jueves, 4 de julio de 2024

'El fluir de la vida', visto por César Evangelio Luz

 

PRESENTACIÓN LIBRO VICENTE TORRES


“EL FLUIR DE LA VIDA”



Calpe, 20 de junio de 2024





Sra. Alcaldesa de Calpe, Señoras y Señores, amigos… Muy buenas tardes.


Es un honor para mí poder participar en esta mesa de presentación del último libro de Vicente Torres “El fluir de la vida”, y hacerlo aquí, en Calpe.


Y digo esto porque no sólo soy seguidor de la carrera literaria de Vicente, y de su prolongada actividad como columnista y como intelectual de referencia, sino porque, además, el presente libro tiene mucho que decir, por una parte, a cualquier lector que desee adentrarse en el alma humana, -que ya sería suficiente-, pero también y de modo muy especial a todos los que habitan o están vinculados emocional o familiarmente a Calpe y su comarca.


No es un secreto que Vicente Torres es originario de Benisa, pueblo vecino y parte esencial de estas tierras de la Marina en la que compartimos tanta historia y tantas leyendas. Una de las cosas más hermosas que este libro nos aporta, entre otras muchas, es ese repaso por gentes y lugares de Benisa y de su comarca, en la que se encuentra Calpe, también contemplado en esta obra. Sólo por ello, vale la pena dejarse acompañar por Vicente en esa especie de vuelo que, a veces a vista de pájaro, y otras encaramado a una especie de lucerna de desván, como en el Diablo Cojuelo de Vélez de Guevara, nos convierte en estudiantes y espectadores ocultos de nuestra propia sociedad. En ocasiones, el espectáculo, incluso descarnado, que nos presenta Vicente al hablar de su propio entorno, nos hace sentirnos no solo espectadores ocultos, sino incluso ilegítimos, como aquél Peeping Tom (Tom el Mirón) que rompiendo lo pactado quiso observar la belleza ecuestre de una Lady Godiva que paseó por su pueblo sólo cubierta con sus largos cabellos.


Pero todavía me caben dos motivos añadidos, que al final son uno, ya personal, muy mío, por los que me complace mucho estar aquí con Ustedes, y con Vicente, presentando este libro. Entre el escaparate de personajes de esta obra se cita, en ocasiones, a mi propia familia, igualmente originaria de Benisa, muy vinculada también a Calpe.


En Benisa nació y creció mi madre, Matilde Luz Ivars, hija de Luisa Ivars Ivars y nieta de Francisco Ivars, quien fuera fundador, junto con su hermano Diego, de la fábrica Muebles Ivars -actual centro cultural de la localidad benisera-. Mi abuelo materno fue mi yayo Matías Luz López, originario de San Vicente del Raspeig, que regentó durante muchos años una de las farmacias de Benisa. A esa farmacia acudían de cuando en cuando algunos visitantes ilustres de Calpe, como Imperio Argentina, a por unas pomadas que como fórmula magistral le preparaba el boticari Don Matías. Mi yayo, farmacéutico, hacía buen tándem y tertulia con el médico calpino Don Pedro Crespo, concuñados ellos, pues el metge estaba casado con Pepita Ivars, una de las hermanas de mi yaya Luisa.


La familia de mi madre estuvo durante muchos años, y aún lo está, ligada a Calpe. Más específicamente al entorno del Peñón de Ifach, donde los chalets familiares de Villa Ivars, Cantal Roig, Santa Bárbara, Casita Blanca… formaban una especie de rosario de cuentas blancas que, junto al Parador, al bar Baydal, y a unos pocos veraneantes despistados, se asomaban como intrusos a un mundo puramente pesquero y salinero. Cuántas veces he oído en casa contar a mi madre aquellos domingos veraniegos en los que, para ir a misa desde el chalet de Ifach a la iglesia del pueblo, era preciso atravesar un largo trecho bajo el sol de injusticia, portando, por aquello del decoro, unos manguitos de efecto abrasador en sus antebrazos de niña. O cómo tuvo que subir, tantas y tantas veces como visitas recibía, a las cumbres del peñón, pues no había visita a Ifach que no implicara subida al gigante, ni subida que no precisara guía, habiendo quedado en su memoria, sobre todo, los días en que esas subidas se veían envueltas en repentina tormenta.


