miércoles, 31 de enero de 2024

La del alba, según Dolores Agenjo Recuero

 

La del alba

Agradezco a Vicente Torres que haya pensado en mí para presentar su libro, La del alba, cuya lectura me ha producido una honda impresión.
La del alba no deja indiferente. Es un relato intenso y doliente, escrito desde el alma, que llega al alma del lector. No es una obra de entretenimiento como tantas otras: provoca sentimientos y reflexiones, toca temas profundos e irresolubles, aunque siempre apasionantes, como el sentido de la vida, la muerte, el sufrimiento, la moral, el bien y el mal…
A mí, personalmente, su lectura me ha causado, como he dicho, una honda impresión, pero no solo por su temática, sino también por la forma en que está escrita, porque todo cuanto cuenta adquiere relevancia por la forma personalísima en que el autor lo expone.
Nada más empezar, en las primeras líneas, el autor deja bien claro cuáles son los referentes literarios de La del Alba (que, por otra parte, abunda en comentarios sobre literatura y filosofía). Referentes literarios que, a mi juicio, inspiran lenguaje, narrativa y temas en esta novela: Cervantes y Borges.
Como don Quijote, cuando se inicia en su cruzada caballeresca contra el mal y a favor del bien, Vicente, el personaje-narrador de La del Alba, protagoniza un combate contra el mal, una lucha contra la injusticia de una sociedad que se ceba en los diferentes, y de autoafirmación contra todos aquellos que pretenden destruirle. No en vano el título está tomado de un conocido pasaje de la genial novela cervantina, justamente aquel con el que da inicio la novela.
Pero esta lucha por sobrevivir en medio de la infamia no es venganza, porque vencer al mal (así lo deja claro el narrador) es no permitir que la maldad nos contamine. En eso consiste la victoria sobre el mal. Es, por tanto, este un libro esencialmente moralista, en el sentido más noble de la palabra “moral”. Pero, como he adelantado, no solo en el fondo, también en la forma, La del alba se inspira en la obra cervantina.
En primer lugar, porque utiliza el recurso narrativo que constituye uno de los logros más celebrados de la genial novela cervantina: el relato dentro del relato. Así como en la segunda parte del Quijote, los personajes comentan las peripecias del protagonista narrados en la primera, en La del alba el narrador comenta con sus amigos, Ignacio y Leonor, los fragmentos de la historia que ha escrito para ellos, de manera que los sucesivos capítulos van intercalando la biografía del personaje con los comentarios que esta suscita en sus amigos lectores.
Y, por lo que respecta al lenguaje, me atrevería a afirmar que nuestro autor maneja una prosa de resonancias renacentistas, a través de la cual la historia fluye de modo natural, casi conversacional, aunque sin apearse nunca del registro culto (naturalidad y elegancia, la divisa renacentista), sin afectación alguna, en consonancia, precisamente, con el mensaje que la novela transmite: contención y estoicismo ante la adversidad, sin retórica hueca, sin dramatización hiperbólica, que no harían sino debilitar e incluso anular un contenido que no necesita de hipérboles ni adornos para adquirir fuerza.
En resumen: Precisión, hondura, contención y libre fluir de ideas: ese ir de un tema a otro, de un personaje a otro, como si el narrador volcase su historia sobre el papel tal como le vienen los recuerdos a la mente, como si conversara con el lector.
En cuanto a Borges, creo que el autor vincula su relato con una de las ideas centrales del genial autor de El Aleph: el deseo de contemplar y entender el mundo en su totalidad, en sus múltiples y contradictorias expresiones.
El ansia de conocimiento es inherente a la literatura, pues lo que podemos calificar de literatura es como esa esfera luminosa que Borges nos describe en el relato que le da nombre: El Aleph: un punto en que convergen todos los puntos para ofrecernos la visión de la totalidad del universo.
En La del Alba, ese instrumento maravilloso que es el aleph se relaciona con el mito de la caverna de Platón. El ser humano ansía salir de la oscuridad de la cueva, que, en su ignorancia, confunde con la realidad, para alcanzar la luz de la realidad verdadera. La literatura, no solo la ciencia, representada en la novela por los los dos amigos del protagonista, como esa pequeña esfera maravillosa, que Borges llama aleph, es un instrumento para elevarse sobre la oscuridad de la ignorancia y acercarse al conocimiento. En La del Alba esa elevación, el ansia de conocimiento y, por tanto, de perfección, viene representada por la avioneta en que Leonor e Ignacio contemplan la tierra desde lo alto. Ignacio y Leonor son el contrapunto a la maldad. Dos personajes ilustrados, dos científicos, capaces de elevarse sobre las tinieblas para buscar la luz de la verdad (no puedo evitar pensar en El paciente inglés, la genial película de Anthony Minghella). Son la familia que nuestro protagonista, niño maltratado y siempre acosado por las secuelas que ese mismo maltrato le dejó, hubiera querido tener.
Ellos, así como sus hijos, y la tía Virtudes, siempre presente en los recuerdos del protagonista, son la constatación de que el bien existe.
El dolor, paradójicamente, ha forjado la educación sentimental e intelectual de nuestro personaje, su fuente de perfección (y aquí, en la reivindicación del sufrimiento como aprendizaje y fortalecimiento del alma, veo también una cierta huella nietzscheana). Por todo ello, es esta una novela rica en ideas y esencialmente optimista a pesar de los malvados que por ella transitan.

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