sábado, 25 de abril de 2020

Mi Aleph


Todo el mundo piensa en el más allá, incluso quienes piensan que tras la muerte no hay nada. Se puede interpretar que muchos piensan así porque les conviene.
Tal vez, a mí me convenga también, pero tengo la costumbre de ponerme en lo peor, para tratar de evitarlo y si no puedo que no me pille desprevenido. Lo cual significa que no doy por seguro que tras la muerte no haya nada. Una de las posibilidades que me planteo tiene mucho que ver con el Aleph. Unas cuantas líneas del cuento pueden servir como introducción:
«-¿El Aleph? -repetí.
-Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema! No me despojarán Zunino y Zungri, no y mil veces no. Código en mano, el doctor Zunni probará que es inajenable mi Aleph».
Lo que imagino como una de las posibilidades es que quien llega al otro mundo, de pronto lo ve todo. Todos los pensamientos y todos los hechos de todos. Y ve con toda crudeza todo el mal que ha hecho y las consecuencias que ha desencadenado ese mal. Y me doy cuenta de que al ver, con toda crudeza y sin posibilidad alguna de recurrir al autoengaño, las propias acciones el dolor debe de ser muy grande. Eso me lleva a pensar que cada vez que viene a mí algún recuerdo que tenga que ver con alguna maldad sufrida y como reacción yo maldiga al causante, ya fallecido, éste es posible que sufra mi reacción en el otro mundo, lo cual le cause un gran dolor, ya en una dimensión distinta de la nuestra.
Entonces es cuando comprendo que para adquirir la condición humana es necesario hacer uso de la virtud del perdón.

lunes, 20 de abril de 2020

La afición a despreciar


De la observación del comportamiento humano cabe deducir que hay personas que se creen dueñas del desprecio, es decir, que pueden obsequiar con él a quién se le antoje todas las veces que lo crean oportuno.
Basta meditar un poco sobre el asunto para comprender que eso no es así. Veamos: no es lo mismo ser despreciado que despreciable. Pondré un ejemplo: supongamos que Otegui, que, sin duda alguna, dada su condición de etarra, los delitos por los que ha sido, los que quizá haya cometido y sigan impunes, es despreciable, me da lo que para mí sería un regalo: su desprecio. Lo cual evidentemente ocurre, pero no de forma personal, porque no me conoce, pero sí de modo genérico, porque cada vez que habla nos lo demuestra a los demócratas. Ese desprecio suyo no nos debe afectar.
El desprecio que realmente duele es el que se puede sentir por sí mismo, por haber hecho algo que no es correcto. Cuando ocurre muy a menudo y ya no se tiene buena idea de sí lo habitual es compensar esto con la aprobación ajena, para lo cual, en estos casos, se suele sacrificar el criterio propio para asumir el del grupo. El hecho de ser bien considerado por terceras personas, e incluso a veces aclamado, como es el caso del citado anteriormente, y de otros no tan famosos, tampoco es suficiente para tapar el malestar interior, motivo por el cual reparten sus desprecios cada vez que se les presenta la ocasión, de modo que al rebajar a otros creen que se ensalzan ellos.
Este modo de proceder provoca gran número de suicidios y trastornos mentales y está en el origen de todo tipo de acoso moral, esa lacra tan perversa.
Hay personas que tienen respeto por sí mismas y se las conoce porque no  intentan disminuir a nadie, sino que cuando pueden hacen lo contrario.