En pocos años, mi madre se hizo una adolescente candorosa y enamoró a mi padre, un joven teniente de la Guardia Civil destinado a esta costa y que, según él me contaba, disfrutaba lo indecible recorriendo a caballo el camino entre el puesto de Calpe y la Benisa donde moraba la mujer de su anhelo.


Héme aquí, pues, en Calpe, del que no soy hijo administrativo, ni residente, pero del que en cierto modo me siento, -sí sé por qué-, como en mi casa.


Y también ahora entenderán mejor por qué me complace tanto poder presentar en esta localidad el libro de un benisero que, entre otras cosas, habla de esta tierra a la que tanto amo y a la que tanto debo.


No obstante, y parafraseando a Jorge Manrique, dejemos el pasado y vengamos a lo de hoy, a este libro de Vicente Torres, El Fluir de la Vida.


La alusión a Jorge Manrique me sirve de hilazón para introducirme en el sentido de la obra que presentamos. Recordando aquel pasaje de las Coplas a la muerte de su padre, en el que dice eso tan conocido de “nuestras vidas son los ríos, que van a dar al mar, que es el morir”, es inevitable que el título del libro “El fluir de la vida”, nos remita a esa imagen de la vida como un río que fluye, y en cuyo recorrido se van sucediendo infinidad de acontecimientos, momentos buenos, de calma, otros de caídas, rápidos, remolinos mortíferos junto a meandros salvíficos… También en los ríos encontramos puentes, refugios, troncos providenciales,… y ello por no hablar de toda la fauna -muchas veces indeseable- con la que vamos tropezando, que casi nunca, o nunca, nos ayuda, o esa flora traicionera en la que podemos quedar mortalmente atrapados, o -en el mejor de los casos-, simplemente detenidos.


El fluir de la vida se presta a imágenes conocidas, y también contradictorias, como es el propio Vicente. Nada más contradictorio que el pensamiento de aquél genio de Éfeso, Heráclito, llamado “-no sé por qué- el oscuro”, que un día nos decía que en el Eterno Retorno volveríamos a bañarnos en el mismo río, y otro día nos decía que era imposible volver al mismo río…


De modo mucho más castizo, y claro, nos dijo Machado al hablar del río Duero que siempre estamos ante el mismo río, pero con distinta agua. Y eso, posiblemente, no es sino la vida, nuestra vida.


Al final, ese fluir es imperioso, aunque no sabemos si quien fluye somos nosotros, la vida, el río, el agua…


Vicente Torres nos ofrece hoy una obra que, en sí misma, es una parte de ese fluir literario del autor en una trayectoria que viene de lejos, y en la que cada nuevo libro es algo así como una nueva catarata de las del Nilo, del que no sabemos muy bien cuál es el origen, pero sí sabemos siempre hacia dónde va, y en el que cada tramo parece anunciar otro subsiguiente.


Varias cosas podemos decir de este libro. Desde mi punto de vista, todas son buenas. Quiero centrarme en cuatro aspectos.


El primero de los puntos es el del carácter autobiográfico, más o menos real, del relato de Vicente. Con lo de autobiográfico no estoy diciendo nada nuevo, ya que todo aquél que haya seguido la producción literaria, no sólo editorial sino también periodística, de Vicente Torres, sabe que no elude exponerse en primera línea, de forma a veces hasta temeraria, mostrándose a sí mismo como un campo de batalla, de las luchas de otros entre sí, o de otros contra él, o incluso en las luchas interiores -cada vez menos- contra sí mismo.


En libros como Yo estoy loco, o La del Alba, Vicente nos deja entrever parte de su peripecia personal, algunas veces de forma encubierta, con personajes que hacen de testaferros literarios… otras veces hablando en primera persona y sin biombo que distraiga con siluetas ambiguas. La obra de Vicente es un continuo fluir de idas y venidas a su propio pasado, como si éste se hubiera tragado desde el origen cualquier futuro, y dejando al escritor tan solamente el recurso a la ironía y el juego, y al lector la sospecha y el temor en cuanto a si todo lo que nos cuenta es verdad, puesto que, en ocasiones, la crudeza de la misma nos hace dudar de que algunos comportamientos sean reales. Sus obras no traen un polígrafo detector de mentiras, ni una Piedra de la Verdad como la que en Roma amenazaba con tragarse la mano del mentiroso, así que como lectores debemos entrar forzosamente al juego que propone Vicente, para el cual, quizá, escribir no sea juego sino sanación. La autobiografía -o incluso la biografía-, no tiene por qué ser meritoria en sí misma, ni siquiera ante la certeza de que sea veraz, o no. Lo relevante de El Fluir de la Vida es que ese relato de contenido autobiográfico tiene además un componente formal altamente elaborado, y eso es lo que eleva un escrito al rango de literatura. No basta con contar; hay que contar bien, o con algo que nos atrape la atención, y eso es una de las virtudes de los textos de Vicente Torres.


