A veces, en donde esperamos dar con la
elegancia topamos con la prepotencia. No es que la elegancia sea una
virtud olvidada, es que siempre ha sido escasa. La elegancia de
espíritu siempre resulta admirable, tanto en hombres como en
mujeres, pero en las damas que la incorporan brilla mucho más, las
hace irresistibles.
Hay mujeres que han sucumbido a la
tentación de la prepotencia y a pesar de ello, bastantes se creen
con derecho a enarbolar la bandera del feminismo. No se puede ser
ambas cosas a la vez. El feminismo es un movimiento que aboga por la
justicia, por la igualdad de derechos, por la concordia. No basta con
ser mujer para ser feminista. Cualquier hombre puede ser feminista.
Cualquier mujer puede ser machista, o sea, dispuesta a aprovechar la
ventaja sobre quien esté en inferioridad.
Hay señoras que defienden, con todo el
derecho del mundo, ciertos postulados. Ahora bien, no deberían
hacerlo bajo la bandera del feminismo, sino poner otro nombre a sus
reivindicaciones.
El feminismo es un movimiento útil,
necesario, hermoso, ético, moral, y no debería ser contaminado con
otras cuestiones que tienen poco que ver con esta lucha justa. En
cambio, la elegancia espiritual sí que tiene mucha relación con el
feminismo, seguro que está en su origen.
Los patanes, esos que sólo piensan en su
provecho inmediato, los que no piensan en la justicia más que cuando
se sienten perjudicados, los que se burlan de los indefensos y se
postran ante los poderosos, los necios capaces de sumarse a cualquier
conjura, los que disfrutan librando de malos amigos a las buenas
personas, no podrán entender jamás el concepto del feminismo, el de
la elegancia, el de la justicia.
Por eso hay que vivir sin dar excesiva
importancia a los patanes y tratando de reconocer a quienes cultivan
valores que merecen la pena.
2 comentarios:
Muy bueno. Ponderado, justo, elegante.
Saludos,
Ignacio Merino
Muy acertado y oportuno, Vicente.
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