martes, 2 de noviembre de 2021

Aquelarre

 

La portada de este libro es un homenaje a ‘Campos de Castilla’ de Antonio Machado, impreso en la antigua editorial Afrodisio Aguado S.A., cuya cubierta es tan austera como esta.

Francisco Javier Guardiola Guevara es un amigo que conseguí sin buscarlo. Las mejores cosas que han llegado a mi vida lo han hecho así, sin buscarlas. No sé si es la mejor persona que he conocido, pero, sin duda, es de las mejores. Hoy cumple años y lo felicito de este modo.

Repite en el prólogo algo que ya dijo en el de ‘Agoni
stas’, y es que tiene una novela en la cabeza. No sé por qué no la escribe ya. Quizá cuando ya la tenga madurada y le dé forma resulte la mejor que se ha escrito nunca.

Yo le mando escritos míos y debería tener vergüenza. Él escribe infinitamente mejor que yo y además tiene una paciencia infinita. Allá en Mendoza, a los pies de los Andes, a fuerza de buscar las cumbres con la mirada, digo yo que será eso, su pensamiento, su humanidad, su idealismo se elevan hasta lo más alto. No es algo de lo que él vaya presumiendo, sino que se adivina leyéndole, también en mi caso tratándolo a través de los años.

Es una pena que este libro no esté a la venta en España para que ustedes puedan comprobar todo lo que digo. La suya es una prosa deslumbrante y como sus versos, de los que hablo en otra entrada, cargada de humanidad y de optimismo y fe en el ser humano.

No es este amigo mío de los que intentan ‘triunfar’ a toda costa, pisoteando a quien haga falta y traicionando lo más sagrado, sino un ser comprensivo que indaga en el lado tierno de los derrotados, que comprende las flaquezas humanas y en lugar de castigar con saña a quienes las tienen, los acompaña de forma amistosa en sus fracasos. Es toda una lección de vida, tan conveniente en estos tiempos tan ásperos en los que la civilización parece estar en sus últimos días.

Poesía de cuarentena

 

Durante el mal llamado ‘confinamiento’ -las palabras no son inocentes-, que, en realidad, era reclusión, la mayor parte de los gobiernos del mundo puso de manifiesto su in
competencia, faceta esta en la que descollaron algunos de ellos.

Los individuos, en cambio, tuvieron la ocasión de demostrar su resistencia y sus armas para hacer frente a las eventualidades de la vida. El autor de este poemario, cuyo primer apellido es de procedencia alicantina, y el segundo lo comparte con un familiar suyo de terrible fama, hecho en el que no tiene ninguna culpa, puesto que jamás se le ocurriría matar a un homosexual, ni tampoco a nadie, más bien al contrario, anima a vivir a todos los que puede, aprovechó la circunstancia para dar rienda suelta a su creatividad. El libro me llegó a través de un amigo suyo de Mendoza que estuvo de paso por Valencia.

Francisco Javier Guardiola Guevara, escribano, autor, entre numerosos trabajos trabajos literarios de todo tipo, de «Un breve ensayo acerca del concepto de verdad desde un punto de vista notarial», estuvo mandando durante los sesenta y cuatro días que duró el encierro un poema o uno de los dos relatos cada día a sus amigos. Siempre con la intención de animar y ayudar a sobrellevar la circunstancia.

Sus poemas tienen magia, esa que inunda de felicidad a quienes han intentado ser buenas personas y persisten en este afán, están pensados para personas que, cualquiera que sea su edad, han alcanzado la madurez. Como se percibe en estos dos versos: «Y aprender por fin la osadía / De vivir sin hadas ni ángeles protectores». Pero hay otro verso definitivo, propio de alguien que mira a la vida de frente y no se arredra ante nada, ni se deja desmoralizar por ningún contratiempo: «A creer en algo, pero mejor en alguien». Si se deja de creer en el prójimo, también se hace con uno mismo. Este es el signo que distingue a las personas de fiar de quienes no lo son.

Gracias, Javier. Y felicidades por tu cumpleaños.