Era un sindicalista que medraba porque se
vendía y vendía. Tenía la voz atiplada y un discurso que convenía
a las mentalidades del entorno. Nada elevado, para explicarlo con
claridad.
Me dijo un día:
- Tú eres bueno porque no puedes ser
malo.
Se sintió como si hubiera descubierto
Catarroja, a tenor de la expresión de su cara, redonda como la luna.
No se percató de que su afirmación
contenía dos evidencias:
a) Me consideraba buena persona.
b) Se tenía por un mal bicho.
La primera no conviene tomarla muy en
serio, viniendo de donde venía, pero es cierto que intento ser buena
persona.
La segunda es una declaración de parte,
y como tal impagable.
Hace poco vi su nombre en la lista de
amigos de un historiador del que creo que dedica sus esfuerzos a
perseguir a Franco. Conviene recordar la sentencia de Don Quijote:
«Dime con quien andas, decirte he quién eres.», para concluir en
que es una buena noticia para Franco que lo persigan malas personas.
Con ello no quiero significar que Franco fuera bueno, conviene
precisarlo porque hay tarugos capaces de entenderlo así.
La cuestión es que hay personas con las
entendederas en tan mal estado de conservación, suponiendo que en
algún momento de sus vidas hayan estado bien, que discurren mal.
Piensan con los pies podría decirse.
Como
explicó Hannah Arendt: «Es
un ‘desafío al pensamiento’, como dije, porque el pensamiento
trata de alcanzar una cierta profundidad, ir a las raíces y, en el
momento mismo en que se ocupa del mal, se siente decepcionado porque
no encuentra nada. Eso es la ‘banalidad'. Sólo el bien tiene
profundidad y puede ser radical”».
Resulta
muy trabajoso y arriesgado ser buena persona. Para conseguirlo hace
falta poner mucha voluntad en el empeño y más valor aún. En
cambio, mala persona puede ser cualquiera.