viernes, 22 de febrero de 2019

La necesidad de aprobación

Esta necesidad de tener la aprobación de los demás la tienen también, o sobre todo, los terroristas, para los cuales las demandas de los nacionalistas actúan como coartadas o excusas para perpetrar sus atentados y para que amplias capas de la población, las más infames, sientan que está justificado lo que hacen.
Pero sin llegar a esos niveles de inmundicia moral, hay un grupo numeroso de personas que sacrifican parte de sus convicciones con el fin de conseguir la aceptación o el aplauso de una mayoría lo más amplia posible. Para estas personas, obviamente, la aceptación está por encima de la moral y del afán de justicia.
Hay otras personas que van un palmo más lejos; no es que renuncian a parte de sus convicciones o de su ideario, es que renuncian por completo a tener convicciones o ideario. Para estas personas es fundamental la aceptación. No pueden vivir sin ella y dada esta necesidad su ideario, en cada momento de su vida, es el de su entorno, el de esas cien, doscientas o trescientas personas con las que tienen más contacto. Su ideario es de la media de esas personas y quizá sean capaces de añadir matices según con quién traten en cada momento. Necesitan esa aprobación porque en el fondo se saben malas personas y de este modo anulan o mitigan este sentimiento. Necesitan, además, señalar enemigos e intentar perjudicarlos.
Todas estas personas que necesitan, más allá de lo que sería normal, la aprobación ajena sufren mucho fuera de su zona de confort. Digamos que es muy difícil que logren sobrevivir si se ven en la tesitura.
Tampoco hay que olvidar a esos otros que necesitan la aprobación ajena de forma imperiosa, pero sin renunciar a ninguno de sus postulados o principios y ahí, en este detalle, chocan con un muro insalvable.

lunes, 11 de febrero de 2019

A vueltas con el rencor

Cuando una mala persona detecta a una buena el arreglo ya es imposible, y esto ya se sabe desde los albores de la humanidad. Caín vive entre nosotros y no descansa en su empeño de hacer el mal a otros, de perjudicarles en la medida de sus posibilidades, de hacerles patente el odio que siente por ellos.
Caín siempre necesita un enemigo sobre el que volcar su furia y su rencor, y quienes sean testigos de su ensañamiento con alguien, que luego será sustituido por otro y más tarde por otro más, deben tener presente que sus víctimas, casi con toda seguridad, son mejores personas que él.
Este proceder tiene una explicación muy fácil. Todo el mundo necesita creerse bueno, otra cosa es intentar serlo, por eso cuando Caín se da cuenta de que alguien se ha esforzado con provecho en este sentido queda patente para él su descuido sobre el particular. Es como si al mirarse al espejo se viera feo y enfurecido lo rompiera.
Incluso los etarras y sus cómplices o admiradores necesitan creerse buenos. Para perpetrar sus desmanes, o aplaudirlos y disculparlos, necesitan la coartada que les proporciona Sabino Arana, ese orate integral que debería estar en el olvido, pero cuya memoria mantienen viva otros, no menos orates que él. ¡Cuántos atentados nos habríamos ahorrado si no fuera por eso!
El caso es que no solo se mantiene viva, de manera improcedente, la memoria de Sabino Arana, y también de otros personajes igual de malignos o casi, sino que al propio Caín no se le permite. Seguramente, la humanidad tiene la obligación de percatarse de que el cainismo es una rémora para la sociedad, un freno y una fuente de conflictos innecesarios que sería conveniente eludir, por lo que una vez cumplido su papel histórico de hacer la naturaleza del mal debería desaparecer.
A Caín siempre dan ganas de decirle: me ganas en todo excepto en una cosa: soy mejor persona que tú. Porque ellos nunca intentan vencer en eso, sino convencerse de que no es cierto.i
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