Un
enemigo útil es aquel que te dice una verdad que los amigos callan
por no molestar y porque saben que ellos también tienen sus cosas.
Uno
recibe el “elogio”, recapacita y dice “anda, pues si es verdad”
y trata de corregir. Por supuesto que le interesa conservar ese
enemigo. Quien no tiene enemigos no es nadie y si los que tiene
sirven para algo, miel sobre hojuelas.
Hay
otros que no sirven para nada. Lo único que pretenden es hacer daño,
molestar, incordiar, etc. No hay que hacerles demasiado caso y
tampoco es menester tratar de conservarlos. A los de esta especie
nunca se los quita uno de encima. Aparecen cuando menos se los
espera, como si estuvieran emboscados, de modo que aunque parezca que
no están, no hay que confiarse. Estas personas que demuestran su
mala índole me hacen recordar a Rosa Chacel, que decía que quienes
lo ven, aunque no lo sufran, ya están “informados”.
Cabe
hacer otra cosa con ellos y esta es fundamental, pues consiste en
desactivarlos, quitarles todo el poder que puedan tener sobre
nosotros, cosa que se logra no pensando en ellos, mandándolos al
reino del olvido.
Lo
fundamental en estas personas que buscan hacer daño es el odio. Por
tanto quien les odia empieza a parecérseles. Querer vengarse es
comenzar a ser igual. Conviene dejar de lado esa vía. Decía Marco
Aurelio que el mejor modo de vengarse de alguien consiste en no
parecérsele. Vencerle ya entra en el campo de la utopía. Contagiar
la bondad a un bellaco es complicado. Teóricamente debe de ser
posible, pero en la práctica es raro.
Los
actos altruistas, a menudo, no los saben apreciar quienes son
beneficiarios de ellos o quienes trabajan en un sector que los
necesita para funcionar. De modo que esperar que contagien a algún
elemento de esos es un poco ilusorio.
Hay
que tener en cuenta que además de los enemigos personales están los
enemigos de la sociedad.