Reproduzco este pensamiento de un amigo: «La verdadera dimensión de las personas se muestra en cómo trata a aquellos que nada tienen que ofrecerle». Es tan potente que opino que merece ser dado a conocer al mayor número posible de personas.
Eduardo Punset, en uno de sus libros de divulgación científica dijo que lo peor es el rechazo, porque es como decirle al otro: no tienes derecho a vivir. Paradójicamente, Punset hizo luego pinitos con el nacionalismo, que es la peor forma del rechazo. Quizá haya que disculparlo, porque el nacionalismo es muy contagioso.
Quisiera recomendar también, a todos, que hicieran acopio de generosidad, piedad y ternura, cualidades que no sirven para medrar, pero que sin las cuales no es posible la vida, y mucho menos la vida civilizada. Están desaparecidas en combate desde que los psicópatas toman el poder de dos en dos, cuando anteriormente, como mucho, lo hacía uno. El problema que presentan estas virtudes es que hay que conseguirlas con esfuerzo, y no poco. No sirven para medrar, pero proporcionan serenidad y satisfacción. No lo digo por experiencia, sino que va en los libros. ¡Dios me libre de presumir de algo! Mi persona no da para tanto.
Ahora quisiera recordar que Gabriel Albiac ha propuesto como palabra del año ‘Laciencia’. Hay que leer su artículo para comprender la enjundia que tiene el asunto. Ofrezco un detalle: “cuando escuchen a alguien hablar de ‘Laciencia’, sepan ustedes, sin un átomo de duda, que ese que habla está invocando a la superstición”.
Conviene destacar que la RAE se ha columpiado al elegir ‘confinamiento’, como palabra del año, porque como recalcó Ramón Pérez-Maura y luego ratificó Mario Vargas Llosa, la palabra adecuada para definir lo que nos hacen es ‘reclusión’. Lo que ocurre, añado yo, es que resulta que este vocablo resalta con crudeza el pisoteo de las libertades constitucionales, por lo que se recurrió a otro término más suave.
