Los buenistas, esos seres diabólicos que presentan el mal como si fuera un bien, regalan derechos. No es políticamente correcto oponerse a un derecho.
Hablemos del de la eutanasia. Los hay que critican los excesos y abusos que se cometen en su nombre, pero dejando claro que están de acuerdo con ella. ¡Faltaría más!
Por mi parte, y dado que todavía estamos en democracia, me serviré de mi libertad de opinión para oponerme. Aviso de que a lo largo de mi vida he recibido mil veces más críticas que alabanzas, por lo que quienes no estén de acuerdo conmigo pueden decirlo claramente. Aquí no se trata de confirmar el sesgo, sino de ver la luz.
Empecemos. La naturaleza empuja a conservar la vida. Ningún ser vivo quiere morir. No hay cola de indigentes solicitándola. Tampoco la hay de enfermos o de personas que no pueden valerse por sí mismas. Cuando alguien quiere morir es porque tiene un fallo en su mente, algo que con medicación puede subsanarse.
Y luego están esos que se dejan llevar por la propaganda machacona, esos que creen que si la piden son más civilizados, más cultos.
Pero no es así, fomentar la eutanasia es cultivar el egoísmo. Nadie es dueño de sí. El ser humano es social, por lo que nos debemos a la humanidad. Cuando alguien fallece, su pérdida es lamentada por otros. Cuando se produce de forma natural, no queda más remedio que aceptarlo. Pero cuando alguien se va de este mundo voluntariamente deja un vacío en el alma de otros que a menudo causa un daño irreparable. En ellos no ha pensado o podido hacerlo.
La muerte es un descanso cuando llega a una edad avanzada, pero deja un sentimiento de soledad en quienes lo sobreviven.
Echo de menos a aquellos que ya no están, fueran amigos o no, que vieron las mismas caras, las mismas tiendas, las mismas costumbres, escucharon la misma música, oyeron las mismas campanadas… Sentirse como una isla en medio del mundo y despreocuparse de los demás no es bueno para la salud mental.
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