El día 23, día de San Jorge, hubo un
homenaje a los donantes de sangre. El mundo se divide en dos. El de
quienes dicen que dar sangre es santo y encomiable y el de quienes
dan sangre.
Un donante sabe que todos, incluso
quienes le atacan con más saña o le miran con el más profundo
desdén, son posibles receptores y que aun en el caso de que esa
posibilidad se haga efectiva no se lo van a agradecer, sencillamente,
porque no está en su naturaleza.
Dos días después tuve que tratar con un
especialista muy cualificado, el cual tuvo a bien informarme de que
en su profesión abunda la maldad. ¡Si sólo fuera en su profesión…!
Pero para desesperación de Satanás, incluso esa gente mala ha de
hacer el bien en el desempeño de su profesión.
Y al día siguiente, el comienzo de la
Feria del Libro de Valencia, en la que no sólo los libreros exponen
de entre sus existencias los libros que piensan que tienen más
salida y los escritores presentan los suyos, también hay personas
que acuden a exhibir su odio o desprecio al prójimo. Se entiende que
ciertas personas vulgares, cuya especialidad es el cálculo
interesado y el arte de dar coba sea incapaz de profundizar en la
cordialidad, que es una certera medida de la capacidad humana. No les
preocupa ser injustas con un tercero, o perjudicarle, sino que es muy
posible que disfruten con esto último. Pero, como comenté con un
amigo, que ciertos personajes de un talento fuera de duda y un bagaje
cultural extraordinario muestren de modo inequívoco que están
poseídos por el odio es descorazonador. Tanta inteligencia y tantas
lecturas no les han servido para darse cuenta que un ser humano que
se precie ha de ser dueño de sí mismo.