miércoles, 22 de agosto de 2018

Efecto Franklin y costumbres no adaptativas


Benjamín Franklin se dio cuenta de que para conseguir la amistad de una persona lo mejor era conseguir que te hiciera un favor en lugar de hacérselo tú a ella. La perspicacia del sabio norteamericano fue enorme: si consigo que alguien me haga un favor, esa persona se justificará a sí mismo a posteriori autoconvenciéndose que se soy un buen tipo, y por eso lo ha hecho. Así, además de hacerme un favor, he ganado puntos  sus ojos.  La variante opuesta es más perversa: metabolizamos mucho más fácil el hecho de haber hecho daño a alguien si nos convencemos de que se trataba de un miserable que en el fondo se lo merecía.

Ese efecto Franklin se produce también cuando invertimos mucho tiempo y energías en una idea: "si lo hemos hecho será porque la idea era buena y valía la pena", nos susurra al oído la disonancia cognitiva. Esto nos somete a un bucle realimentado del que es difícil salir. Naturalmente, la idea en cuestión perfectamente puede ser una porquería, pero nuestra pretérita dedicación nos impedirá ser críticos con ella. El prototipo del personaje racionalmente irrecuperable tras haber sido devorado por una teoría aberrante a la que ha dedicado ímprobos esfuerzos como autodidacta es de todos conocido.

Lo que vale para individuos en este caso vale para sociedades enteras: costumbres profundamente antiadaptativas han podido ser adoptadas por determinados motivos que fueron buenos en su momento, y continuados por simple tradición. La desaparición del motivo inicial hace que sea necesario explicar la continuidad de la costumbre... Y entonces vuelve el efecto Franklin al ataque, susurrando: "debe haber un gran motivo para seguir haciéndolo, no podemos ser tan tontos". Y comienzan las justificaciones de lo injustificable. Seguramente un sinnúmero de aberraciones culturales deben su existencia a este proceso. Hay algún caso muy bien documentado: entre los nuer y los dinka de Sudán existía la costumbre de extirpar los incisivos inferiores de los adolescentes debido a un episodio de tétanos en dicha población. La contractura mandibular asociada a esta enfermedad impedía la alimentación de los enfermos, motivo por el que se procedió a la citada extirpación, para facilitar la entrada de alimento semilíquido. Cuando la enfermedad remitió la costumbre era ya ley... y se siguió practicando. A la postre, a los nuer y a los dinka les gustaba la estética sin incisivos inferiores, y entendían que era muy atractiva la defectuosa pronunciación que propiciaba. Simultáneamente se obviaban los evidentes problemas que ocasiona a la inexistencia de los citados incisivos para la alimentación normal.

Y es que no es lícito pensar que cualquier característica cultural, por el hecho de existir, es respetable por ser adaptativa. De hecho, puede ser profundamente antiadaptativa y aberrante. "Son nuestras costumbres, y deben ser respetadas" es una petición desmesurada; y éticamente inaceptable. La disonancia cognitiva no es buena consejera, y el conocimiento de su existencia al menos nos avisa del peligro. Peligro que es más fuerte cuando nos autojustificamos, individual y colectivamente al respecto de nuestras tradiciones, porque antes se ve la paja en el ojo ajeno...

viernes, 10 de agosto de 2018

ENTRE TODOS LA MATARON, Y ELLA SOLA SE MURIÓ



    Cierto amigo está en Venezuela visitando a su familia en estos momentos tan duros que vive el país hermano. Le preguntamos cómo encuentra la situación allí, si es cierto eso de que en Venezuela necesitas mucho dinero para poder comer lo normal. Nos responde:

    “Es cierto. Al cambio no es nada, porque 1€ está como a 4.000.000 Bs (bolívares). Lo que pasa que el sueldo mínimo son 7.000.000 Bs , y una cerveza es sobre 1.000.000, y una comida fuera en cualquier lugar de comida rápida (por poner lo más cutre) pasa de los 5.000.000 (más de un 50% del sueldo mínimo). Por ejemplo, en “ Pollo Graduado” (una franquicia alimenticia)  son 9.260.000 Bs el menú de 7 piezas de pollo con arepitas y bebida, lo cual es más que el sueldo mínimo.

    Un kg de queso son 7.000.000 Bs, uno de pollo 6.000.000 Bs, la leche se coge de ordeña cruda y se hierve en casa, las frutas y verduras muchas se crecen en la propia casa si puedes, las colas para la gasolina son enormes y muchas veces se quedan sin los surtidores, pero en muchos lugares ya ni te cobran porque con los 200 Bs que cuesta llenar el carro entero no hacen nada, un refresco es sobre 1.500.000 Bs... Y las cosas no se encuentran. La gente está sacándose pasaporte para ir de país en país como turista, agotando el tiempo máximo que se deja con esa visa, para trabajar ilegalmente en trabajos temporales durante ese tiempo y luego poder volver con algo.”


    Para el final, lo más espeluznante:

“Ya no ves animales caseros (gatos o  perros) en las calles de las grandes ciudades ni pájaros porque la gente los mata para comérselos y los que cuidan fincas se mueren de hambre.”

    Esta es, amigos, la situación exacta de Venezuela a día de hoy, vista directamente por una persona concreta con sus propios ojos, estos días de agosto de 2018, esto es lo que nos cuenta a sus amigos. Esta es la verdad.

    Mientras tanto, nos devanamos los sesos en las redes sociales defendiendo unos, sin el menor atisbo de duda, que la culpa es del feroz capitalismo y sus tácticas de desabastecimiento programada de castigo, y otros (también sin el menor atisbo de duda), que la culpa es de un trasnochado marxismo impuesto por la fuerza; nos debatimos entre interpretaciones interesadas para denostar a nuestros rivales políticos, y lo hacemos apuntando al culpable, claramente identificado por todos, pero siempre distinto en cuanto cambias de interlocutor.

    Otro amigo, conocido por su laconismo y sabiduría, concluye:

    La verdad desnuda es que lo de Venezuela es, en este momento, una catástrofe económica, social y humana, seas de derechas o de izquierdas.

    Nos dolemos con Venezuela y con sus ciudadanos, más allá de hermenéuticas interesadas y les mandamos un abrazo fraternal.

Jesús M. Landart