Siempre no fue igual que ahora. Hubo un
tiempo en que el romanticismo todavía estaba en el aire. Se decía
entonces: «pasa más hambre que un maestro de escuela», pero al
maestro se le respetaba y hasta se le veneraba. Y no solo al
maestro, sino también a todos aquellos que dedicaban su tiempo a
tareas con escasa productividad, o sin ella, en términos económicos,
pero que alimentaban la faceta espiritual, artística o cultural de
los interesados. Los hubo que de jóvenes se interesaron por la
poesía, por la música exquisita y por las artes en general y
parecían ganados para la causa, pero luego encontraron trabajos muy
bien remunerados y en estos tiempos de hoy, fenicios y atolondrados,
miden a las personas por el dinero que tienen.
No pasa con todos, Miguel El Cachapí
sigue conservando su espíritu bohemio y lleno de romanticismo. Si en
su día montó una librería innovadora, lo hizo con más espíritu
artístico que mercantil. Fueron muchas las cosas que emprendió,
pero con ellas ponía más de manifiesto su espíritu creativo y
aventurero que negociante. Para hacerlas rentables se necesitaba otro
modo de actuar que a él, sin duda, le resultaba aburrido.
Las iniciativas que le otorgaron más
fama fueron las vueltas en carro que organizó. Se comprende sin
esfuerzo que no es fácil dirigir una caravana de carros y, no
obstante, fueron varias las que llevó a cabo.
La vida se ve de otro modo desde el
carro. Hay tiempo para mirar el paisaje y la fauna que contiene. Las
nubes pasan más lentamente cuando las hay y el cielo parece más
sereno. Hay tiempo para aprender a amar a los animales, burros,
caballos, mulos, que tiran del carro, y a los perros que brincan
alrededor, si no les ha dado por subirse. Se bebe agua fresca del
botijo, o buen vino del porrón.
Hoy en día hay quien, atolondrado,
prefiere el Falcon y en el apresuramiento, no tiene tiempo para
madurar las ideas y queda preso de su ambición de poder desbordada.
Y así nos va a los españoles, y milagro será que no nos vaya peor.
La vida en carro, que de tan sosegada
permite tocar la realidad con las manos, puede hacer sabios. El ritmo
frenético nos trae ganapanes sin miramientos de ninguna clase.
Si hubiera que optar entre Pedro de la
Preveyéndola y Miguel El Cachapí, elegiría a este último. La vida
sería menos aburrida.