No
me extrañaría que quedara alguien que piense que lo que el
feminismo plantea es una lucha entre sexos. No es así. El machismo
representa la ley del más fuerte. La supremacía de la fuerza frente
a la razón, del poder sobre la justicia.
Ante
esta realidad, conviene añadir que el aborto caprichoso cabe
calificarlo como un acto machista, puesto que consagra la supremacía
del fuerte frente al débil, fomenta el egoísmo descarnado, y
condena caprichosamente a morir a un ser que no tiene ninguna culpa y
que ni tan siquiera había pedido que le concibieran.
El
feminismo, en cambio, representa a la justicia, pretende la igualdad
de derechos y de obligaciones. Pero no todo consiste en cambiar las
anticuadas leyes que establecían o permitían la prevalencia del
hombre sobre la mujer, sino que fundamentalmente hay que cambiar las
pautas cerebrales, las costumbres ancestrales que llevan a hombres y
mujeres a encarar la vida de un determinado modo, en el cual la mujer
acepta un papel inferior frente a un hombre, o un grupo de hombres, a
pesar de que muchas veces su capacidad es superior. Tal vez, en ese
conformismo propiciado por la costumbre radica buena parte de la
culpa de que el salario de las mujeres siga siendo inferior al de los
hombres. Muchas veces las mujeres no toman la iniciativa cuando
deberían hacerlo o, si lo hacen, imitan el modo de los hombres.
Dado
que el hecho de considerar a la mujer como un ser inferior es una
flagrante injusticia, se llega a la conclusión de que la humanidad
se ha venido asentando durante siglos sobre una base injusta, cosa
que quizá explique muchas de las barbaridades que se han hecho,
fundadas siempre en un brutal desprecio a la justicia. Interesa a
todos tomar la senda buena, pero este propósito tropieza con muchos
obstáculos. ¿A quién le interesa la justicia ahora, una vez
arraigada la costumbre de pisotearla? No consta que a las más
acendradas feministas les importe la justicia, sino que diríase que
lo que reclaman es tener el mismo poder que los hombres.
Lo
ideal sería que hombres y mujeres pudieran comportarse según su
propia naturaleza y que ello no conllevara ninguna ventaja o demérito
para nadie. Preguntarse si el trato que se da a cada uno de los demás
es justo puede ser un buen punto de partida.