Se les puede llamar tranquilamente
bandarras puesto que aunque presuman de poseer altos valores éticos,
en realidad para ellos todo se resume en conseguir gran relevancia
social y situarse en buen puesto en la manada a la que se sumaron en
su día.
Señoritos de cuello blanco, de mirame y
no me toques, que se apoyan unos a otros y se dejan admirar por
grupos más amplios, a los que no obstante mantienen a distancia,
puesto que son elitistas, aunque tratan de parecer lo contrario. A
veces ven la decrepitud a su alrededor, pero son ellos quienes la
llevan dentro, sin duda causada por su índole narcisista y
caprichosa.
Los hay que asisten impávidos, cuando no
aplaudiendo, a las arbitrariedades de sus machos alfa y luego
critican las arbitrariedades de otros, generalmente políticos del
bando rival o personajes públicos. Algunos se declaran ateos y hacen
bandera de su honradez por tal motivo. Nótese la ausencia de
autocrítica en todos los casos. Dan por sentado que lo que hacen
ellos es lo correcto, percepción esta que se refuerza al ver que el
resto de miembros de la manada hace lo mismo y piensa igual. Otros
van a misa y generalmente se les nota, aunque estén fuera de la
iglesia. Cuando asisten a algún oficio religioso se les nota más.
Sería interesante saber qué idea tienen de Dios. Si se les pudiese
obligar a que explicasen eso en un folio o dos quizá nos llevaríamos
la sorpresa de que puestos a elegir entre Dios y el macho alfa de sus
manadas preferirían a este último. Seguramente, los primeros
sorprendidos serían ellos al darse cuenta, pero esto no cambiaría
nada.
El mundo de los bandarras es variopinto y
entretenido y ni qué decir tiene que cuando las traiciones las
perpetra alguno de los suyos no las tienen como tales. Y si se les
interpela sobre ellas niegan que sean traiciones.
1 comentario:
Nacionalistas de medio pelo
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