domingo, 30 de septiembre de 2018

Elogio de los calzonazos

Recuerdo a un tipo hercúleo que mediría aproximadamente 1’75. Se notaba que no era un producto de gimnasio, sino fruto de la naturaleza y el trabajo que seguramente le exigiría un gran esfuerzo físico. Se le veía muy aficionado a ir con amigos y charlar animadamente con ellos. Su esposa, en cambio, era más o menos un fideo, no era fea pero tampoco agraciada, hablaba muy poco y lo observaba todo. Trabajaba como administrativa en la Función Pública. A él lo vi reparar la bicicleta de su hijo con mucha destreza por lo que cuando en cierta ocasión se le estropeó ligeramente la suya a otro niño, que puso cara de tristeza, le sugerí que se la reparase también. Se puso manos a la obra, con el convencimiento de que podía hacerlo, cuando de repente se detuvo en seco y abandonó la tarea. Se lo había ordenado su mujer. Me fijé a partir de entonces en que cada vez que ella le ordenaba algo él obedecía de forma automática, sin cuestionar nada, ni plantearse si lo que le mandaban era lo más adecuado. Estoy seguro de que ella tenía razón siempre o casi siempre, pero esa respuesta automática suya me resultaba enternecedora.
Pero también estoy convencido de que no todas las mujeres que tienen tal dominio sobre sus maridos actúan con la misma buena intención que le atribuyo a esta. Recuerdo a otra, cuyo rostro me parece satánico, que está casada también con un tipo muy fuerte, al cual domina sin duda, aunque seguramente no de un modo tan directo.
Supe de otro, que vivía por la zona de Burjasot y Godella, era profesor mercantil y que tenía la santa costumbre de obedecer a su media naranja. Lo gracioso de él era que se la llevaba al teatro a ver la obra de alguna vedette y luego en casa se la llevaba a la cama y le decía: como si fueras esa.
Pero el género de los calzonazos no es escaso, a muchos los tratan sus esposas como si fueran hijos y a ellos les gusta, y otros dan con mujeres de armas tomar y se someten.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Las mujeres, la prepotencia y el feminismo

A veces, en donde esperamos dar con la elegancia topamos con la prepotencia. No es que la elegancia sea una virtud olvidada, es que siempre ha sido escasa. La elegancia de espíritu siempre resulta admirable, tanto en hombres como en mujeres, pero en las damas que la incorporan brilla mucho más, las hace irresistibles.
Hay mujeres que han sucumbido a la tentación de la prepotencia y a pesar de ello, bastantes se creen con derecho a enarbolar la bandera del feminismo. No se puede ser ambas cosas a la vez. El feminismo es un movimiento que aboga por la justicia, por la igualdad de derechos, por la concordia. No basta con ser mujer para ser feminista. Cualquier hombre puede ser feminista. Cualquier mujer puede ser machista, o sea, dispuesta a aprovechar la ventaja sobre quien esté en inferioridad.
Hay señoras que defienden, con todo el derecho del mundo, ciertos postulados. Ahora bien, no deberían hacerlo bajo la bandera del feminismo, sino poner otro nombre a sus reivindicaciones.
El feminismo es un movimiento útil, necesario, hermoso, ético, moral, y no debería ser contaminado con otras cuestiones que tienen poco que ver con esta lucha justa. En cambio, la elegancia espiritual sí que tiene mucha relación con el feminismo, seguro que está en su origen.
Los patanes, esos que sólo piensan en su provecho inmediato, los que no piensan en la justicia más que cuando se sienten perjudicados, los que se burlan de los indefensos y se postran ante los poderosos, los necios capaces de sumarse a cualquier conjura, los que disfrutan librando de malos amigos a las buenas personas, no podrán entender jamás el concepto del feminismo, el de la elegancia, el de la justicia.
Por eso hay que vivir sin dar excesiva importancia a los patanes y tratando de reconocer a quienes cultivan valores que merecen la pena.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Bandarras de cutis fino

