Ortega y Gasset medía a los seres
humanos según su capacidad para profundizar en la cordialidad.
Me parece acertado y no debe de ser fácil
lo de profundizar en la cordialidad habida cuenta de la gran
abundancia de groserías que se observan a diario.
Quizá alguno alegue que la grosería que
acaba de perpetrar es circunstancial, porque se debe a un motivo
concreto o va dirigida a una persona determinada. Las cosas no son
así. Si se sigue la pista de quien ha hecho una se podrá comprobar
que no tarda en repetir la experiencia. Lo corriente es que quien las
hace ni siquiera sea consciente de ello, sino que su comportamiento,
por verlo también en otras personas, le parezca correcto. Abunda la
gente del montón, claro, aunque muchas de estas personas del montón
se crean especiales. Es que, además de ser del montón, atesoran
grandes dosis de narcicismo. Pero es un dato importante saber que
alguien es grosero. O grosera.
Los hay que perpetran encerronas, e
incluso se procuran cómplices para ello; y se ríen mucho cuando lo
hacen. Ignorantes que son.
Los hay que simulan cordialidad alguna
que otra vez, y se creen cordiales por ello. Profundizar en la
cordialidad es otra cosa. Se simula cordialidad por interés, pero
quien profundiza en ella es consciente de que ha adquirido la
condición humana. Hay que recordar que Aldous Huxley distinguía
entre animales capaces de aprender y seres humanos. Un animal capaz
de aprender es capaz de ganar el nobel de Física, de la Paz o de
Literatura. Un ser humano es otra cosa.
Y ahí estamos, en la cordialidad como
forma de vida, como camino para alcanzar la meta ideal, como medida
para saber con quien nos jugamos los cuartos, o algo más, como vía
de enseñanza.