Coincidieron en un paso de peatones, a la
espera de que el semáforo se pusiera verde. Matías se giró y miró
sin disimulo a Salvador. No fue una mirada franca, tampoco
inquisitiva. Simplemente, lo reconoció y lo miró.
Durante mucho tiempo, Salvador estuvo
bajo el imperio de Matías y no le fue bien. Matías tuvo mucho poder
y se sirvió de todos los mecanismos a su alcance, no detectables por
la ley o de muy difícil detección, para perjudicar a Salvador, que
estuvo expuesto a padecer una depresión profunda, o una crisis
severa de ansiedad, o sufrir un infarto de miocardio, o cualquier
otra cosa que lo desestabilizara emocionalmente o dañara su salud de
modo irreversible. Salvador tuvo la suerte de poder evitar todo eso,
sin que tampoco pudiera explicarse cómo había sido posible. Matías,
no obstante, no le hizo todo el daño que pudo, quizá porque pensaba
que con el que le estaba haciendo era suficiente para aniquilarlo.
Pero este detalle de que no le hacía todo el mal que podía le
inducía a pensar que el otro debía estarle agradecido. Sin embargo,
supo que Salvador lo despreciaba. No hizo falta que se lo demostrara,
ni se lo dijera -habría sido loco si se lo hubiera dicho, le habría
dado pie a que descargara sobre él toda su capacidad de hacer mal-,
sino que, simplemente, lo sabía.
Ahora, parados ante el paso de peatones,
las circunstancias habían cambiado. Salvador seguía viviendo en
precario, aunque incólume, mientras que sobre Matías pendían
graves acusaciones y, previsiblemente, recibiría una condena o más
muy duras.
Matías, visiblemente desmejorado, y
podía deducirse que su situación penal había influido fuertemente
en su deterioro, miró a Salvador buscando en él algún regocijo o
recóndita emoción al apreciar la situación en que se encontraba,
lo cual le habría permitido despreciarlo y ratificarse en su
conducta anterior hacia él. Nada de eso ocurrió. Salvador sintió
pena al verlo tan mal y desvió la mirada evitando que trascendiera
su compasión. Como si no lo hubiera visto nunca.
4 comentarios:
Es muy, muy grande. Como siempre, Vicente. Hondos sentimientos y robustos valores.
Tienen algo que ver con Los Matias y Salvador que conocemos?
El rastro que dejamos nos perseguirá siempre. Lo peor nunca es lo que los demás piensen de nosotros, sino lo que nosotros pensemos acerca de nosotros mismos.
Esto que cuentas, querido Vicente. O lo he soñado, o lo he vivido. Cuando concluya la ecuación, te diré que fue. Un abrazo
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