miércoles, 22 de febrero de 2017

El mito de Adán y Eva, por Pilar (Espinosa) Carpio


Es una bella y esquematizada composición. La artista, fiel a los principios que inspiran su obra, nada proclive a los amaneramientos ni a dejarse influir por las modas o gustos pasajeros, aborda este mito con la elegancia que es natural en ella y el toque pícaro que demanda la escena.

La elección de los materiales ya denota el buen gusto de la autora. La diferencia de colorido entre Adán y Eva, más suave el de ella, rayado el de él; de color más claro y de forma más lisa la figura femenina, más oscuro y con rayas, que inducen a pensar en una piel más ruda, la masculina.

A una altura estratégica está la serpiente, enroscada en la figura de Adán, cuya mirada reclama la complicidad de la hoja de parra, que la tiene enfrente, y ya se ve que la encuentra, porque está con el peciolo hacia abajo, al revés de como se suele representar, lo que significa que se ha rendido a los encantos del reptil, lo cual confirma también su posición, semejante a la de una puerta que se abre.
La serpiente lanza la lengua hacia la hoja, que emana efluvios amorosos, mientras que su cola reposa en actitud confiada.
En el cuerpo de la mujer hay otras marcas, que vienen a ser como adornos que la embellecen, contribuyendo a disipar la rutina.
La figura femenina es de líneas más estilizadas, mientras que en la masculina contiene cortes más abruptos.
Una manzana, de la que sale un gusano, con lo cual se señala que tampoco es virgen, en la cabeza de la figura masculina, como si estuviera saboreando mentalmente la tentación, viene a completar la alegoría.
También conviene resaltar que los cuerpos en sí no denotan ninguna emoción, sino que todo ocurre entre la serpiente y la hoja de parra, como viniendo a significar que todo lo que ocurre en la escena es natural, o propio de la condición humana.
Vicente Torres



jueves, 16 de febrero de 2017

Águila Americana, por Enrique Senís-Oliver

Esta es una segunda versión. La primera, en la que el protagonista está visto desde otro ángulo y la luz es ligeramente diferente, fue adquirido por Cher para su casa de Beverly Hills, California.
Un joven, al que se le adivina una gran potencia física, pero también de ánimo, a juzgar por su enfurecida actitud, a causa de la impotencia a la que se ve sometido por unas ligaduras que le impiden abrir los brazos y de una bandera, que enrollada alrededor de su cabeza, tapándole por completo la cara, le impide ver.
De su espalda salen unas grandes alas, metáfora que indica que está preparado para volar muy alto. Pero las condiciones en que se encuentra le tienen desvalido en el suelo.
El lugar en que tiene las ligaduras hace ver que son voluntarias y que, por tanto, podría desprenderse de ellas; la fuerza que se le adivina en los brazos permite pensar que incluso podría romperlas si se lo propusiera. También podría quitarse fácilmente la bandera que le impide la visión.
La composición del cuadro, muy bella, en la que el artista muestra su gran dominio de la luz y su perfección técnica, que se aprecia en puntos difíciles, como las manos o los pies, induce a pensar que las alas, las ligaduras, la bandera, son metáforas, mientras que la fuerza física y mental y la frustración del personaje son reales.
La experiencia dice que las banderas no sólo se cuelgan en los mástiles y en los balcones, sino que también hay personas que se envuelven con ellas para protegerse o para seducir y, otras personas, en cambio, se tapan los ojos con ellas, y la cabeza, para que no les entre ningún pensamiento ajeno a la causa.
Óleo sobre tela. 180 x 160 cms. Año 2001
Vicente Torres