superior. Yo no me considero así con respecto a nadie, aunque sé que otros son inferiores a mí, pero esto es cosa. No es que lo sean porque carezcan de una o otra cualidad, sino porque ellos mismos lo han decidido. Me refiero, como cualquiera habrá adivinado ya, Otegui, a los que dicen estuvo en la cárcel por motivos políticos, a todos los etarras en general y a los cómplices activos y pasivos de los etarras. ¡Hay gente que decide ser inferior a los demás!
Se da el caso también y no es difícil de observar que quienes se gastan ese aire de superioridad con unos, indefectiblemente, se muestran sumisos y complacientes con otros, con lo que vienen a demostrar que viven una vida impostada. Nunca se bajan de su papel, porque si lo hicieran ya no podrían recuperarlo, puesto que ya habrían dado a conocer su verdadera faz, no importa el número de personas que lo viera.
Hay cualidades que no sirven para medrar, pero si no las cultivara nadie la humanidad no podría sobrevivir. Las personas que las poseen, porque han querido, no piden nada a cambio, muchas veces ni siquiera se reconoce su labor y ellas saben que es así y, no obstante, continúan con su labor benefactora. Y a menudo han de soportar que hayan quienes las miran con aire de superioridad, que en estos casos se puede decir claramente que procede de la ignorancia.
La soberbia va acompañada indefectiblemente por la envidia, y los hay que están dispuestos a reconocer su soberbia, porque creen que tiene alguna base, pero jamás admiten la envidia, y aquí vuelven a demostrar ignorancia.

lunes, 4 de julio de 2016

Racionalidad y erudición

Los hay que se dan cuenta de que son muy inteligentes y automáticamente piensan que eso les sirve para considerarse racionales. Es cierto que brillan con su discurso, argumentan endiabladamente bien y no cabe ninguna duda de que sus opiniones merecen ser tenidas en cuenta.
Ahora bien, si uno se fija en su actitud se da cuenta en muchos de estos casos que los interesados no usan sus inteligencias para descubrir la verdad de las cosas; las preguntas que se hacían los antiguos griegos no les preocupan lo más mínimo. Su interés estriba en ser aceptados por la manada y lograr un buen puesto dentro de ella, aprovechando luego cualquier ocasión que se presente para mejorar el estatus.
La inteligencia es una cosa y la racionalidad es otra. Un número indeterminado de columnistas, pero que en ningún caso es pequeño, se ha procurado un buen pasar exprimiendo al máximo su inteligencia y sacrificando su racionalidad. Pero, obviamente, esta circunstancia no se ha dado únicamente en el periodismo, sino que también ocurre en cualquier otra profesión. Puede afirmarse que quienes actúan de este modo no pretenden contribuir al progreso de la humanidad, sino únicamente de esa parte de la humanidad que constituyen sus propias personas.
Otro tipo humano que tampoco escasea es el de los que a la menor oportunidad hacen alarde de una gran erudición y repiten citas, comentarios, pensamientos, opiniones de grandes personajes históricos, pero luego ocurre que todo eso que explican, a menudo con gran elocuencia, no les importa lo más mínimo. Lo que pretenden es hacer constar lo mucho que saben, por motivos prácticos o, con frecuencia, por pura vanidad. Puede darse la circunstancia de que se extiendan en grandes elogios hacia alguna figura histórica y alaben su gran humildad y luego expliquen que esta virtud es maravillosa, y todo eso sin percatarse de su propia soberbia.

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