En
el entorno de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, cuya
arquitectura de las edificaciones que la componen se inspira en el
mundo animal, se yergue, con la elegancia de la sencillez, el animal
metálico bautizado como el Parotet. Está de modo que es como sí
dijera: ¡Eh, que estoy aquí! ¡Eh, que en este lugar yo era el rey!
¡Eh, que soy el símbolo de estos parajes! ¿Cuántas libélulas
(parotet en valenciano) habría por la zona no hace tanto tiempo?
Puede
que alguien vea en el Parotet un símbolo fálico, una exhibición de
poderío. ¿Cómo que una humilde y tierna libélula se permite tal
osadía? Pues si bien se mira, la libélula puede hacer en vuelo unas
filigranas imposibles para cualquier otro animal. Su diversidad
cromática, con colores vivos o tenues la convierten en un animal
bello, divertido e impredecible. Parece frágil, es cierto, pero
transmutada en una pieza metálica de 46 metros de altura y 93
toneladas de peso, no teme ni a la lluvia ni al viento. Sus líneas
rectas, sus ángulos, lo sofisticado de su concepción y su color tan
bello consiguen que tampoco tema a las miradas de los transeúntes,
sino todo lo contrario.
El
Parotet está en posición de descanso, aunque erguido, consciente de
su importancia. Pero su actitud reposada no debe hacer olvidar que
este insecto tiene mucha facilidad para levantar el vuelo, aunque si
lo hiciera no vendría a atacarnos, sino a besarnos, porque está en
son de paz, como símbolo de toda la flora y la fauna que hasta hace
poco hubo en el lugar y que actualmente ha dado paso a otras formas
de vida.
El
color del Parotet es el azul del Mediterráneo, tan presente en
algunos detalles de las fachadas de las viviendas cercanas al mar,
en Valencia y en otras partes de la costa, como Grecia e Italia.
Este
monumento quiere recordarnos las cosas buenas del pasado quizá para
hacernos ver que si las sustituimos, hemos de hacerlo por otras
mejores.
Vicente
Torres