En
los primeros tiempos los podaban cada dos años. Pero lo hacían en
primavera, cuando los plátanos de sombra ya estaban irradiando
optimismo al mundo con la exuberancia de su verdor. No es lo mismo
ver un árbol desnudo en primavera que en invierno. Cada cosa tiene
su tiempo.
Desde
que estalló la burbuja inmobiliaria que no los habían vuelto a
podar. Son beatos, presumen de ello, pero luego adoran al dinero.
Dado su gusto por la religión, deben de conocer la parábola de las
vacas gordas y las vacas flacas. Pero nada. Decir que se lo gastaron
todo es impreciso, porque gastaron más de lo que había.
Ahora
han vuelo a podar, pero esta vez lo han hecho en enero, que parece un
mes más apropiado para ello. No han dejado nada. Cinco o seis ramas
por árbol, se conoce que para que dure. Si una tórtola quisiera
posarse, no tendría dónde. Y si buscara un nido que estaba hecho
desde hace tres o cuatro años, tampoco lo encontraría. Tiempo atrás
venía un saltamontes a dormir en la misma rama todas las noches. Si
viviera, ya no tendría donde dormir.
Un
árbol de hoja caduca en invierno inspira ternura, pero que no se
equivoque nadie, está haciendo acopio de fuerzas. En su momento,
esparcirá su verdor a los vientos. La savia impetuosa comenzará a
subir y obligará a que broten nuevas ramas y muchas hojas, y a
partir de este momento ya no inducirá al recogimiento y el reposo,
sino que irradiará optimismo y ganas de vivir.
¡Ah!,
un plátano. ¡Cuánta sombra da! ¡Y cuánto oxígeno aporta! ¡Y
cuánta vida puede cobijar en sus ramas!
Un
plátano de sombra es un árbol como otro cualquiera. Cada árbol
tiene su estampa y su utilidad. Y ya se ve que también sufren
recortes por la crisis. Ahora, reducidos a su mínima expresión,
están esperando que el invierno les dé una tregua para recobrar su
prestancia. Y cuando llegue el otoño, decorará las calles
regalando una alfombra dorada.