Resulta sintomático e ilustrativo de la
realidad del mundo que personas que jamás han demostrado interés
alguno por la justicia, salvo en los casos en que se sienten
perjudicados, que traicionan con la tranquilidad propia de los
patanes, que su nivel cultural es escaso, que cuando han estado
involucrados en algún conflicto se han puesto de parte de los
miserables, que a la vista de sus hechos y antecedentes familiares
cabe la posibilidad de que sean psicópatas, se permitan dar
lecciones de moral y comportamiento.
Es un hecho que la vida obliga a medir a
los demás, pero también lo es que los hay que lo hacen con unas
herramientas burdas con las que es muy fácil equivocarse. A éstos
les interesa muy poco el prójimo. Se sirven de él con la ilusoria
intención de apuntalar sus egos, o lo utilizan como medio para
alcanzar algún fin. En realidad, tienen miedo de conocer al prójimo,
porque ello podría desatar su propio pensamiento. Algunos le hacen
la pelota a Dios, pensando que con eso les abrirá las puertas del
cielo.
Otros, en cambio, piensan, como Terencio,
que nada de lo humano les es ajeno, por lo cual se preocupan por el
prójimo, quieren saber de él y como consecuencia de lo cual
adquieren unos instrumentos de alta precisión para calibrar al ser
humano. Se fijan y, sin querer, ven
un psicópata por aquí, un narciso por
allá, un patán por el otro lado, un puerco, con perdón, por los
alrededores, pero también personas admirables, como quisiera que
fueran todas. Ha visto personas de condición humilde que han sido
capaces de llevar a cabo grandes proezas y también a otras con más
instrucción tener comportamientos dignos.
Son quienes miden al prójimo de manera
ineficiente quienes más datos que no les favorecen dan de sí
mismos.