viernes, 19 de agosto de 2016

El puñetazo

Recibió el impacto en la mandíbula y ni siquiera hizo ademán de defenderse. Se quedó sentado en el suelo, apoyado en la pared, con la mirada triste del que lo ve todo perdido.
Su agresor, amigo hasta ese momento, había aprovechado la circunstancia de que estaban solos para largarle una retahíla de acusaciones que no tenían sentido alguno y en cualquier caso con otras personas se había mostrado mucho más condescendiente, a los que hasta incluso había disculpado conductas altamente reprobables.
Había comenzado a reprocharle esto y aquello, mediante una sarta de disparates, y ante el estupor de su víctima se había ido indignando hasta que su ánimo alcanzó tal exaltación que le propinó un puñetazo.
Y ahí estaba él, sentado en el suelo doliéndose de la mandíbula. Podría haberse levantado y propinarle una paliza a su agresor, pero se daba cuenta de que si aquel había llegado hasta ese punto es porque tenía todas las cartas ganadoras en la mano. Si le hubiera respondido como merecía habría empeorado, sin duda, las cosas.
Físicamente, estaba en forma. Había practicado las artes marciales durante algún tiempo, hasta que se dio cuenta de que eso no era lo suyo. No obstante, había adquirido cierta destreza. Seguía yendo al gimnasio cuando podía y todos los días corría unos kilómetros con su perro. Estaba en forma, pero como no alardeaba de eso su agresor no lo sabía. Si le había dado el puñetazo era porque al verse más corpulento pensaba que tenía ventaja.
Hay personas que cuando sienten rencor hacia alguien se preguntan que cómo es posible que ese sentimiento tan nocivo haya entrado en ellas. Otras, en cambio, tratan de encontrar motivos que justifiquen ese rencor, cosa fácil, claro, y buscan en otros amigos la confirmación de que es de justicia que odien de tal manera a quien sea. Saben a quienes dirigirse.
Todo esto a él le dolía mucho, porque aunque consideraba como una bendición saber de quiénes se tenía que apartar, hasta el momento los había tenía tenido como amigos y había hecho suyos sus problemas y se había entristecido con sus sufrimientos.

lunes, 8 de agosto de 2016

Amigo Gustavo Bueno

No es necesario conocer personalmente a alguien y ni siquiera haber seguido al detalle sus publicaciones para considerarlo amigo. De hecho, había leído algunos libros de Gustavo Bueno y sabía de la admiración que José Sánchez Tortosa, que ha publicado una excelente necrológica en El Mundo, sentía por él, pero no le dediqué una atención especial.
Ha sido ahora, con motivo de su muerte, que he visto fragmentos de vídeos en los que se recogen algunos de sus debates cuando me he percatado de su dimensión humana.
Soy consciente de que para buscar la verdad hace falta mucho valor y no sé si Gustavo Bueno lo tuvo. Tendré que indagar sobre el particular. He visto en los vídeos que no le gustaba es que le tomen el pelo. A pesar de que sabía tanto y debía de estar al corriente de que en esta vida abundan los que se montan una ficción y luego viven de ella, como si fueran personas decentes, él, todo un filósofo, reaccionaba de modo primario ante las falacias, medias verdades o inventos con apariencia de verdad. En definitiva, no sé si fue capaz de buscar la verdad, pero no le gustaba la mentira.
En uno de los vídeos que he visto debate con Santiago Carrillo, al que a partir de cierto momento mira como se mira a quien intenta pasarte gato por liebre. Gustavo Bueno ya había dado en el debate muestras de su inteligencia y de su dominio de la historia y de los conceptos, pero Santiago Carrillo persistía en su intención manipuladora. ¿Cómo lo tenía que mirar? Observar esa mirada hace sonreír. Es algo sensacional.
En otro debate con Manuel Fraijó y José Antonio Marina se percibe que ellos tratan de aprovechar esas reacciones primarias de Gustavo Bueno para sacar ventaja ante los espectadores; José Antonio Marina no duda en recurrir a los golpes bajos, para conseguir mediante esos recursos ajenos a la cuestión lo que sabía que le iba a resultar imposible argumentalmente. Pero lo importante no era si Fraijó y Marina parecían más sosegados y Bueno más vehemente, sino el discurso de los tres. Y ahí la cosa estaba clara.