Se les puede llamar tranquilamente bandarras puesto que aunque presuman de poseer altos valores éticos, en realidad para ellos todo se resume en conseguir gran relevancia social y situarse en buen puesto en la manada a la que se sumaron en su día.
Señoritos de cuello blanco, de mirame y no me toques, que se apoyan unos a otros y se dejan admirar por grupos más amplios, a los que no obstante mantienen a distancia, puesto que son elitistas, aunque tratan de parecer lo contrario. A veces ven la decrepitud a su alrededor, pero son ellos quienes la llevan dentro, sin duda causada por su índole narcisista y caprichosa.
Los hay que asisten impávidos, cuando no aplaudiendo, a las arbitrariedades de sus machos alfa y luego critican las arbitrariedades de otros, generalmente políticos del bando rival o personajes públicos. Algunos se declaran ateos y hacen bandera de su honradez por tal motivo. Nótese la ausencia de autocrítica en todos los casos. Dan por sentado que lo que hacen ellos es lo correcto, percepción esta que se refuerza al ver que el resto de miembros de la manada hace lo mismo y piensa igual. Otros van a misa y generalmente se les nota, aunque estén fuera de la iglesia. Cuando asisten a algún oficio religioso se les nota más. Sería interesante saber qué idea tienen de Dios. Si se les pudiese obligar a que explicasen eso en un folio o dos quizá nos llevaríamos la sorpresa de que puestos a elegir entre Dios y el macho alfa de sus manadas preferirían a este último. Seguramente, los primeros sorprendidos serían ellos al darse cuenta, pero esto no cambiaría nada.
El mundo de los bandarras es variopinto y entretenido y ni qué decir tiene que cuando las traiciones las perpetra alguno de los suyos no las tienen como tales. Y si se les interpela sobre ellas niegan que sean traiciones.

domingo, 2 de septiembre de 2018

El Pack


Estamos absolutamente compartimentados, y además somos gregarios. Nos debemos a nuestros aprioris, a los que somos absolutamente fieles, como si lo merecieran. Según nos hacemos adultos, asumimos un perfil al que creemos deber algo. Y ese perfil conlleva una serie de adhesiones inquebrantables. Lo hacen incluso aquellos que cacarean su independencia e individualismo. O especialmente ellos.

Por ejemplo, si eres de izquierdas, las probabilidades de que te tiemble el pulso antes de hablar mal del Islam son muy altas. Serás incapaz de leer o escuchar una crítica al mismo sin exclamar al momento: "¡ y el cristianismo, lo mismo!", manteniendo una perfecta equidistancia, no vaya a parecer que mi discurso es xenófobo, colonialista, eurocentrista o racista. Aunque no venga a cuento, aunque no sea verdad, lo harás porque va en el pack.  Piensas que si no lo haces así, la gente de derechas (a la que llamarás posiblemente "la caverna") opinará como tú, y eso no puede ser. Si por el contrario eres de derechas, defenderás igualmente cuestiones que ni siquiera razonas, porque decir lo contrario te parecerá hacer el juego a la izquierda, a la que llamas posiblemente izmierda. Por ejemplo, no creerás en el calentamiento global, y si los datos son agobiantes, no creerás que es antropógeno. Tendrás tendencia a creer a los torturadores de datos que presentan la evolución de las temperaturas como si no existiera calentamiento. Tampoco creerás que el sexo y el género pueden estar en disonancia, a pesar de las pruebas psicológicas, estudios y documentos que te muestren que la situación real es muy otra, y que sí, hay personas atrapadas en un sexo que no es el que sienten que les corresponde. Porque va en el pack. En el asqueroso pack que debes tomar entero, tragarlo íntegro, de manera monolítica y acrítica.

Y no estoy hablando de extremistas, de excrecencias de pensamiento tales como los integrismos religiosos que inhabilitan a sus rehenes a entender el heliocentrismo, la evolución o la edad de la tierra. Hablo de gente común, de buena gente común, gente como tú y como yo, que nos creemos que debemos algo a un perfil que otros han construido para nosotros y lo hemos aceptado contra el sentido común, contra la evidencia y contra la decencia.