martes, 21 de noviembre de 2017

Mirar por encima del hombro

Leí un artículo en el que se nota que su autor mira a los demás por encima del hombro. Es evidente además que lo hace por el estatus que ha alcanzado. Yo podría aducir que conocí o supe de alguien cuyo estatus todavía era más elevado, que se tenía a sí mismo como el no va más en cuanto a solvencia moral, que esta presunción era aceptada por personas muy relevantes, y que no obstante lo anterior el tal personaje no era más que un traidorzuelo de baja estofa. Hay más gente como este entre los encumbrados.
Hace poco, el autor del artículo citado al inicio concedió una entrevista, en la cual puso de manifiesto el desprecio que siente por sus seguidores, acendrado egoísmo y su gusto por la equidistancia. Nunca se debe ser equidistante, siempre hay que intentar averiguar quién tiene razón y aunque el riesgo a equivocarse siempre es grande, hay que correrlo. Es peor se equidistante que ponerse de parte de quien no tiene razón, siempre que esto último sea por error y no a conciencia. Ser equidistante es mostrar indiferencia por la justicia, es ser tan egoísta que no se desea perder a la clientela más canalla, a los amigos que están en el lado equivocado, en resumidas cuentas, ser equidistante no es éticamente recomendable.
Por si no faltara poco, está la cuestión de la edad. Es lógico que alguien se congratule por haber llegado a determinada edad, pero si alardea de ello da a entender que por el camino se le ha caído algún tornillo, quizá más de uno. Que uno haya recorrido mil países o cumplido quinientos años, o leído veinte mil libros no significa nada, lo que vale es la calidad de la mirada. Sócrates no pudo leer ningún libro, ni viajó tanto y fue uno de los más grandes sabios de la humanidad.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Presentación de ‘Miedo y deseo’

Estuve en la presentación de este ensayo, que también había sido la tesis doctoral de Alejandro Lillo. Tuvo lugar en la librería Ramón Llull, de Valencia, y el autor estuvo acompañado por Tomás Rodríguez, David Montesinos e Isabel Burdiel, citados por el orden en que intervinieron.
Una de las cuestiones que aborda este libro es la dificultad de los historiadores para entender la mentalidad de cada una de las épocas de los hechos que investigan. Pueden situar los acontecimientos en el momento y lugar en qué ocurrieron, pero para saber más necesitan comprender el modo de pensar de los habitantes del sitio en que ocurrieron, lo cual resulta extremadamente complicado, porque iba cambiando y de un lugar a otro podía variar un tanto.
Por el motivo dicho, en la presentación se hizo hincapié en la fecha que figura en la portada del libro, que es 1897, porque la novela se refiere precisamente a ese tiempo y no otro.
En el transcurso del coloquio posterior, la historiadora Isabel Burdiel explicó que en el siglo XIX la gente tenía miedo a los vampiros, añadiendo que la pregunta sería: ¿A qué tenemos miedo hoy?
Los peligros que se cernían sobre el mundo a finales del XIX eran muy grandes: En el siglo XX hubo dos guerras mundiales, la Revolución rusa, el nazismo y el fascismo se impusieron en Alemania e Italia, etc., pero se prefiere centrar el miedo en algo inocuo, como los vampiros o los extraterrestres. Quizá en ese tiempo se preveía que varias catástrofes, aún indeterminadas entonces, acechaban a la humanidad y el temor que generaba se transmutó en esas amenazas monstruosas en las que tampoco terminaba de creer nadie, pero que por eso mismo pudieron servir para aflojar la tensión.
Tampoco son cualquier cosa las amenazas que nos acechan hoy, puesto que la posibilidad de que ocurra la tercera guerra mundial sigue latente, pero quizá porque sería la definitiva da menos miedo. Y luego hay otros peligros, como la posibilidad de una crisis económica gigantesca, que mate a muchos de hambre, y otras. Pero al parecer, las gentes de hoy combaten el miedo con la inconsciencia.