No
sé muy bien si esto de que haya tantos vigilantes para que nada se
salga de lo políticamente correcto, que están atentos para que no
nos destruyan, para que no nos quiten lo bailado, y para tantas cosas
más, es bueno o malo.
Resulta
que han descubierto que el almendro es una especie invasora en
Canarias. El taimado almendro llevaba disimulando cuatro siglos en
las islas, pero de nada le ha valido el disimulo. Al final ha sido
descubierto, y ¡hale!, a tomar viento fresco. Los canarios se
librarán del invasor en menos que canta un gallo.
Digo
yo que en la Comunidad Valenciana también hay algún invasor de
esos. Pienso en el jacarandá, por ejemplo, que autóctono no debe de
ser, porque no habla la lengua vernácula. Aunque pienso yo que si
pone un poco de empeño y la aprende, esos que se la cogen con papel
de fumar le permitirán quedarse.
A
veces se pasan de la raya esos que miran por la pureza de las cosas.
En Valencia, era muy trabajoso reducir el número de palomos.
Enseguida salía alguien a protestar si se les tocaba una sola pluma.
Se sabe que las cagadas de los palomos son muy malas para las piedras
centenarias. Yo no soy una piedra, pero una vez me cagó uno de esos.
Pasaba por debajo de él y no tuvo piedad. En otra ocasión, estando
en la plaza de la Virgen, aterrizó uno en mi cabeza. Yo me quedé
quieto, intentando no moverme nada para no espantarlo, no fuera a
aparecer un malaje de esos y me echara la bronca. Al final, alguien
echó al suelo comida para palomos y se bajó.
Volviendo
a Canarias, no sé si los canarios salen ganando o perdiendo. El
almendro será todo lo invasor que quieran esos, pero en febrero
florece y quienes lo ven se vuelven poetas, aunque sea por un rato. Y
digo yo que a lo mejor los poetas también se van de Canarias.