Un segundo aspecto que dota de interés al libro es el carácter documental respecto a una época y un lugar concreto. El fluir de la vida es, en realidad, el fluir de UNA vida, desde los años de niñez -una niñez casi robada-, con un paso por etapas de formación, ensayo y error, y una llegada a una madurez relativamente satisfactoria, en la que el personaje se ubica en tiempos y lugares que nos pueden resultar familiares.


Esas etapas discurren, en buena parte, en escenarios que nos resultan familiares. En el libro de Vicente encontramos una permanente alusión a nuestras tierras, a Benisa y su microcosmos (sus calles, sus parajes, partidas como Benimallunt, La Fustera…), pero también su macrocosmos comarcal, Calpe, Murla, Jalón, Pinos…


Pocas obras literarias se han centrado en estas tierras. Algunas de ellas, paradigmáticas, -como las de Gabriel Miró-, han aportado una poesía y un paladeo tan delicado que quizá no lo mereciéramos. La merma que tienen algunas de esas obras consiste en que la tierra y sus gentes parecen más una pieza de museo que algo vivo, pues el escritor describe desde fuera y participa lo mínimo, disociando el sujeto y el objeto de la observación. En el tratamiento que Vicente Torres da a su tierra no existe esa diferencia, pues sujeto y objeto se funden, a veces de modo brutal, de modo que los personajes son una parte más, animada en ocasiones y moribunda en otras, de un terreno del que emergen como líquenes con apellido.


La colección de historias, lugares, recovecos, entresuelos, chamizos, salones de nuestra tierra, se pueblan de caras y caracteres, como en una novela de Balzac, con la diferencia de que esta comedia humana es la nuestra, la de aquí. Pocos cronistas de ese tipo tenemos en la Marina, que hayan osado abrir la caja de Pandora de sus fantasmas familiares y vecinales. El respeto humano, el miedo al espejo, o la mera prudencia, nos llevan siempre a hablar más fácilmente de lo lejano que de lo próximo, especialmente si nuestra mirada es crítica como la de Vicente. Cada gramo de valentía aporta ciento de verdad, y ese es otro de los valores de este texto, en el que podremos descubrir una historia familiar y local que ha pasado a nuestro lado y que ahora se nos regala contada sin anestesia, para regocijo de todos aquellos que se buscan a sí mismos en el rostro de los demás.



Un tercer nivel, o aspecto, resultante de El Fluir de la Vida, es la colección de experiencias, seres y atmósferas que el autor nos descubre mucho más allá de nuestro entorno de bancales y pinos. Los mundos urbanos de Madrid, Valencia, los contactos con profesionales, intelectuales, artistas, los secretos a voces de unos, los méritos ocultos de otros, sus fortalezas y sus miserias, van pasando como en una enciclopedia desordenada, dejándonos apreciar la huella, herida o parche que cada uno ha ido dejando en el alma de aquel niño que se hacía grande dentro de un frasco de cristal.


El fluir de personajes y sus historias dan forma a esta obra, hasta el punto de que no sabemos si es el protagonista quien fluye entre ellos, o ellos ante él. “Quién es aquí el río, y quién los márgenes”, cabría preguntarse.


En cualquier caso, no se trata de un arroyo lacrimoso, ni de un cauce de apariencia lacustre, y digo esto en relación con la técnica literaria del autor. El fluir de la obra es ágil, sin concesiones ni descansos para flirtear en el ambigú, la lectura avanza sin costuras, y por supuesto sin derecho a réplica. Cada paso, cada página, cierra un ciclo como las curvas de un río a las que nunca se vuelve. Eso sí, en cada una deja grabada una información pétrea, como en los ortostatos de un templo mistérico, que apenas podemos retener pues, como el agua, se resbala ante nuestra mirada.

