martes, 15 de marzo de 2016

Un retrasado mental

Era un sindicalista que medraba porque se vendía y vendía. Tenía la voz atiplada y un discurso que convenía a las mentalidades del entorno. Nada elevado, para explicarlo con claridad.
Me dijo un día:
- Tú eres bueno porque no puedes ser malo.
Se sintió como si hubiera descubierto Catarroja, a tenor de la expresión de su cara, redonda como la luna.
No se percató de que su afirmación contenía dos evidencias:
a) Me consideraba buena persona.
b) Se tenía por un mal bicho.
La primera no conviene tomarla muy en serio, viniendo de donde venía, pero es cierto que intento ser buena persona.
La segunda es una declaración de parte, y como tal impagable.
Hace poco vi su nombre en la lista de amigos de un historiador del que creo que dedica sus esfuerzos a perseguir a Franco. Conviene recordar la sentencia de Don Quijote: «Dime con quien andas, decirte he quién eres.», para concluir en que es una buena noticia para Franco que lo persigan malas personas. Con ello no quiero significar que Franco fuera bueno, conviene precisarlo porque hay tarugos capaces de entenderlo así.
La cuestión es que hay personas con las entendederas en tan mal estado de conservación, suponiendo que en algún momento de sus vidas hayan estado bien, que discurren mal. Piensan con los pies podría decirse.
Como explicó Hannah Arendt: «Es un ‘desafío al pensamiento’, como dije, porque el pensamiento trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque no encuentra nada. Eso es la ‘banalidad'. Sólo el bien tiene profundidad y puede ser radical”».
Resulta muy trabajoso y arriesgado ser buena persona. Para conseguirlo hace falta poner mucha voluntad en el empeño y más valor aún. En cambio, mala persona puede ser cualquiera.

viernes, 11 de marzo de 2016

La vida imaginada

No era nada agradable la vida que tenía que vivir Cervantes, cosa que él combatía recurriendo a la ficción, que le permitía instalarse en un mundo imaginario. Pero sabía distinguir realidad de fantasía, cosa que ennoblece.
Mucha otra gente se instala también en un mundo irreal, pero es por miedo. Una persona, ante la inmensidad del universo, apenas es un puntito insignificante. Esta realidad produce vértigo, por lo que son multitud quienes se refugian en un mundo ilusorio, pero tomándolo por real. Observan las cosas y las interpretan del modo que mejor se les acomoda. Se refugian en religiones, nacionalismos, sectas, grupos de amigos, del mismo modo en que nuestros antepasados se metían en cuevas y encendían fogatas que les daban calor y seguridad. Uno de los problemas que presenta esta actitud es que el ser humano está abocado a dar premios y castigos, puesto que el hecho de vivir impone la condición de juzgar. Y los premios y castigos que dan las personas que viven ajenas a la realidad no pueden ser sino arbitrarios. Quien teme ver las cosas tal y como son, por lógica, también es refractario a la justicia. Quizá esto explique que haya jueces prepotentes. La prepotencia siempre es injusta, por tanto, que un juez sea prepotente es el colmo. Abundan.
Estas personas que temen ver las cosas como son echan la culpa de cualquier cosa que les afecte a quien no tiene ninguna, y quizá no sólo esto, sino que se da el caso muchas veces que merece el agradecimiento.
Esta realidad ha venido a ser revalidada por la ciencia, puesto que ha determinado que la función del cerebro no es la de analizar la realidad, sino ayudar a su dueño a sobrevivir. Por tanto, si necesita edulcorar las cosas, lo hace.
Cuestión distinta será cuando la Humanidad se enfrente al verdadero problema, al ver amenazada la supervivencia como especie, en cuyo momento no le quedará más remedio que centrarse en la búsqueda de la justicia.

martes, 8 de marzo de 2016

Cuando seas padre comerás jamón

En épocas no tan lejanas se les decía eso a los hijos. En nuestros días no se les ocurriría a los padres.
A simple vista se aprecia que es una postura cargada de egoísmo. Una mirada más atenta demuestra que con ella se les transmitía a los menores la necesidad de ganarse las cosas. Se introducía en sus mentes la idea del esfuerzo como vía para alcanzar ciertas comodidades o privilegios. Si se observa la actitud de los jóvenes de hoy se comprueba que piensan que por el mero hecho de existir tienen derecho a todo.
Parecería que los padres tenían razón, pero no es así, porque al mismo tiempo que generaban la idea del esfuerzo inoculaban el ya citado egoísmo.
Pero los padres de hoy tampoco aciertan, porque al mismo tiempo que dan jamón a los hijos, deberían acostumbrarlos a usar su capacidad racional.
El ser humano es un animal racional y como animal tiene tendencia a adaptarse sin más a las distintas situaciones en que puede verse inmerso en su trayectoria vital. Si piensa, generalmente es porque se le ha presentado un escollo y debe superarlo. Su meditación no va más allá de este punto. Es como si un arquitecto que ha de hacer un edificio piensa en el modo de hacer lo más barato posible, sin que se caiga y aprovechar del modo que pueda los espacios, siempre pensando en el beneficio del promotor. Un arquitecto con inquietudes superiores intenta averiguar qué es lo que hace feliz al ser humano para diseñar una casa en la que pueda sentirse muy a gusto.
Del mismo modo, los padres deberían enseñar a los hijos a ir más allá de la función animal y meditar sobre las grandes preguntas de la vida. De este modo aprenderían a darse cuenta de que además de derechos tienen obligaciones.