sábado, 24 de febrero de 2018

Las moscas van a los ricos

A nadie le extraña que las moscas se agolpen en torno a los ricos. A los pobres, sean cuales sean sus méritos, por lo general, se les da limosna.
Lo dijo algún pensador: si en lugar de los resultados se tuviese en cuenta el esfuerzo de cada uno, nos llevaríamos muchas sorpresas. Con anterioridad lo había dicho Cervantes: más vale merecer que alcanzar.
Sin embargo, son pocos los que piensan y muchos los que actúan instintivamente, incluso los hay de estos entre los que presumen de pensadores. Los hay que diseccionan lo que sea y actúan como las moscas.
Entiéndase la palabra ‘ricos’ como sinónimo de poderosos. Aunque no todos los ricos sucumben al influjo del poder, creo que sí lo hace la mayoría. Aunque sea tan inteligente como Juan Roig, el dueño de Mercadona, que se cree capacitado para hacernos hablar catalán a los valencianos. Pero no todos los poderosos son ricos, también los hay que tienen algún predicamento, alguna ventaja sobre los demás que impulsa a muchos a tenerlos como jefes de sus manadas.
Un poderoso tiene que comportarse de forma arbitraria y con prepotencia. Si no lo hace así pierde el favor de su público. Al actuar de forma arbitraria admite su derrota en esa lucha vital de cada uno consigo mismo. Esto es lo que hace que las moscas, los numerosos enjambres de moscas, lo reconozcan como uno de los suyos, le aplaudan y le vitoreen.
Si tratara de actuar de forma coherente, de acuerdo con unos códigos de vida y ajustado a la razón a todas esas moscas comenzaría a resultarles incomprensible, le volverían la espalda y dirían de él (o de ella) que es un amargado (o amargada).
De todo esto se infiere que el arte de vivir es muy complicado y que a poco que te descuides quedas excluido de todas las listas, de todos los grupos, de todos los infiernos.

jueves, 15 de febrero de 2018

El barco, por Enrique Senís-Oliver


Una inusitada claridad en esta parte del barco nos muestra la belleza del mar, con su continuo oleaje, su espuma, su misterio, su peligro. Negros nubarrones ocupan la otra parte, hacia la que parece que se dirige la nave.
Sobre ella está la humanidad, o al menos buena parte. Quien se fije en los individuos que la abarrotan por completo, y ese es otro de los peligros al que permanecen ajenos, están representados todos los tipos humanos, o casi, que pululan por este mundo.
Hay un timón, que no se sabe con qué criterio es gobernado, porque quienes tienen sus manos sobre él no parecen muy atentos, sino que están como ensimismados, o posando para la cámara. Hay una cuerda que pende, quizá la amarra que lo sujetaba al puerto y que ahora ya no sujeta nada. Hay un remo del que nadie se ocupa. Más o menos, así funcionan nuestros asuntos en cuanto al timón y en cuanto al remo.
Ahora fijémonos en los personajes. Ese cura que parece más atento a la cuestión festiva, como delata el pañuelo que lleva en la cabeza, que a la que sería su función sacerdotal. Uno de los tripulantes enarbola su camisa, de la que se ha despojado, a modo de estandarte y señala lo que sin duda cree que es la tierra prometida. ¡Qué lo va a ser! Se ve claramente que en el lugar al que señala acecha una calamidad. Alguien disfrazado de Arlequín, quizá porque admira a Picasso, adopta la actitud de tocar un instrumento musical que no tiene entre las manos. Otro individuo con la cara pintarrajeada nos manda callar, sin más autoridad para ello que la que otorga su desparpajo. Uno da a conocer su pulsión nacionalista con una gorra decorada con la bandera estadounidense. Los altos poderes financieros no faltan en la nave, tan pulcros, tan aseados, sin enterarse tampoco de que se dirigen al desastre. Hay quien se hace el interesante con un antifaz, carmín en los labios, la cara blanqueada y el gorro de papel que recalca su impostura. No faltan el chador ni el pañuelo palestino, que al igual que los gorritos, coronas de papel, o esas máscaras que se pintan con la finalidad de representar un papel en el teatro de la vida, no vienen a ser más que muestras de esa inconsciencia común a todos.
Vicente Torres