Andaba por la calle aprovechando el paseo
para meditar en mis cosas, como siempre, cuando me dio por pensar en
Parra (apellido sonoro), nacido en Oliva, que tuvo que aliarse con
Olivas (que suena tan suave que invita a pensar en el aceite) y unos
cuantos más, para que ahora podamos decir: ¡Adiós Bancaja! ¡Adiós
Banco de Valencia!
Claro que también es justo decir que
hubo espectadores de excepción: Barberá (cuyo sonido recuerda a un
redoble de tambores, o a un toque de corneta al amanecer, y luego ya
nadie puede conciliar el sueño), y Camps, también en plural, como
Olivas (y es extraño que no hayan patentado ese nombre para hacer
trajes). También había otros por los alrededores. ¿Se enterarían
de algo? ¿Tendrían curiosidad por lo que sucedía?
Pero tampoco estaban estos solos. ¿En
qué estaría pensando Puig? ¿Escondía la márfega debajo del
peluquín? Ribó (y hay uno que hace sopa al que le gusta recordar
que es de Manresa) que quizá la camuflaba en el sillín. Se sienta
sobre ella, a lo mejor. Oltra la estaría lavando, pero no la márfega
sino la Señera, y acaso echando lejía en el azul. No sería
extraño.
Fue entonces cuando llegué a la plaza de
la Virgen. La gente se arremolinaba alrededor de la Puerta de los
Apóstoles, en donde como cada jueves, a las doce, se iba a celebrar
la sesión del Tribual de las Aguas.
Hay cosas, pensé al verlo, que son tan
útiles, incluso como recuerdo, que nadie osa terminar con ellas, a
nadie se le ocurre intentar arramblarlas. Justicia milenaria,
sentencias que se acatan. Y dicen los catalanes que nos parecemos a
ellos...
Llegué a la calle del Miguelete en donde
una pareja de novios aprovechaba uno de los olivos para hacerse
fotografías. El ayudante del fotógrafo sacudió la cola del vestido
de la novia, para que cayera lisa, dejando a la vista las bragas por
un instante. La novia sonrió picarona a quienes se las habían
visto.