domingo, 20 de junio de 2010

Querido Sancho Panza

Estuve una vez en el despacho del director de una sucursal bancaria. El sujeto procedía de una familia rica y con su astucia había aumentado su caudal. Según me confesó, con la intención de demostrarme su talento, todos los años, en cierta época, compraba acciones de Tubacex, que vendía también todos los años en la misma fecha, y con los beneficios obtenidos se pagaba su temporada de caza.
Me confesó también que su mujer era maestra y que ganaba más dinero que él, a pesar de que su trabajo era más difícil y de mayor responsabilidad. No pude estar de acuerdo con él, le contesté que el trabajo de maestro era el más difícil y el de mayor responsabilidad de todos. Puso cara de escéptico, pero no dijo nada. De hacerlo, hubiera revelado todavía más cosas acerca de lo que pensaba de su esposa. Hacía poco que se había mudado a vivir a un chalet de gran tamaño, en una zona muy buena. Tenía cuatro libros, encuadernados lujosamente, sobre la mesa. Los había comprado ese mismo día a un comercial. Los cogí para verlos, y el director me dijo que no eran muy buenos, pero que los había comprado porque hacían juego con las cortinas que acababa de instalarse. Eran de Herman Hesse, François Mauriac, William Golding y Boris Pasternak.
Esto de las cortinas me recuerda a Don Quijote de la Mancha. Son muchos los que lo compran en ediciones lujosas, quizá con el mismo fin. Un estudiante universitario se interesó una vez por el libro que estaba leyendo en ese momento y le contesté que releía el quijote. Me miró como si yo estuviera loco (cosa que podría ser cierta, pero el hecho de releer el quijote no es síntoma de ello), y poniendo al mismo tiempo cara de supremo aburrimiento. Cosas de los prejuicios, supongo. Porque el quijote, aparte de ser muy divertido, contiene enseñanzas impagables. Nunca se puede agradecer bastante haber leído ese libro. Sancho Panza, por ejemplo, puede dar lecciones a gran parte de la humanidad, sobre todo a esos que viven mirándose el ombligo, y luego resulta que un rústico les da sopas con honda. En ningún momento se quebró su lealtad a Don Quijote, aceptó con naturalidad su status inferior, no trató de aprovecharse de la locura de su amo, ni dio en burlarse de ella, trató de ayudarle en todo momento, de hablarle con claridad, y no le pidió como pago más que lo acordado de antemano. Sancho Panza se eleva sobre el resto de personajes de la obra, exceptuando, claro está, al glorioso Don Quijote.

jueves, 17 de junio de 2010

Nada que hacer

Es sabido que nuestro cerebro nos engaña y nos induce a ser optimistas con el fin de ayudarnos en la lucha por la vida. Vivir es un acto de voluntad, y para desear vivir hay que tener alguna esperanza. A menudo, esa esperanza hay que depositarla en otras personas, y más concretamente en alguna decisión que han de tomar.
Lo que ocurre es que muchas personas son prisioneras de sus biografías. Esto es así porque el interesado ha tomado alguna decisión incorrecta por faltarle valor para elegir la opción justa. Nadie está obligado a acertar en sus planteamientos, pero si uno se ha equivocado cuando su intención era la de acertar, asume el error sin mayores complicaciones. En el supuesto de que el error está motivado por la cobardía resulta muy incómodo, y entonces el interesado busca justificarse y se provee de argumentos que le ayudan en este menester. A partir de este momento, todas la decisiones que tome estarán mediatizadas por ese error primero, pues cualquier actitud contradictoria con él puede hacer que se derrumbe todo el entramado que le hace creerse responsable y justo. Un prisionero de su biografía está obligado a pensar y actuar dentro de los límites que él mismo se ha creado, ya que, como se ha visto, esos límites constituyen, a su vez, los soportes que lo mantienen moralmente erguido.
Por otra parte, la decisión de encerrarse entre esos muros, compuestos por la cobardía y, por tanto, la traición y crueldad, permite vivir de manera muy cómoda, hablando en términos materiales, e incluso se pueden alcanzar grandes cotas de poder, tanto en la política, como en la carrera judicial, militar, eclesiástica, o cualquier otra.
Y muy a menudo hay gente angustiada, porque se está jugando su futuro personal, el de su familia, o cualquier otra cosa de vital importancia, y esa gente que mira al cielo con angustia y que se niega a perder la esperanza, puede tener razón y saber que la tiene, y puede tener la certeza de que la situación que está viviendo es radicalmente injusta e intolerable, si se mira con ojos desapasionados e interesados por la justicia. Y entonces se fija en la persona que ha de tomar la decisión y se da cuenta de que es una de esas prisioneras de su biografía, y comprende que no hay nada que hacer.

