Un
buen modo de entender el mundo es el de observar las cosas como si no
fueran con uno, sin mimetizarse
con el ambiente, como si no le afectaran, aunque lo que ocurra tenga
mucho que ver, o todo, con él.
Puedo
decir que un considerable número de personas con las que he dado ha
pretendido demostrarme que es más que yo. Incluso las más torpes
han querido hacerme ver que me ganan en inteligencia. El personal ha
querido ser más alto o más bajo que yo, o más gordo o más flaco.
Siempre más. No he coincidido con tanta gente que haya pretendido
ganarme en bondad. ¡Ojo!, no quiero decir que yo la tenga, sino que
es rara la gente que plantea la batalla en este campo.
Los
he conocido que critican a los malos, pero luego se comportan
arbitrariamente, sin pararse a pensar si lo que hacen es justo o
injusto. Lo hacen porque «pueden». Tipos
que combaten al nacionalismo y «juegan» a parecer
asequibles
y
cordiales, y luego se comportan como los nacionalistas, siendo, en
realidad, excluyentes y clasistas.
He
visto señoritos que exhiben beatíficas sonrisas mediante las que
pretenden pasar por ciudadanos bonachones, pusilánimes que, no
obstante, siempre saben lo que les conviene, mamones irredentos que
elevan la voz o doblan la testuz según con quien hablen y piensan
que toda la sabiduría del mundo está contenida en sus
personas,
equidistantes con ánimo de lucro que se
anuncian
como ecuánimes, tramposas
que se las dan de dignas, engreídos
que si no les haces la pelota no te ajuntan, histéricos
y además malvados que intentan pasar por reflexivos
y bondadosos, es
decir fantasmas que se creen lo que no son, que no saben que no
saben, y que, a pesar de todo, se exhiben como los pavos reales, y
si aportan algo a la colectividad es porque el mundo está montado
así, para que todos, lo quieran o no, hagan algo de provecho.