miércoles, 20 de septiembre de 2017

Ana Gabriel, cargo electo

Sorprendentemente, esta señora, antisistema convicta y confesa, presume de ser un cargo electo. Como si reclamara algún privilegio, como si hiciera constar que pertenece a una casta.
Eso es lo que dan de sí las mentes limitadas, propiedad de personas llenas de egoísmo y frustración.
Una persona equilibrada y responsable sabría que ser un cargo electo equivale a tener responsabilidad sobre una serie de cuestiones y a estar obligada a tener un comportamiento digno de ese cargo.
¿Cómo se le podría explicar a esta señora lo que es un comportamiento digno? A la vista de la afición que tiene a olerse los sobacos y a estar en contra de la ley y de incitar a otros a que incumplan la ley parece una tarea ya no propia de Sísifo, con eso de subir una y otra vez la roca, sino que más bien da que pensar en una utopía. Lo de civilizar a Ana Gabriel parece un empeño imposible de cumplir. Si hubiera sido uno de los doce trabajos de Hércules, el héroe habría dimitido antes de empezar. Si la metieran en la jaula de los monos de un zoo, los primates escaparían todos o harían lo posible por escapar, o se volverían locos del terror. ¡Cielo Santo!
Ana Gabriel sólo puede estar entre los suyos, que están en el mundo para contradecir la Teoría de la Evolución. ¿Cómo que los monos evolucionaron al bajar del árbol? ¿No sería al revés?
Alguna de las señoras que escriben en la prensa ha optado por defenderla, pero no alude para ello a sus disparates, sino a su condición de mujer. Otro elemento podemita que se disfraza de equidistante la defiende criticando que haya censura cuando sólo se ha evitado que haga publicidad de un acto ilegal.
En España abundan los pájaros de cuenta que se pasan las leyes por el arco del triunfo en nombre de la libertad de expresión y la democracia.

lunes, 11 de septiembre de 2017

El derecho a ser admirado

Hay un grupo humano, que quizá en los últimos tiempos haya crecido considerablemente, cuya gracia consiste en que permite a los demás que haga uso de su capacidad de admiración.
Enseñan la fachada, siempre muy pulcra, engalanada, brillante muchas veces, con arabescos y filigranas de gran mérito y belleza y esperan sentados a que se les aplauda. Y se les concede, habitualmente, el deseo. Pero hay que hacerlo con gana, porque los hay que si sólo se les admira, sin caer rendidos a sus pies pueden acusar de soberbia a quienes incurran en este pecado.
Pero si alguien quiere saber más e indica su deseo de acceder al interior tropieza con la puerta cerrada. ¿Habrá algo dentro? No hay modo de saberlo, sólo se pueden hacer deducciones imaginativas la mayor parte de las veces.
Un ser humano que se precie intenta conocerse a sí mismo, como estaba escrito en el pronaos del Templo de Apolo. Quien atendiendo a la recomendación de los antiguos griegos trata de conocerse a sí mismo también quiere penetrar en la esencia de los demás. Por eso se ha desarrollado la penetración psicológica.
Lo que sí están dispuestos a hacer estas personas es admirar en la misma medida o casi al prójimo, siempre y cuando presente una fachada de su gusto. Por supuesto que si la fachada es superlativa, caen de rodillas, extasiados, como les gusta que la gente caiga ante ellos.