De aquellas personas que han demostrado
que se mueven como pez en el agua en los terrenos de la falsedad, el
engaño, la traición y la maledicencia siempre cabe esperar un grado
más en su bajeza.
Hubo un tiempo en que se pensaba que esos
animales a los que denomina alimañas no tenían derecho a vivir.
Ayudaba a esta idea simplista ese egoísmo humano que aflora a la
menor ocasión si no se le contiene a tiempo y esa necesidad de
despreciar que es natural en muchos. Se despreciaba a las alimañas.
Al final no hubo más remedio que darse cuenta de que las alimañas
cumplen una función ecológica muy importante.
Algo parecido ocurre con estas personas
que no tienen criterio, porque tenerlo obliga a comportarse de cierta
manera, a ser previsibles y fiables, a obrar con rectitud, en suma.
Éstas prefieren ajustarse a las conveniencias de cada momento, sin
sujetarse a ninguna regla ética ni moral, tan solo a gozar de la
impunidad cuando sea posible. A estas personas les gusta mucho la
impunidad y se ponen rabiosas cuando habiendo calculado que se iba a
dar encuentran que no es exactamente así. En el fondo, tienen muy
poca autoestima y para evitar esta dolorosa voz interior suelen
buscar la compañía de gentes del mismo jaez, capaces de aplaudirles
sus villanías y de ayudarlas a que cometan más. De este modo, el
aplauso ajeno sustituye a la moral y la ética en su interior. Todo
lo que logran hacer de modo impune y es aplaudido por otros les lleva
a convencerse de que son buenas personas.
Pero tampoco es justo que sientan ningún
vacío interior, por no hacer caso a la voz que procede de dentro,
deben pensar que su función en la naturaleza, o en la vida,
consiste en despojar a otros de las malas amistades que puedan tener,
esas que se le cuelan a uno sin que pueda darse cuenta de que no
tienen criterio ni sed de justicia.