sábado, 12 de junio de 2010

Eduardo Punset y la fotosíntesis

Se ha referido Eduardo Punset, ese lujo que tenemos en España, a la posibilidad de que en el futuro nos alimentemos mediante la fotosíntesis. Merece la pena meditar sobre el asunto. En tal supuesto, costaría más convencer a la gente para que fuera a trabajar, dado que bastaría con tomar el sol para satisfacer las necesidades alimenticias. Desaparecida el hambre de nuestro mundo, no habría inmigración y poco a poco las fronteras dejarían de tener sentido. El dinero perdería su valor y al no ser envidiados los ricos, éstos perderían su poder. La adulación dejaría de tener sentido, puesto que pocas ventajas se podrían obtener con ella.
A la gente le apetecería poco ir a trabajar, pero seguiría necesitando casas para vivir, ropa para vestirse, etc. También seguiría teniendo curiosidad para investigar y enfermedades que curar. Habría que idear un sistema de recompensas para las actividades que se llevasen a cabo en beneficio de la humanidad. En principio, habría que apelar al sentido de la responsabilidad de todos, cosa que en nuestros días puede parecer ingenua o inverosímil, pero que en este otro estado de cosas sería mucho más factible e incluso necesario. Quizá hubiera un baremo y quienes más hubieran hecho en beneficio de la humanidad obtendrían más consideración de los demás. ¿Proseguiría la humanidad su aventura espacial? Cabe esperar que sí. Por supuesto que hay que temer que desaparecidos unos vicios, otros tomarían su lugar. Pero no se sabe cuáles.
Cabe suponer que los robos desaparecerían por completo, ya que teniendo la comida asegurada ir a la cárcel sería una estupidez. Los asesinatos tampoco serían entendidos en un mundo sin guerras y sin robos y con la posibilidad de irse a vivir a la parte del mundo que uno quisiera. Sin olvidar tampoco lo más importante, y es que en cada población habría una plaza pública, como el Ágora de Atenas, en la que la gente debatiría sobre las mismas cuestiones que aquellos antiguos griegos, tan sabios.

viernes, 4 de junio de 2010

Un día de primavera

Entrado ya el mes de junio, el efecto primaveral se deja sentir con toda su fuerza. He aquí las variadas tonalidades del color verde que nos muestra la flora. Dentro del mismo árbol, las hojas nuevas se diferencian claramente de las que ya llevan tiempo absorbiendo la energía del sol. Frente a una variada gama de árboles y arbustos, la vista viaja de un verde a otro, siempre sintiéndose acariciada y recibiendo el mensaje que incita al optimismo (tan necesario en este mundo lleno de malas noticias).
Un automóvil potente pasa, su conductor mira con curiosidad a un inválido que con su silla de ruedas se acerca al paso de peatones. (Surge la pregunta: ¿cuál de los dos, el conductor del coche potente o el inválido, habrán tenido más suerte en la vida? Las cosas, a menudo, no son como parecen. Y en lo que respecta a la suerte hay mucha tela que cortar). Pasa otro coche potente cuyo conductor no siente curiosidad por el inválido. En lo que respecta a la invalidez también hay mucha tela que cortar: ¿Es inválido Stephen Hawking? Depende para qué. Pasa una ambulancia a gran velocidad, con la sirena puesta. Esto induce a otro tipo de pensamientos.
Una fuente lanza sus chorros hacia arriba, hermoso siempre el espectáculo que brinda el agua, embellecido en este caso por el marco verde, verde vegetal. El agua, fuente de la vida; el agua, a la que lanzan con fuerza hacia lo alto, con ritmo artístico. Una gitana arranca ramitas de un saúco, que luego intentará vender a los viandantes, atribuyéndoles alguna propiedad mágica. Es primavera y no obstante el sol castiga con fuerza. (Un niño dice: me han explicado en el cole que al sol le llaman Lorenzo, porque el día de San Lorenzo suele ser el más caliente del año, y también porque le asaron a la parrilla; a la luna le llaman Catalina, pero no ha explicado por qué). De Santa Catalina se dice que es la versión moderna de la diosa Lusina, Selene en la mitología griega. Durante estos días parece que la primavera ya ha dado paso al verano, como semanas días dio la sensación de haber dejado regresar al invierno. Con todo, se impone la vida. Es tiempo primaveral.