jueves, 18 de enero de 2018

Tras Auschwitz

Quien haya estado en Auschwitz, y sobrevivido, ya no puede ser el mismo. Después de haber asistido a tanto horror no es fácil volver a la normalidad. No hubo bajeza, traición, villanía, crueldad, infamia que no tuviera lugar allí. ¿Y qué pensarían de sí mismos los nazis? El ojo humano lo registra todo y aunque luego el cerebro se niegue a interpretarlo correctamente queda en el fondo de uno mismo, influyendo en la conducta.
Pero todos hemos estado en Auschwitz, porque nos lo han contado y porque no hay ni uno solo que no sea capaz de imaginar hasta el mínimo detalle lo sucedido. Todos hemos visto o llevado a cabo hechos que proyectados son como los de Auschwitz.
Y, sin embargo, ahí estamos, cultivando el narcisismo, magreándonos unos a otros, haciendo la pelota sin parar, a la espera de que el machoman de turno, ese ser egoísta y arbitrario, nos dedique una sonrisa, un guiño, una palmadita en la espalda.
Lo de Auschwitz, por otro lado, tampoco debió de sorprender a nadie. Anteriormente, muchos ejemplares humanos ya habían preludiado el nivel de bajeza hasta el que podía llegar el género humano. El horror no surgió con los nazis, sino que ellos se sirvieron de lo que ya había antes, quizá perfeccionando algo, o haciendo variaciones.
He aquí pues que la historia, cuya función sería la de convertirnos a todos en adultos, si acaso conservando aquella parte de la infancia que sirve para soñar sin hacer daño, se sigue usando para fomentar narcisismos, individuales también, pero sobre todo colectivos.
Otra vez sembrando la semilla que puede dar lugar a un nuevo Auschwitz, otra vez cerrando los ojos, en el intento de olvidar atrocidades pasadas, en lugar de poner los medios para que no se vuelvan a repetir, que consistiría en arracimarse en torno a la justicia, en torno a la verdad y la razón.
Auschwitz existió y nos mostró lo peor de nosotros.

viernes, 12 de enero de 2018

Una de meapilas

Hay personas que tienen una fuerte afición a proclamar su fe religiosa, pero luego no se sienten obligadas por dicha revelación, no sienten la necesidad de demostrarlo con los hechos, sino que más bien parece que sirven de ella como patente de corso para emplear la maza, el hacha o la espada que siempre deben de llevar en la mano.
Su religiosidad se circunscribe a acudir al templo, quizá mostrando mucho fervor y seguramente a rezar algunas oraciones a horas fijas o en momentos concretos.
Hay quien siempre que puede dice «soy creyente» y a continuación se dedica a dar puñaladas, siempre a traición, siempre de forma injusta e inesperada para la víctima. No es probable que a Dios le guste ser utilizado como cómplice en tales actividades, pero eso no parece importarle a quien lo hace, que además sabe como encontrar compinches cada vez, bien entre otros ‘creyentes’, bien entre ateos o agnósticos, porque entre estos los hay que tienen un código ético y quienes no tienen más código que el interés inmediato, o la conveniencia interesada.
No hay nada más propio del cristianismo que el ansia de justicia, y esto no se puede decir de otras religiones, como el islam o los testigos de Jehová, y si no tienen esa condición no deberían ser consideradas religiones, porque no sirven para hacer mejores a las personas, sino que aquellos miembros suyos que se hacen mejores lo consiguen al margen de estas creencias, no a causa de ellas.
El ansia de justicia incluye en sí mismo la piedad, porque sin ella no puede haber justicia, y el amor a sí mismo y al prójimo, porque es el odio el que lleva a la injusticia y al deseo de hacer el mal, es el odio el que impulsa a despreciar prójimo.
Si quienes proclaman su fe, optaran por decir que su ideal es la justicia, se sentirían más obligados y, por tanto, serían mejores personas.

miércoles, 3 de enero de 2018

Visitas sin invitación




Visitas sin invitación

La Isla de Puerto Rico se reponía del azote del Huracán Irma.  Su población comenzaba su rutina diaria.

