Ganarás el pan con el sudor de tu frente.
Y con el molimiento abrasador de los huesos.
Y sin embargo, para él, nunca fue el trabajo
maldición, sino la vida misma.
Aprendió a leer
en las nubes preñadas de lluvia
y en las estrellas –-inmaculadas entonces-
de sus días y noches de pastor,
antes de que la escuela le enseñara
el galimatías de sus cifras y letras.
Años después fue pastor de camiones
en ciudades hostiles,
que tenían el defecto (también la virtud)
de mudar las viviendas de fachada y de enseres;
y, aun muchas veces, de lugar.
Y él, que no quiso conducir
porque vio desangrarse y gritar de dolor
a tantas carreteras y barrancos,
tuvo que transportar sobre sus hombros
y a brazadas extensas de nadador que entrena siempre,
por escaleras sin principio ni final,
cristalerías finas,
sofás obesos,
los mármoles del lujo y de la pena,
y pianos espesos y profundos,
paquidermos hermosos de rencor y de música.
Asimismo embaló, numeró y desembaló
alhajas, libros, cajitas misteriosas,
cachivaches diversos que pretenden
ser recuerdos de algo, pero que, en realidad,
son solo las burbujas que producen
los labios del olvido.
Cuando una grúa se averiaba,
él la suplía
sin aspavientos ni extrañeza.
Pero existen, sin duda, grúas que no perdonan
la competencia humana.
Y un día aciago de sudor y de polvo
se cumplió la venganza:
Los músculos de acero desgarraron
los poderosos músculos,
que estaban limitados por los huesos.
Ninguna empresa de mudanzas,
ni mucho menos el ministerio de trabajo,
te impondrá una medalla de oro,
o una cruz laureada.
Pero, ¡qué importa!
Tú te mereces por derecho propio
que las calles te digan al oído:
-hoy estamos contentas pues cruzó por nosotras
un hombre verdadero.
Para Anastasio. (21 de diciembre de 2009)
Y con el molimiento abrasador de los huesos.
Y sin embargo, para él, nunca fue el trabajo
maldición, sino la vida misma.
Aprendió a leer
en las nubes preñadas de lluvia
y en las estrellas –-inmaculadas entonces-
de sus días y noches de pastor,
antes de que la escuela le enseñara
el galimatías de sus cifras y letras.
Años después fue pastor de camiones
en ciudades hostiles,
que tenían el defecto (también la virtud)
de mudar las viviendas de fachada y de enseres;
y, aun muchas veces, de lugar.
Y él, que no quiso conducir
porque vio desangrarse y gritar de dolor
a tantas carreteras y barrancos,
tuvo que transportar sobre sus hombros
y a brazadas extensas de nadador que entrena siempre,
por escaleras sin principio ni final,
cristalerías finas,
sofás obesos,
los mármoles del lujo y de la pena,
y pianos espesos y profundos,
paquidermos hermosos de rencor y de música.
Asimismo embaló, numeró y desembaló
alhajas, libros, cajitas misteriosas,
cachivaches diversos que pretenden
ser recuerdos de algo, pero que, en realidad,
son solo las burbujas que producen
los labios del olvido.
Cuando una grúa se averiaba,
él la suplía
sin aspavientos ni extrañeza.
Pero existen, sin duda, grúas que no perdonan
la competencia humana.
Y un día aciago de sudor y de polvo
se cumplió la venganza:
Los músculos de acero desgarraron
los poderosos músculos,
que estaban limitados por los huesos.
Ninguna empresa de mudanzas,
ni mucho menos el ministerio de trabajo,
te impondrá una medalla de oro,
o una cruz laureada.
Pero, ¡qué importa!
Tú te mereces por derecho propio
que las calles te digan al oído:
-hoy estamos contentas pues cruzó por nosotras
un hombre verdadero.
Para Anastasio. (21 de diciembre de 2009)