El cuarto y último aspecto que quiero destacar del libro de Vicente Torres, es algo que cada vez resulta más difícil encontrar, no sólo en los escritores sino, por derivación, en los intelectuales y hasta, por qué no decirlo, en la generalidad de los seres humanos.


Dicho en forma extensa, me refiero a la capacidad de reflexionar sobre las cosas, y a saber exponer el fruto de esa reflexión. Dicho en forma corta, estoy hablando de sabiduría.


En realidad, cuando el hombre sabio habla, o escribe, sentimos la tentación de decir “qué bien habla”, o “qué bien escribe”, cuando lo que ocurre, sencillamente, es que transmite un pensamiento certero. Cuando nos maravillamos ante Cervantes, o ante Shakespeare, no es tanto por el “cómo“ sino por el “qué es lo que dicen”. En ocasiones, incluso, el lenguaje acompaña al hacer del sabio, como ocurre con un Oscar Wilde, pero no debemos olvidar que una carcasa bella no soporta por mucho tiempo un contenido insulso. Ya dijo Borges de Oscar Wilde que, al margen de sus conocidas condiciones literarias, había algo que no se solía destacar, y era que Wilde siempre llevaba razón.


Así pues, el contenido es una parte esencial de una buena escritura. Recordando las matemáticas escolares, diría que la sabiduría es siempre condición necesaria -sea o no suficiente- para un buen texto literario.


En El Fluir de la Vida, el contenido se apropia del continente. Las ideas, reflexiones continuas que se destilan a lo largo de la obra nos llevan una y otra vez al dilema de si estamos ante un texto literario, un documento, un diario, un archivo, un tratado de moral. El espectáculo de un ser humano que ha hecho de la reflexión su modo de vida, y -en cierto modo-, su vía de salvación, nos reconcilia con nuestras propias capacidades como seres humanos. Si, además, no los deja escrito en forma de libro, adornado con un jardín de personajes y de historias, no podemos sino reconocer que estamos ante una obra de las que vale la pena conocer.


No obstante lo dicho, tampoco quiero generarles una expectativa equivocada sobre la lectura de El Fluir de la Vida. Con independencia de la calidad que, como vengo indicando, tiene esta obra, no por ello cabe esperar un disfrute epicúreo en su lectura.


El libro no es un remanso de paz, ni es el huerto cerrado de los cuentos medievales. La sabiduría que destila es muchas veces incómoda, dura; las palabras que la envuelven desprecian el eufemismo; las frases pueden cortar como el aire helado, y en el tiempo que precisaríamos para curar la herida ya nos espera el siguiente párrafo para un nuevo combate. No es sencillo leer a Vicente Torres, y quien conozca sus libros anteriores, o sus artículos, lo sabe.


En Vicente, fondo y forma se funden, y ése es su estilo. Pero nadie espere que la forma endulce al fondo, si en ello se pierde un punto de la verdad. La madurez literaria de Vicente Torres es la de aquellos autores convencidos de que no tienen un segundo que perder, -algo que, por cierto, no tiene casi nada que ver con la edad.


Al final, la cuestión carece de relevancia, puesto que la sensación es la de estar ante una obra escrita por un hombre de espíritu colosal.




Después de estas lecturas, quiero concluir mi intervención diciendo que admiro a Vicente como escritor y como persona, y considero que es uno de los lujos que tenemos en nuestra comarca, como hombre de letras y de pensamiento. No me importa excederme en contarles a Ustedes las virtudes de sus libros porque, conociéndole, sé que es inmune a todo lo que pudiera parecer adulación. He tenido la suerte de leer, y presentar, con este, tres de sus libros. Como podrán imaginar, me encuentro ya con la incipiente curiosidad por saber qué deparará a Vicente en los próximos años de ese fluir de su vida y de su obra, aunque eso, como también entienden todos Ustedes, ya es otra historia.


Muchas gracias.

3 comentarios:

  1. He tenido la oportunidad de leer todas las presentaciones hasta ahora de la última obra de Vicente Torres, "El fluir de la vida", algunas realmente buenas. Creo que la de César Evangelio Luz, es la más completa. Realmente, muy acertada. Enhorabuena César. Felicidades, Vicente.

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  2. Muy buena presentación!

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