Apenas habían pasado unas semanas, cuando las autoridades de seguridad  anunciaban que los modelos meteorológicos mostraban la formación de otro fenómeno atmosférico.  Éste se fue observando día a día.  De repente y en conferencia de prensa a nivel nacional, el gobierno informa que el impacto del Huracán María sería inminente y su paso lento sería de carácter catastrófico para la Isla.  El plan primordial del gobierno era salvar vidas.

Y llegó el fatídico día.   Al despuntar  la mañana del  20 de septiembre de 2017, su furia de categoría 4, y con vientos sostenidos de 155 millas por hora, se posó primero en las islas-municipios de Vieques y  Culebra; y  luego,  se desplazó sobre la Isla Grande-Puerto Rico.  Dejó una devastación inimaginable.  Colapsó el sistema eléctrico, de agua potable y comunicaciones.  Destruyó casi todo a su paso:  hogares, instalaciones comerciales, carreteras, caminos vecinales, puentes, cosechas, y  desgraciadamente, muchas vidas.  Afectó a todos por igual sin importar condición económica.  Varios días a oscuras y sin comunicación, ¡qué horror!  Después, se comenzaron a  remover los árboles y postes que  impedían transitar las carreteras, y por fin,  tendríamos noticias de nuestros familiares y amigos.

Se extendieron muchas manos para ayudar: Estados Unidos, República Dominicana, Cuba, Venezuela, Panamá, Chile, Argentina, y otros que escapan a mi memoria.  Los artistas no se hicieron esperar.  Estos organizaron innumerables conciertos para recolectar fondos.  A todos mil gracias.

Dejar la Isla y emigrar a Estados Unidos, nunca fue una opción; quedarme para aportar en lo que fuera necesario, sí.

Ya han pasado casi cuatro meses, falta mucho por hacer, y se necesitará continuar  trabajando arduamente para que Puerto Rico vuelva a resplandecer como antes.  Apuesto a nuestra capacidad para enfrentar retos.


Mercedes Claudio Ortiz
Puerto Rico






martes, 2 de enero de 2018

El aborto está de moda

Hemos llegado a un punto en el que quien no esté a favor del aborto sin restricciones ni límites puede ser considerado como torpe o como un carcamal. Lo que era un mal menor ya se reclama como derecho.
La humanidad no le puede reprochar a la naturaleza que sean las mujeres las que den a luz. A la naturaleza no se le puede reprochar ninguna cosa. La obligación de la humanidad es disponer las cosas para que ocurran del modo más justo posible.
Hay personas que se consideran muy sanas y visitan los mejores paisajes, andan en busca de panorámicas grandiosas, de aire puro y vivificador, pero el prójimo les interesa poco, sólo les sirve para reforzar su ego y para confirmar su pertenencia a la tribu. No se dan cuenta de que los mejores paisajes, las visiones más conmovedoras están en el alma humana. Es a través del conocimiento del Otro como se reafirma la pertenencia a la humanidad, como se descubre el alma propia.
Hay personas que van mucho a misa, y rezan con devoción, que cuando se enteran de que se ha perjudicado arbitrariamente a un pobre diablo alegan que el daño causado no es mucho. Ignoran que ese pobre diablo podía contener en sí, como Pessoa, todos los sueños del mundo.
Un ser acabado de concebir es un proyecto de vida, una voluntad dispuesta a abrirse camino, un mar de sueños. No tiene ninguna culpa. Quien se precie a sí mismo no puede dejar de respetar a esta nueva vida que trata de abrirse camino. Quien no lo haga, por muchas etiquetas -socialista, cristiano, etc.- que se cuelgue demuestra que no respeta a los demás, no le importan, vive inmerso en su egoísmo.
La humanidad no es perfecta. A veces, las señoras se quedan embarazadas sin desearlo previamente y aunque estuvieran dispuestas a traer al mundo a la criatura, no tienen posibilidades de poder criarla. Los padres tampoco la pueden ayudar o hacerse cargo. Es cuando hay que aceptar el mal menor.