sábado, 30 de diciembre de 2017

Canción de cuna para un macho alfa

Quizá la pregunta que genere el título, en primera instancia, se refiera a que habla de ‘un’ macho alfa y es que, en contra de lo que se pueda pensar, no sólo hay uno, sino que éstos abundan, aunque también es cierto que alguno se hace notar más que el resto.
Se le conoce como ‘macho alfalfa’, porque de sus actuaciones y manifestaciones se deduce que no se alimenta de otra cosa.
Pero hay otros que aparte de que se burlan mucho de ese, por lo burro que es, porque la diferencia de talento y conocimientos que les separa de él es muy grande, también son arbitrarios, prepotentes, injustos, caprichosos, ventajistas y unas cuantas cosas más, aplicables todas a este subconjunto humano.
Otra circunstancia que les hermana es que suelen tener muchos forofos, porque la irracionalidad (Ortega y Gasset ya explicó la existencia de los bárbaros ilustrados) se viene demostrando que ejerce un poderoso influjo entre las masas, concitando un interés hasta tal punto desmedido en entre quienes les siguen que llegan a perder su sentido crítico. Estos seguidores de los machos alfa jamás consideran que el personaje objeto de su adoración pueda equivocarse o meter la pata, aunque los no adictos lo vean claramente e intenten explicárselo.
Otra característica común entre los machos alfa, incluidos los alfalfa, es que a todos les falta un hervor, están sin terminar de hacer, de ahí que sean caprichosos y arbitrarios y fuera de su mundo oficial, en sus relaciones más informales prescindan, si les conviene, del rigor intelectual, al que sí intentan ceñirse cuando piensan que se les puede tener en cuenta. En donde piensan que pueden explayarse sin riesgo dan rienda suelta a su infantilismo caprichoso y despótico. Por supuesto que para ellos su conveniencia siempre se impone a su sentido del deber, en el supuesto de que lo tengan.

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Sobre la proliferación de fantasmas

Hombres y mujeres en grado de tentativa. Niñatos al cabo (las pseudofeministas no se enfadarán si no digo niñatas; lo políticamente correcto es una forma de asfixia). Juegan a creer que son lo que jamás llegarán a ser, por falta de arrestos.
Elitistas, clasistas y tribales (algunos son muy inteligentes), practican lo mismo que critican. Cuando el amor a la verdad sucumbe a la tentación del narcisismo, sufre la filosofía. Se las dan de campechanos (como el anterior Rey) y dejan que el populacho se les acerque, pero sólo hasta la valla tras la que se protegen. Discriminan a quienes no se les rinden incondicionalmente y les aplauden hasta romperse las manos. ‘Discriminan’ (son muy inteligentes), como aquellos a los que critican.
«Monotonía de lluvia tras los cristales», siempre la misma historia, siempre los mismos fantoches. Apuestan a caballo ganador. No les mueve el amor a la justicia o la causa justa, sino que saben que por mucho tiempo que tengan que esperar al final saldrán ganando, porque la opción contraria no puede, en ningún caso, alzarse con la victoria.
La historia es elocuente...No basta con tener talento para ser persona. Se puede ser un gran arquitecto, un gran literato, un gran general...y, al mismo tiempo, un gran miserable.
La amenaza del fracaso personal se cierne sobre cualquiera que se precie. Se puede constatar que ha tomado carta de naturaleza en alguien cuando se observa que éste, o ésta, se ha refugiado en alguna tribu o clan. Cuando alguien necesita un parapeto para protegerse de las inclemencias de la vida es porque sus convicciones son débiles, su amor por la justicia, aunque sepa de leyes, es mera retórica, su adhesión a la verdad, mero postureo y la proclamada fraternidad hacia sus semejantes pura burla, auténtico cachondeo, mentira podrida. Cuando alguien fracasa en su lucha interior pasa a ser un fantasma.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Navidad 2017

Dado que en este tiempo una de las palabras más usadas, sino la que más, es el amor, quizá resulte conveniente dedicar un poco de atención a este sentimiento, que no cae del cielo, como muchos parecen pensar, para irse cuando le viene en gana. Hay que cultivarlo.
Lo primero que hay que hacer para poder amar a otros es amarse a sí mismo. Pero esto no consiste en mirarse al espejo como Narciso, sino en intentar eliminar de la propia persona todas las impurezas que pueda contener. Hay que comenzar por suprimir el odio, ese sentimiento tan negativo que, por frecuente, se tiene por razonable. Pues no lo es, porque el odio anula la capacidad de amar y daña más a quien lo siente que a quien objeto de él.
La soberbia está de sobra, puesto que el ser humano es tan poca cosa que una simple bacteria o virus, o acaso el más pueril e inesperado accidente pueden acabar con él rápidamente.
La vanidad es propia de estúpidos, porque basta con fijarse en algunas de las figuras históricas para comprender la propia pequeñez.
El egoísmo es contraproducente, puesto que quien acaba de nacer está en deuda, sólo por ello, con quienes le precedieron. Hay que devolver a la humanidad lo que se le debe.
La envidia es propia de quienes no se valoran porque no han explorado sus propias posibilidades.
Pero tampoco es cuestión de ir repasando todos los vicios humanos. Basta con saber que están ahí mermando las posibilidades de quienes los dejan anidar y crecer en su interior.
Es imposible alcanzar la perfección, pero es un deber moral intentar alcanzarla. Es entonces, cuando se hace de forma veraz y, por tanto, constante, cuando se está en disposición de sentir verdadero amor. De otro modo, todo es etéreo, sometido a los cambios de estación, a los caprichos del momento.
Sólo las personas reales, o sea, las que se esfuerzan en ser personas, tienen derecho al amor.


martes, 12 de diciembre de 2017

Estupideces

Uno que nos mira por encima del hombro, otro que rehúye la mirada, el de más allá que se deja fotografiar entre las estanterías de su despacho, en las que se ven miles de libros que seguramente ha leído en su totalidad, son tres de las muchas formas que tienen algunos de marcar distancia, de sentirse superiores a los demás, lo cual es una estupidez.
El sumamente frágil y el más poderoso del mundo puede verse en el trance de necesitar el auxilio del mendigo que tiene cerca. Bastaría con que fuera una posibilidad teórica para tenerla en cuenta, pero el caso es que es real, como cualquiera sabe.
Es evidente que la lectura es un refugio seguro en tiempos de tribulación y una fuente inagotable de conocimiento y de placeres cuando la vida es de color de rosa, pero el hecho de haber leído mucho no constituye una garantía de nada, porque Cervantes jamás pudo tener una biblioteca como esas que se exhiben a menudo y Sócrates no leyó ni un solo libro.
La sabiduría está en el interior de cada uno y es ahí donde hay que buscarla. Uno puede tener muchos conocimientos y ser un necio, como lo prueba la realidad de que algunos han hecho trampas con el fin de conseguir un Nobel. No sirve para medrar, ni para que nadie se doble al paso, como les gusta a los estúpidos que se haga, e incluso puede ser motivo de burlas o de menosprecio. No me extrañaría nada que un niñato sabihondo, un deportista multimillonario, o un patán ensoberbecido se burlaran de un sabio.
Tampoco existe el título de sabio, por otra parte, y quien presume de serlo, y los hay que lo hacen, no lo es.
Cuando alguien necesita sentirse superior al resto es que algo no carbura bien en sus adentros. Está insatisfecho consigo mismo y trata de contrarrestar este sentimiento del modo que puede y entonces incurre en el vicio de la estupidez.