Me
gusta dar segundas, y aun terceras y cuartas oportunidades, mientras
sea posible. Quizá sea porque soy consciente de mis imperfecciones,
o acaso porque hace años leí un artículo de Pilar Cernuda en el
que afirmaba que prefería un juez que se hubiera caído y luego
levantado, que otro que jamás hubiera incurrido en falta, o tal vez
sea porque creo que Francisco
Ayala acertó
al escribir lo siguiente:
«No
veo yo incongruencia alguna entre la ternura de alma, honestidad,
decoro y nobleza que trasunta cada palabra de Cervantes, y las
«irregularidades» o aun la abyección que algunos le reprochan y en
cuyo borde es seguro que estuvo, aunque también es seguro que no se
despeñó en ellas: el tono de su voz nos lo declara. La templada
blandura de su corazón, una astucia incansable en la lucha contra la
miseria, contra el mal, lo preservaban de lo tenebroso. Nadie está
libre de caer en un lodazal; pero hay quien, una vez caído, se
encenaga hasta por soberbia (la soberbia satánica), y hay quien,
sintiéndose limpio por dentro, procura no enfangarse sino lo
indispensable, y jamás pierde la esperanza de nueva pureza»,
pero
también tengo presente que las personas cutres
son crueles por naturaleza y una vez que han decidido fusilar
metafóricamente a alguien ya no dan su brazo a torcer.
No
me refiero únicamente a esas que cuando explican algo lo hacen
mediante lugares comunes y
sin pasar de la periferia, dado que son incapaces de captar el meollo
del asunto.
Conviene
entender que se puede ser un cirujano infalible, o un arquitecto
brillante, pongamos por caso, y ser cutre
en las demás facetas de la personalidad. Tampoco
me refiero exclusivamente a esos que retribuyen con calculada
mezquindad los favores recibidos, ni
de los que se ríen de las muestras de afecto que reciben, pues
afectados por la ola de narcisismo que nos han traído los tiempos
modernos interpretan a su manera todo lo que les ocurre.
Llegados
a este punto ya conviene decir que la elegancia moral es una de las
cualidades olvidadas, sin que quepa ninguna duda de que si ocurre
esto es porque no sirve para trepar.
Hay
que fijarse también en que es incompatible con el narcisismo y, por
supuesto, con lo cutre.
Está
al alcance de todos.
5 comentarios:
Genial. Un abrazo.
Cuánta verdad, Vicente!
Todos tenemos derecho a equivocarnos, rectificar, alejarnos del error y seguir adelante. Todos debemos ser indulgentes con quien se equivoca. Ninguno somos infalibles. Muy bien escrito.
Un buen análisis y más, si cabe, en las actuales circunstancias de arribismo generalizado.
Pedir elegancia hoy es un exceso. Cuando solo es valorado lo que puede rentar. Vivimos una época de color más bien gris antracita.
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