sábado, 31 de octubre de 2020

La verdad os hará libres

 

Al contrario que la Biblia, que tiene muchos, el Corán sólo tiene un autor, alguien que se dio cuenta de las posibilidades que ofrece la religión para manipular y dominar a las masas. Posteriormente, otros despabilados aprovecharon su ejemplo y con el mismo fin inventaron más religiones.

La cuestión es que algunos de los autores de la Biblia fueron geniales, puesto que demostraron un extraordinario conocimiento de la condición humana.

Hay que partir de la base de que la misión del cerebro no es mostrarle la verdad a su dueño, sino ayudarlo a sobrevivir, por cuyo motivo le presenta las cosas del modo que más le conviene. Por tanto, para descubrir la verdad hay que obligar al cerebro a buscarla y aquí empiezan a aparecer las dificultades. Cuando el interesado sufre algún grado de narcisismo es difícil que lo consiga, porque evidentemente esa no es su prioridad. Si el narcisismo es patológico la verdad pasa a ser una cosa molesta.

Pero no es el narcisismo el único dique con el choca la verdad. La cobardía también viene a ser un muro infranqueable, porque para enfrentarse a la verdad cara a cara hay que tener mucho valor. Y tampoco hay que olvidar a quienes han sucumbido al egoísmo, la envidia, la soberbia u otros vicios. No les interesa.

Hay que convenir en que la verdad, aunque tenga un premio tan apetecible, no da la impresión de que genere oleadas de gente en su busca. No es el caso de la religión que casi todo el mundo tiene. Los hay, incluso, que se inventan una que no sirve para nadie más. Los hay que creen en la astrología, o en la magia, o consultan adivinos.

A algunos la simple idea de Dios les resulta molesta, otros sí dicen creen en él, pero luego con sus actos demuestran que piensan que lo pueden engañar, o que bastará con que lo adulen un poco para que les conceda privilegios.

Algunos de los autores bíblicos merecen que se les preste atención.


lunes, 26 de octubre de 2020

Empatía

 

«Sentimiento de identificación con algo o alguien». No he notado nunca que nadie haya tenido empatía conmigo. Tampoco he pedido nunca que la tengan, ni lo pienso pedir jamás. Por otro lado, no creo que sirviera de nada. Estas cosas o nacen espontáneamente o no lo hacen nunca.

Es imposible identificarse con alguien cuyas experiencias vitales y circunstancias son distintas. Acaso este párrafo de Charlotte Delbo se aproxime a lo que podría ser una explicación: «Dicen: tengo miedo, tengo hambre, tengo frío, tengo sed, tengo sueño, me duele, como si estas palabras no tuvieran ningún peso». O estos versos de la misma autora: «si rosas / no hubo / es que no volvimos».

Gestos de simpatía sí que encuentro más a menudo. Y los agradezco y los disfruto.

Hay gentes que lo dejan a uno acercarse a su pedestal. Y lo miran desde arriba de modo que dan ganas de prestarles unos prismáticos. Eso no es empatía, ni tampoco simpatía. No se dan cuenta estos que se dan tanta importancia a sí mismos de que al final Colón es una calle, cuando una estatua que derriban unos que no tienen ni idea de a quién representa. Vivimos cuatro días, al cabo de los cuales lo que queda ya no nos importa. Queda la obra hecha, que las generaciones futuras pueden aprovechar o no. ¿Y si no hay obra, qué? Si todo ha sido egoísmo, cultivo del ego, abono del narcisismo, ¿qué queda?

El mundo de los mamones es muy vasto, gentes que mediante el juego sucio, pretenden que los seres despreciables que se lo consienten les concedan privilegios. Por cierto, abundan los que creen que el desprecio es un arma que pueden usar a su antojo. No es cierto, las posibilidades se limitan a convertirse en despreciable. Otra cuestión es que haya bobos que teman sentirse despreciados.

El caso es que la palabra empatía está tan de moda que usan hasta presuntos intelectuales. La palabra ‘presunto’ también está de moda.

viernes, 23 de octubre de 2020

Un mendigo que es más poderoso que Sánchez

 

En un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, pero que está en plena calle, vive un mendigo que tiene un poder inmenso.

Anda descalzo, con poca ropa, y soporta frío, calor, lluvia, viento y lo que le echen. No se sabe cómo se las ingenia para vivir. Las buenas gentes quieren ayudarlo y le llevan mantas, ropa, zapatos, pan, comida, de todo, y todo lo tira, nada necesita. Le dejan leche cuando no está, zumos de frutas, botes de garbanzos, de lo que sea. Pero él está al margen de la sociedad y no quiere saber nada de ella.

Quizá algún día formó parte de la sociedad, o acaso no. No se sabe. El caso es que ahora está fuera y, consecuentemente con esto, vive fuera. Si los servicios sociales van a verle, rehúsa la ayuda.

Y a ver quién es el guapo que es capaz de sobrevivir tanto tiempo como él lleva en sus mismas condiciones.

Estos psicópatas, Sánchez, por ejemplo, pero no sólo Sánchez, que adoran el poder, que disfrutan sintiéndose poderosos, que les gusta recrearse en pensamientos bellos acerca de sus personas, en el caso de Sánchez habría que escribirlo con mayúscula, podrían mirarse en el espejo de este señor que tiene tanto poder que no necesita nada.

Sánchez necesita que lo adoren, que le abran la puerta del coche, que lo peinen, que lo aplaudan. Sánchez es esclavo. Si Diógenes entrara con su candil en el palacio de Sánchez, lo apagaría enseguida, -qué pérdida de tiempo entrar aquí, diría-.

Esclavo de quienes le hacen la pelota, a los que necesita más que la sopa boba que le sirven a cambio de hacer el mal. No se la gana, más bien al contrario.

En cambio, el poderoso mendigo no hace mal a nadie. Deposita sus necesidades en un contenedor de basura. No es un parásito -ojo, diputados-, no molesta. Simplemente, ocupa un espacio.