Cierto individuo solía referirse con alguna frecuencia a su madre. Se servía del pretexto de que ella había tenido una ocupación singular que exigía un esfuerzo mental suplementario y como resultado del mismo tenía el cerebro bien entrenado.
Ese mismo individuo, mediante su comportamiento, deja claro y sin que quepa ninguna duda al respecto, que es un hijo de puta. Lo digo porque los hay que no alcanzan a entender en que consiste eso de honrarás a tu padre y a tu madre. Creen que todo consiste en decir: pues mi padre hace las mejores paellas del mundo, pues mi madre canta mejor que Ainhoa Arteta. Pues no, honrar al padre y a la madre consiste en tratar a los demás con el respeto debido a uno mismo; es decir, con el mismo respeto que a cada cual le gusta que lo traten.
Los hay que no han leído a Shakespeare, por citar a alguno de los que se han referido al asunto en su obra, y si lo han leído no se han enterado, no se han dado cuenta del detalle, y luego tratan al prójimo con displicencia, con mentiras, con menosprecio, con desinterés, con desahogo, y eso no ese lo que dice el cuarto mandamiento de la Ley de Dios. Pero cabe añadir que quienes se comportan de ese modo tampoco se chupan el dedo. Cuando la persona con la que hablan es de su interés, porque sea su jefe o por cualquier otro motivo, entonces no sólo se comportan de acuerdo con ese cuarto mandamiento, es decir, no dando motivos para que su interlocutor se acuerde de sus padres, sino los diez enteros y los quince si los hubiera.
Algunos de los autores bíblicos eran geniales y, concretamente, el de las Tablas de la Ley fue uno de ellos. En su tiempo, eran perfectas. Conviene tenerlos en cuenta.